Alejandro Páez Varela

Adiós al neoliberalismo

"La llegada de Claudia Sheinbaum Pardo a la Presidencia de México, así como sus robustos niveles de aceptación popular a más de un año de asumir el poder, confirman un deseo ciudadano de cambio por encima de la voluntad de las élites. Vivimos un periodo inédito de dos mandatarios, Presidente y Presidenta, sumamente populares. Dos periodos de seis años, doce años. El cambio que está en desarrollo, pues, puede ser muy profundo. Y es una reversión del periodo neoliberal".

Alejandro Páez Varela

29/12/2025 - 12:08 am

Hace muy poco tiempo, promover el consumo nacional o una mayor participación del Estado en la economía provocaba ronchas en los círculos de Gobierno o entre intelectuales, académicos, periodistas, medios y empresarios. Era anacrónico sólo mencionarlo, en México y en el mundo, pero más en México, que abrazó de manera temprana el dogma neoliberal.

El impulso de Andrés Manuel López Obrador a la idea de “ver hacia adentro” perfectamente podría ser tachado de “provinciano” por Héctor Aguilar Camín y/o de “tropical” por Enrique Krauze. No recuerdo si lo hicieron. Seguramente sí. Se trata de dos de los intelectuales más poderosos del último medio siglo mexicano o, al menos, dos de los mejor cotizados. Sus ideas y su control sobre instituciones les permitieron ejercer una influencia definitiva en generaciones de sus vastos seguidores, muchos de los cuales continúan defendiéndolos.

Hace menos de una década, atreverse a criticar a Krauze o a Aguilar Camín era condenarse al destierro, al ostracismo. Pero los vientos han cambiado, dramáticamente.

Hoy, la defensa del neoliberalismo es anacrónica y planear economías completamente abiertas se toma como amenaza, más que como promesa u ofrecimiento. Los opositores del Tratado de Libre Comercio de América del Norte –TLCAN, el que firmó Carlos Salinas de Gortari– tenían la razón, y muchos dolores de cabeza se habrían evitado si esa política económica impuesta desde el extranjero no se hubiera tomado como mantra. La puja por un Estado cada vez más delgado resultó una burla, al final de cuentas, porque quienes lo promovieron abusaron inmediatamente con eso. Los gobiernos débiles fueron tomados o de plano utilizados como trapo, y Ricardo Salinas Pliego, un deudor fiscal de altos vuelos que secuestró grandes fracciones de la política y la opinión pública en México, puede servir de ejemplo.

“Ideas otrora heréticas, como el aumento de aranceles, han ganado influencia, y los defensores del antiguo orden, junto con casi todos los demás, se encuentran desorientados. ¿Hacia dónde vamos? ¿Estamos a merced de los caprichos de un loco? Por primera vez en la memoria de la mayoría, nuestro futuro económico parece incierto por una nueva razón: el pasado inmediato no nos permite predecir lo que vendrá”, escribió hace unas semanas Sven Beckert, profesor en Harvard, estudioso de la historia del capitalismo. “La buena noticia es que ya hemos pasado por esto. El proteccionismo y la propiedad estatal, después de todo, no son precisamente invenciones del siglo XXI. Nuestra experiencia reciente nos recuerda que el capitalismo no es sinónimo de estabilidad”, agregó.

En su nuevo libro The Rise and Fall of the Neoliberal Order (todavía no está en español), Gary Gerstle recuerda que el neoliberalismo cambió el mundo de manera fundamental, pero hoy la palabra “neoliberal” se usa como un adjetivo para señalar a quien buscan anteponer los principios del libre mercado a las personas, o impulsar programas de privatización que beneficien a las élites.

El libro denuncia la concentración de las ganancias en pocas manos y la desigualdad de ingresos durante este periodo. Cuestiona cómo una deliberada confusión de términos (“desregulación” por “libertades individuales”) se usó para reafirmar el proyecto económico. No es casualidad, pues, que uno de los últimos promotores del neoliberalismo a ultranza sea Salinas Pliego, quien habla de “adelgazamiento” del Estado cuando toda su fortuna está vinculada a las concesiones con que el Estado lo favoreció.

La crisis del neoliberalismo, sin embargo, no viene necesariamente de los arrebatos de último momento, como los aranceles de Donald Trump o el reciente ascenso de la derecha que promueve el traslado de la manufactura a sus propios países y el bloqueo de las fronteras a los migrantes. Viene de los problemas de raíz, de los efectos que provocó, como la desigualdad. Porque, en general, Trump o su versión bruta, Javier Milei, siguen operando a la antigua, dando subsidios a los grandes corporativos con la idea de que repartirán los beneficios, y salvando al sector financiero con inyecciones de capital que se esfuman en la nada.

La crisis del neoliberalismo viene, en realidad, de cuatro décadas de crecimiento económico sin bienestar; del “apapacho” a élites malcriadas que creen que lo merecen todo por el hecho de existir (que es uno de los condimentos del supremacismo) y del abandono de los marginados. Y nos suena muy simple la explicación porque lo es. Nos suena a siglo XIX porque, en efecto, es una discusión que ya tuvimos.

Rostros descarnados

Gran parte del poder que acumuló el neoliberalismo viene de haber corrido por una carretera doble: económica y política. Eso facilitó su éxito y su permanencia en el poder. Piense en Carlos Salinas de Gortari y Ernesto Zedillo. El primero fue un Presidente perverso y hábil, mientras el otro fue un perverso y mediocre; Salinas fue un reformador neoliberal y el otro un empleado que sacó las fotocopias de las reformas. La ruptura se tenía que dar porque de otra manera seguiría gobernando Salinas de Gortari, dado el tipo de proyecto que los movía y la enorme diferencia entre el talento de ambos.

La ruptura fue profunda pero se concentró en el aspecto político y no en el económico. De hecho, el de las fotocopias se aprendió el texto que fotocopiaba: Zedillo profundizó el neoliberalismo y fue despiadado a la hora de ejecutar el manual de Washington; encantó a los dueños de la prensa (Televisa, Grupo Reforma, TV Azteca, etcétera) porque era igual que ellos: hábiles pero no brillantes, torpes pero buenos para los centavos. Zedillo le puso a la oposición de derechas una zanahoria enfrente, lo que le dio una gobernabilidad como la que disfrutó Salinas.

Y así, con Zedillo en alto, cerró un sexenio trágico para las mayorías mientras que el Presidente de la gran crisis y el endeudamiento profundo fue considerado por las élites “el más querido”. Le llamaron “Zedillo el demócrata” siendo un represor que provocó una fractura social, con el Error de Diciembre, de enormes proporciones al punto que todavía seguimos pagando.

Lo que no han entendido los que vienen del viejo régimen es que la economía y la política tienen ciclos. Vivimos en este momento el inicio de uno nuevo. Los opositores deben asumir que este cambio es consecuencia de su incapacidad para ofrecer mejoras en la vida de los ciudadanos; y si no lo entienden y no asumen, entonces no tendrán la oportunidad de participar del recambio.

El capitalismo tiene distintos rostros, todos descarnados. Acabamos de ver uno: el neoliberalismo. Este rostro se agarró durante casi 40 años con furia y desgarró a muchos. Ahora hay un nuevo régimen que tiene como encargo ver por las necesidades de los de abajo.

Reclamo no atendido

Franklin Delano Roosevelt lanzó el New Deal entre 1933 y 1939 para enfrentar la crisis provocada por un ciclo capitalista que terminó en la Gran Depresión. Sus medidas (empleo, seguridad social, programas de infraestructura, apoyos a la clase obrera, etcétera) serían considerados hoy “de izquierda”.

Lo mismo hizo el General Lázaro Cárdenas del Río: tenía que ofrecer una transformación en los años 30 porque habían pasado dos décadas desde el estallido de la Revolución de 1910 y simplemente no se sentían mejoras. La presión social era tal que la gente estaba dispuesta, en muchos lugares, a regresar a las armas. Ideas de izquierda vinieron a paliar el daño provocado por la voracidad de la ola de derechas, tanto en Estados Unidos como en México.

La llegada de Claudia Sheinbaum Pardo a la Presidencia, así como sus robustos niveles de aceptación a más de un año de asumir el poder, confirman un deseo ciudadano de cambio por encima de la voluntad de las élites. Vivimos un periodo inédito de dos mandatarios, Presidente y Presidenta, sumamente populares. Dos periodos de seis años, doce años. El cambio que está en desarrollo, pues, puede ser muy profundo. Y es una reversión del periodo neoliberal.

En el año 2000 asumió la Presidencia el primer político no-priista de nuestra historia moderna. Vicente Fox llegó con un fuerte mandato popular. Pronto desperdició el bono democrático y llevó a su partido, el PAN, a niveles de rechazo tan altos que se perdió esa primera Presidencia de derechas. Para 2006, el panismo se enfrentaba a la derrota y cometió un fraude electoral para conservarse en el poder. Y en 2012, el PAN se fue a tercer lugar en las preferencias nacionales. Es decir: no hubo manera de disfrazar el descontento. El PAN y el neoliberalismo llevaban ruta hacia el barranco.

Es cierto que Fox fue un fraude en toda la extensión de la palabra, pero quizás lo más lamentable de su gestión fue darle la espalda a la gente. Fue un Gobierno para las élites como lo fue el de Zedillo. Pero nadie esperaba un cambio con Zedillo, y con Fox sí. El cambio resultó ser un brinco de un partido de derecha a otro de derecha. Los panistas se negaron a hacer historia. Las políticas públicas fueron las mismas con el PAN que con el PRI. Nunca hubo transición a una nueva era.

Ni Fox, ni Calderón, ni Enrique Peña Nieto, en 18 años de PRIAN, entendieron el reclamo de los mexicanos a políticas públicas desarrolladas a partir del neoliberalismo y, al contrario, profundizaron en ellas. Hasta que se les atravesó López Obrador.

El país ya no aguantaría políticos antipopulares más tiempo. Por fortuna, la revuelta fue cívica y llegó AMLO. ¿Su promesa? Revertir el neoliberalismo y recuperar el Estado fuerte. ¿Cómo? Promoviendo una economía nacionalista, con mayor participación del Estado. A algunos les salieron ronchas tardías, sobre todo en los círculos intelectuales, académicos, mediáticos y empresariales. Lo tacharon de “anacronismo”. México se le adelantó al mundo, les guste o no, porque abrazó de manera temprana el neoliberalismo, y ahora va en contracorriente y marca un rumbo.

Pero los capos de la intelectualidad mexicana y todos los que rechazaban un cambio de modelo envejecieron mal y no reconocerán que se equivocaron. Demasiada vanidad, demasiada deshonestidad. Prefieren insistir en el discurso de que se instaura una “dictadura” en México y no un cambio de régimen aunque, hasta ahora, no hayan aportado una sola prueba.

Alejandro Páez Varela

Alejandro Páez Varela

Periodista, escritor. Es autor de las novelas Corazón de Kaláshnikov (Alfaguara 2014, Planeta 2008), Música para Perros (Alfaguara 2013), El Reino de las Moscas (Alfaguara 2012) y Oriundo Laredo (Alfaguara 2017). También de los libros de relatos No Incluye Baterías (Cal y Arena 2009) y Paracaídas que no abre (2007). Escribió Presidente en Espera (Planeta 2011) y es coautor de otros libros de periodismo como La Guerra por Juárez (Planeta, 2008), Los Suspirantes 2006 (Planeta 2005) Los Suspirantes 2012 (Planeta 2011), Los Amos de México (2007), Los Intocables (2008) y Los Suspirantes 2018 (Planeta 2017). Fue subdirector editorial de El Universal, subdirector de la revista Día Siete y editor en Reforma y El Economista. Actualmente es director general de SinEmbargo.mx

Lo dice el reportero