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Adrián López Ortiz

01/07/2018 - 12:00 am

Reflexiones de un votante

Votar no es cualquier cosa. Votar es importante más allá de si hace calor, de si no te gusta la política o de si desconfías de todo el sistema y crees que no vale la pena. No importa si reniegas de todo, votar sigue siendo muy importante y lo que suceda hoy como resultado de la elección, te afectará el resto del sexenio. Aunque no quieras. Si eres mexicano mayor de edad, no puedes sustraerte al impacto de las elecciones.

Si gana, qué bueno: tendrás la oportunidad de “acompañarlo” durante su Gobierno. Si pierde, tienes una responsabilidad aún mayor: vigilar al ganador desde la oposición. Fiscalizar, exigir cuentas, ser crítico. Foto: Isaac Esquivel/Cuartoscuro.

Para cuando leas esto habrán sucedido dos cosas hoy domingo primero de julio de 2018. Una: ya fuiste a votar y tienes el dedo manchado con tinta indeleble. Si es así, te felicito. Eres un ciudadano responsable y a lo mejor hasta te ganaste algún descuento en algún negocio. Aprovéchalo.

O dos: que todavía no hayas ido a votar y, si es así, te invito a que no dejes de hacerlo. Estás a tiempo, haz valer tu derecho.

Votar no es cualquier cosa. Votar es importante más allá de si hace calor, de si no te gusta la política o de si desconfías de todo el sistema y crees que no vale la pena. No importa si reniegas de todo, votar sigue siendo muy importante y lo que suceda hoy, como resultado de la elección, te afectará el resto del sexenio. Aunque no quieras. Si eres mexicano mayor de edad, no puedes sustraerte al impacto de las elecciones.

Votar es el acto más básico en un sistema democrático. Un acto elemental que lo posibilita todo. Es una oportunidad individual para que ejerzas tu libertad y opinión personal sobre el pasado y el futuro. Sobre el pasado, porque con tu voto castigas o premias a quienes están ahora en el Gobierno. Y sobre el futuro porque eliges a quienes quieres que gobiernen los próximos años. Tu voto fija postura y define rumbo.

Puedes votar con el estómago, con la cabeza o con ambos. De hecho, yo creo que siempre votamos con una mezcla de las dos: tenemos sentimientos sobre la política y nuestros gobernantes; y también tenemos información, juicios de valor y dudas sobre los candidatos en la boleta. No votamos como compramos unos zapatos o un refrigerador, en realidad siempre votamos con contexto: lo que pasa a nuestro alrededor influye siempre en cierta medida sobre nuestra elección. A veces más y a veces menos. El voto es un acto de inteligencia y un acto emocional. Una cosa no demerita la otra, somos humanos.

Pero lo más extraordinario del voto es que es al mismo tiempo un acto de libertad/responsabilidad individual y una manifestación colectiva. Cuando votamos, votamos igual o diferente a los demás, a los otros. Y ahí sucede la magia: el voto nos conecta con aquellas personas que comparten nuestra opinión en alguna otra casilla en el resto del país. Y nos diferencia de aquellos que tienen una opinión distinta. En ese sentido, votar es aceptar nuestra pluralidad y diversidad. Si eres de los que creen que ningún candidato vale la pena y por eso anularás tu voto, incluso esa postura es una expresión de nuestra diversidad democrática. Cuando anulas, tu voto cuenta y sigue “diciendo” algo.

Pero ojo, el voto no es el punto de final de un sistema democrático, sino el punto de partida. El voto es la unidad básica del sistema electoral pero la democracia es más que las puras elecciones. Las elecciones son el sistema imperfecto que hemos elegido para definir a quienes nos gobiernan, pero la democracia va más allá. Por eso cuando votas haces un compromiso de apoyar, darle seguimiento y criticar a la persona que estás eligiendo.

Si gana, qué bueno: tendrás la oportunidad de “acompañarlo” durante su Gobierno. Si pierde, tienes una responsabilidad aún mayor: vigilar al ganador desde la oposición. Fiscalizar, exigir cuentas, ser crítico. Los dos son roles válidos y necesarios para que el sistema contradictorio democrático funcione. No firmemos cheques en blanco.

El voto es un compromiso. Es responsabilidad. Es fijar una posición política. Pero no es un acto de magia, sino el banderazo de una larga carrera que se llama ciudadanía. Y aquí viene lo mejor: las democracias son tan buenas como sus ciudadanos.

En México hemos avanzado pero falta mucho por aprender y desarrollar. Somos un país grande y complejo. Una nación diversa y plural, pero también insegura y desigual: nuestro sistema político y quien aspire a gobernarlo debe entenderlo y aceptarlo así. No hay recetas mágicas ni salvadores, no seamos ingenuos. Hay alternativas y opciones para el cambio o la continuidad, usted elige, pero ninguna se construirá ni rendirá frutos aislada. Necesitan del talento y el acompañamiento de todo un país, para apoyar lo bueno y criticar lo malo, para estar ahí firmes a lado.

Aunque usted no lo crea, su gobernante electo lo necesitará mucho, y usted deberá estar ahí cuando sea el momento para informarse, para exigir, para criticar, para apoyar. Lo más probable es que los elegidos quieran aislarse y resolver entre cúpulas, el poder es así, lo enseña la historia: no lo concentremos demasiado.

Vote pues, que yo haré hoy lo mismo. Y lo haré con un montón de dudas, reflexiones y datos. Como soy periodista tal vez tengo demasiados datos y por eso debo luchar contra el pesimismo. Ninguno me gusta, pero elegiré entre lo que hay. La democracia es discriminar entre alternativas.

¿Por quién votaré? El voto es secreto.

Adrián López Ortiz
Es ingeniero y maestro en estudios humanísticos con concentración en ética aplicada. Es autor de “Un país sin Paz” y “Ensayo de una provocación “, así como coautor de “La cultura en Sinaloa: narrativas de lo social y la violencia”. Imparte clase de ética y ciudadanía en el Tec de Monterrey, y desde 2012 es Director General de Periódicos Noroeste en Sinaloa.

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