
“La verdad es una; el error, múltiple”. Con esta frase rotunda inicia el libro El pensamiento político de la derecha, de Simone de Beauvoir, publicado en 1955, durante los procesos de descolonización que convulsionaron a la Francia de aquellos años. La obra, escrita en pleno mundo bipolar, con su Guerra Fría en las espaldas, tuvo un éxito notable y muchas traducciones; pero luego desapareció, como lo sabemos ahora, y muy pocos la recuerdan, yo entre ellos.
Confieso que la leí allá por el año de 1967 y me sirvió mucho para rebatir a los que desde el poder –político, eclesiástico, económico– nos acusaban por nuestras actividades opositoras al PRI de ser movidos por “intereses ajenos e inconfesables”, con lo cual afirmaban, sin decirlo, que no éramos capaces de pensar por cuenta propia. Éramos, en esa visión, herramientas de los agitadores comunistas que nos convertían en instrumentos de sus propios fines, siempre exteriores.
El país estaba bien, esplendoroso, había justicia social, una hegemonía bondadosa que nos hacía democráticos, aunque las elecciones fueran ritos simulatorios o fraudes cuando había percances. Y si los agitadores eran la causa, entonces era necesario eliminarlos, encarcelarlos y, si era menester, matarlos.
Pensaban quienes así actuaban que la sociedad era un órgano que se movía al impulso de un pensamiento único y que el pluralismo –condición de la real democracia– era cosa de los enemigos del pasado, de la reacción o los resentidos con la gran Revolución que inició en 1910.
Sé de antemano que hacer paralelismos históricos no siempre resulta afortunado. Empero, ahora en estos tiempos de “segundo piso” de una “cuarta transformación” (perdidos en los números de Clío) tiene al menos cierta pertinencia intentar alguno porque, cambiando lo que haya que cambiar, hay miga al respecto.
Ha empezado una fuerte oposición a los gobiernos de MORENA, en general; pero en particular se centran en la figura de la presidenta Claudia Sheinbaum. Es de variada naturaleza y desde el poder se le pretende ver como algo que obedece a cualquier cosa, menos a un disenso real, con diversas raíces y con puntos de vista que se desdeñan porque “la verdad es una” y está en manos del oficialismo, y todo lo que se desvíe de ahí es materia de persecución. No hay “descontento difuso” –término de la autora en cita–, lo que se hace es explotar y organizar oposiciones al poder establecido y, a la gruesa, a todo ello se le denomina “la derecha”, lo que se traduce en un intolerante insulto, adosado a un lenguaje que está a punto de derivar en gran parecido al del diazordacismo.
Los maestros de la CNTE están en el Zócalo capitalino a pesar de que se les atiende y dialogan con sus direcciones. Quieren agitar y nada más. Se entiende que esta sea la respuesta de un secretario de Educación inepto que en mala hora cayó en ese cargo. Los miles y miles de michoacanos que salieron a las calles, luego del magnicidio del alcalde Carlos Manzo, no tienen en su agenda a Michoacán, no se preocupan por Uruapan; los agitadores que están detrás son los que les han cerrado los ojos para que no vean los logros cuatroteístas.
A la movilización de la autollamada “Generación Z” la están agitando desde España, Colombia y otras latitudes. Son la derecha, nacional e internacional. Si fueran razonables o atentos al brillo del oficialismo, harían política asistiendo a los mitines laudatorios de AMLO y su sucesora, Claudia Sheinbaum, y sólo así sería correcto hacer política; olvidan que al liberal Benito Juárez se le atribuye la frase “los reaccionarios, que al fin son mexicanos”.
El opositor, el que discrepa y se expresa públicamente, es carroñero, se alimenta de pensamientos podridos y apestosos. No tiene derechos, sería la conclusión; y por tanto, más temprano que tarde, se le debe liquidar, en toda la gama que esto es posible, desde cansarlo hasta echarle perros muertos en su jardín doméstico, encarcelarlo y, en extremo, matarlo. “La verdad es una”, no lo olviden, y es una mentira que genere mujeres y hombres libres, así hablen con sólidos argumentos, como los publicados por el Instituto de Investigaciones Jurídicas de la UNAM de la sobrerrepresentación excesiva e ilegal que le da al oficialismo morenista mayoría calificada en ambas cámaras del Congreso de la Unión, y en el mismo costal meten a los críticos de Adán Augusto López y su Barredora. Lo que se diga por disenso expresado con sustento en los derechos que establece la Constitución son argumentos derechistas o manipulados de antemano, derrotados moralmente.
Y producto de una estrecha lectura –si acaso la han hecho– de Simone de Beauvoir, endilgan con el mote de “pluralismo de la derecha” a cualquiera que diga “yo discrepo”, así sea un comprometido y congruente líder de la izquierda real, anticapitalista, antimilitarista, antiautocracia.
Todos tenemos derecho a levantar la voz, a buscar plataformas de acción. Somos parte de una sociedad donde están enclavados vastos intereses contrapuestos; por eso en México se ha buscado con denuedo un sistema democrático que los resuelva sin recurrir a una política de adversarios, y al que, sin embargo, el morenismo está negado y cree que desde Macuspana hace tiempo bajó un profeta con las nuevas tablas de la ley.
¡A dónde hemos llegado!





