
Acaba de terminar semestre en la universidad donde trabajo. El elemento en común con mis grupos fue el uso de las pantallas. Ya no son los teléfonos, porque se puede exigir que no los saquen durante las clases. El problema son las tabletas y las computadoras.
Cada día es más común que los alumnos ya no lleven cuadernos. Se ha perdido la tradicional costumbre de que hagan sus apuntes a mano, sobre las hojas, a partir de lo que dicta el profesor, copian del pizarrón o resuelven. Y esto no hará sino incrementarse. Hoy en día, gran parte de mis alumnos toman notas en tabletas o computadoras. Más en lo primero que en lo segundo, lo que también implica cierta transición.
Resulta que en las tabletas más avanzadas se cuenta con una pluma digital, por lo que resulta sencillo hacer lo que antes no se podía realizar en una computadora: resolver ejercicios matemáticos. En el dispositivo se pueden hacer los cálculos necesarios, las progresiones, tener hojas de tamaño muy grande donde quepan las operaciones más complejas. Basta con tachar algún equívoco en una ecuación para que éste desaparezca. Ni qué decir de las capacidades para gratificación.
Aunque soy un convencido de que escribir a mano tiene un sinnúmero de ventajas, lo cierto es que puedo estar equivocado, hablar desde la nostalgia de quien no se ha adaptado a la tecnología actual. Así que es casi imposible prohibir que esos apuntes que, en algunos casos, hasta se pueden convertir en texto con alguna tipografía tradicional, se tomen en las tabletas.
Un profesor de cálculo me dice que, en ocasiones, los alumnos resuelven en sus pantallas las funciones o multiplicaciones de matrices más rápido de lo que él puede hacerlo. ¿Y cómo no?, si ya hay programas que van verificando lo que uno hace. Más aún, cuando no entienden algo, cuando se atoran en algún ejercicio, los alumnos le piden a la IA no sólo que resuelva el ejercicio, sino que lo haga paso a paso. Sin duda, es una tecnología que se tendrá que aprovechar.
La contra es evidente: cada vez tenemos alumnos más distraídos, con menor capacidad de concentración. Y es que, entre un paso y el siguiente, entre un diagrama que se hace en el pizarrón y algunos puntos que es importante resaltar, aprovechan para jugar en una app, para revisar sus correos, para responder en Instagram o para ver un video corto. No es poco común que, de pronto, alguna de las pantallas suene con el audio de algún video. Ya ni siquiera se avergüenzan cuando eso pasa, piden perdón y a lo siguiente.
Lo dicho, este fenómeno no hará sino aumentar y, al margen de las preferencias que uno tenga respecto a la lectoescritura, lo cierto es que debemos encontrar, pronto, estrategias que incorporen estas capacidades tecnológicas. Aunque, se me ocurre, que en un semestre no muy lejano, dar clases presenciales será demasiado parecido a impartirlas a la distancia.
Si como profesor universitario me preocupo, como padre de dos adolescentes mucho más. Ojalá mis temores sean infundados.





