
“Política es aquello en lo que se tiene que estar preparado para todo, en especial cuando hace de la vida social no tanto una cuna de seguridad como la fuente de todo peligro, por lo tanto…, no puede ser el lugar de la felicidad humana; le distingue la desconfianza, la desilusión y la duda”
P. Sloterdijk
Crítica de la razón cínica
De la misma manera que los agujeros negros de Lifshitz se comportan de modo diferente, toman direcciones caprichosas, generan caos y crean en su entorno un cerco del que no se puede escapar debido a que lo protegen ambientes poderosos y sobrecogedores; el Presidente norteamericano Trump ha introducido a escala planetaria situaciones parecidas de desorganización, inestabilidad y falta de regulación que apuntan al desorden y a la confusión generalizada. En la intentona de “hacer grande a América de nuevo” se vale de medios ilegítimos para crear artificialmente conflictos, desintegrar acuerdos internacionales, obstaculizar la autonomía de los Estados, arruinar tratados económicos para el desarrollo global y utiliza la arbitrariedad como forma de justicia. Como si el mundo funcionara en ausencia de leyes, Trump actúa como los forajidos del lejano oeste norteamericano: audaz y expeditivo, con autosuficiencia irreflexiva, alarde de individualismo, depredador y egocéntrico en extremo para reinventar a diario la realidad y someterla a su “infalible” voluntad.
Sin nutrirse de la historia, de lecturas políticas, sin consultar los reportes escritos de sus asesores opera oralmente y, a causa de esta inestabilidad emocional y sus cambios repentinos se manifiesta incapacitado para la solidaridad y la cooperación; de ahí que, a causa de la ruptura entre inteligencia personal y habilidad política, tenga dificultades para respetar acuerdos y no obedezca el mandato de nadie; esto incluye la Constitución de su país, las reglas de la diplomacia y la normatividad de las instituciones internacionales y provoque continuamente situaciones caóticas que aceleran las contradicciones políticas y colocan al mundo en la lógica del conflicto.
No obstante, estas desviaciones y rupturas, el “gringo” pretende ser un héroe redentor, cuando en los hechos se exhibe como un fascista, al reducir la política al uso de la violencia; ignora que la paz, la justicia y la protección debieran ser las palabras sagradas de la política y no caer en el error de creer, como Platón en su libro la República, quien después de escribir que la verdad a de prevalecer sobre todas las cosas, afirma pocas líneas después, que la mentira es útil a quienes gobiernan un Estado, pues, de esa manera, cuidan la vida frágil de la República (Platón. Obras completas, 388-89 d, páginas 714-715 d. Editorial Aguilar). Sin embargo, en la actual correlación geopolítica, políticas de estilo trumpista no abonan a la mejora del mundo, pues, en el fondo, apuntan a un sólo objetivo: beneficiar exclusivamente a la plutocracia oligárquica norteamericana que, gracias a esas políticas, ve todos los días aumentar su riqueza y multiplicar su poderío económico, mientras su Presidente hunde a la comunidad internacional en la anomia.
Anomia es un término sociológico creado por el francés Émile Durheim para describir una situación en la que las normas y las instituciones se hacen inestables para dar lugar a una situación en que la vida social, económica y política se torna desorganizada y sin orden por la usencia de derechos y expectativas de entendimiento. Históricamente, por ejemplo, los aranceles son utilizados por los países poderosos para proteger su economía y fomentar la industria nacional; sin embargo, en un mundo globalizado su aplicación tiene consecuencias desastrosas para los mercados que, desregularizados, optan por crear restricciones a la libre competencia y obliga al uso de formas de intercambio que hoy podríamos considerar atávicas, como la vuelta a la práctica de relaciones desiguales entre los países en el reparto de la riqueza y la renta; de ahí el asombro que provocó Úrsula von der Leyen, presidenta de Unión Europea, al aceptar el 15 por ciento de aranceles que Trump les impuso sin reciprocidad alguna y aceptar el aumento del cinco por ciento del PIB nacional para la compra de equipo militar (principalmente a empresas armamentistas norteamericanas), a sabiendas que ese incremento destruirá y desmantelara los sistemas asistenciales (educación, salud, altos salarios y otros) que les llevó a los gobiernos socialdemócratas europeos 80 años construir y, lo peor, no percatarse que el intercambio que Estados Unidos les impuso no se ajusta a la ley del beneficio mutuo, en que la ganancia de una parte debe ser exactamente igual a la pérdida de la otra. En este caso, se trata de un intercambio desigual en el que una de las partes se queda con la ganancia, impidiendo a la otra su desarrollo; Inmanuel Wallerstein, quien acuño el término “intercambio desigual” para referirse al saqueo colonial de Occidente al Sur Global se preguntaría: ¿Se tratará ahora de la colonización norteamericana de Europa? Todo es posible, no debe perderse de vista que el imperio, pese a su decadencia y el reducido poder que le queda, quiere recuperar la hegemonía que ejerció a escala planetaria después de la caída del socialismo real en 1989; pero ojo, los europeos no son las únicas víctimas, ante el anuncio de Washington de que en lo sucesivo la doctrina Monroe guiará sus relaciones con América Latina nuestros países deben esperar también acciones más contundentes: golpes de Estado, imposición de gobiernos títeres, disturbios, desordenes, usos perversos de los medios, inconformidades inventadas, movilizaciones violentas y otras “chuladas” propias del imperio.
Vuelvo al tema de la anomia; en tanto desviación social la anomia se produce en periodos de crisis económicas, sociales y culturales; se caracteriza por comportamientos anormales de los individuos a consecuencia de condiciones críticas que reclaman cambios rápidos y de raíz que suelen ser ilegítimos, aunque innovadores. En este contexto, un fanático, dogmático, propicio a acciones descabelladas, como Trump, que, como ya dije, actúa como si el mundo no existiera y la única realidad es la que su cabeza construye, podemos afirmar, sin equivocarnos, que sus actos constituyen un síntoma de algo que no alcanzamos a ver, un campo oculto de carácter social y contenidos encubiertos qué dejan entrever la creación artificiosa de condiciones materiales que aceleraran la caída del capitalismo y el establecimiento de una sociedad poscapitalista. Sus oscilaciones, el cambio continuo de sus discursos y decisiones necesariamente están cargados de significados que es necesario develar.
Los cambios que ocurren a diario, si observamos con atención, han debilitado las bases históricas sobre las que descansa el sistema, sin que se hayan desarrollado, en términos sociales, las reglas que corresponden a una nueva realidad social fincada en la igualdad y la justicia social; pero, si damos un uso correcto las tesis de Durkheim y Merton, diríamos que Trump ha empeorado la enfermedad terminal que padece el capitalismo que, de continuar, a mediano plazo colapsará la economía de mercado; sí esto es así, el reto no es intentar corregir lo que está sucediendo, sino detectar correctamente estos síntomas y tomar las medidas conducentes para que los pueblos más dañados den un golpe de timón en el sentido correcto de sus intereses.
Trump no es, como afirman algunos analistas, un desquiciado, incluso si lo fuera, caería en la categoría del loco de Nietzsche quien escribió en Aurora, párrafo 14. Edomat: “Casi siempre la locura como fuerza disruptiva ha abierto el camino a las nuevas ideas, la que ha roto la barrera de las costumbres o de una superstición venerada. ¿Comprendéis por qué ha sido necesaria la ayuda de la locura? Esto es, [sin embargo], algo terrorífico… algo digno de miedo”; hay muchos ejemplos, obligados a fingir, los locos son síntoma, huellas que descubren lo que la realidad oculta; sólo un análisis correcto de sus significantes puede revelar su verdadera naturaleza.
En 2024 el economista y político griego Yanis Veroufakis publicó un libro con el título de Tecnofeudalismo. El sigiloso sucesor del capitalismo (Editorial Deusto), en él denuncia la aparición de la nueva nobleza que hoy concentra el poder económico y político mundial y que cambiará los paradigmas sociales y políticos actuales para imponer una nueva jerarquía que excluirá al ciudadano común de todo beneficio que se identifique con la justicia social, al mismo tiempo que cerrará toda posibilidad de ascenso social basado en la meritocracia o los emprendimientos personales.
El imperio socio económico que viene será absolutamente privado, el poder político y la riqueza se fusionarán para ejercer un poder común de tipo feudal-tributario, es decir, todos pagaremos impuestos a entes privados bajo la forma de renta para acceder a los productos digitales que ya monopolizan; el Estado quedará fuera de todo posible control de la economía y perderá toda influencia política; en adelante el verdadero poder pertenecerá a las empresas tecnológicas que controlan y moldean ya el comportamiento humano cerrando un cerco infernal de dependencias muy difíciles de combatir y resistir, pues si no compras o te suscribes pagando el tributo correspondiente, no existes.
¿Qué hace Trump en favor de este nuevo escenario? Dejar en manos privadas todo el poder; antes, con sus “locuras”, intenta garantizar al nuevo sistema los insumos suficientes para imponer sus proyectos; de ahí las presiones para subordinar a sus antiguos aliados al poder emergente, asegurar tierras y minerales raros con el dinero de Europa y los recursos naturales del sur global, en especial de Latinoamérica con la puesta al día de la Doctrina Monroe.
El plan apuesta por la centralización de las tecnologías de la comunicación, información e inteligencia artificial, la computación cuántica, el internet, la biotecnología, la robótica y la integración de sistemas que colaboren entre sí. Las empresas tecnológicas son Apple, Google, Facebook, Oracle, Amazon, Instagram, Tesla, Nvidia, IBM, WhatsApp y otras menores; sus dueños, billonarios en dólares, serán los nuevos señores feudales de gran parte del mundo; de ahí, su desinterés por resolver ninguno de los grandes problemas del planeta, a no ser el proyecto de reducir la población mundial a dos mil millones de seres humanos; los síntomas son claros, estos individuos, los hombres más ricos del planeta están adquiriendo grandes extensiones territoriales para construir ciudades que me atrevo a calificar de asépticas, es decir, sin Estado, sin impuestos, sin gente diferente de ellos (la servidumbre será substituida por humanoides); los espacios urbanos estarán libres de contaminantes, sin basura, sin pobres ni enfermos; habitados exclusivamente por “superhumanos” (ellos) construidos por sus tecnologías (biotecnología), con ADNs modificados para no enfermar y posibilidades de vivir más de cien años, con facultades corporales y mentales plenas, y esto no es “un gran paso de la humanidad”, nosotros, los marginados y humillados y los niños continuarán muriendo a causa de la pobreza, las enfermedades y los flagelos de todos los días, sin remedio.





