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Tomás Calvillo Unna

10/08/2016 - 12:00 am

El árbol de la vida de Ildefonso Zamora

No estaría de más que los artesanos de Metepec , al menos alguno de ellos , dedicaran uno de esos árboles de barro a Ildefonso Zamora y su comunidad de San Juan Atzingo para recuperar así, al menos en la memoria, la sacralidad de los bosques en medio de la barbarie, revestida , en ocasiones, de autorida

Escultura de Oscar Soteno originario de Metepec, la cual se encuentra en el Museo de Arte Popular de la Ciudad de México
No estaría de más que los artesanos de Metepec, al menos alguno de ellos , dedicaran uno de esos árboles de barro a Ildefonso Zamora y su comunidad de San Juan Atzingo. Foto: Escultura de Oscar Soteno originario de Metepec, la cual se encuentra en el Museo de Arte Popular de la Ciudad de México.

En este sosegado apartamiento
lejos de cortesanas ambiciones,
libre curso dejando al pensamiento,
quiero escuchar suspiros y canciones.

¡El himno de los bosques! Lo acompaña
con su apacible susurrar el viento,
el coro de las aves con su acento,
con su rumor eterno la montaña…

Manuel José Othón, El Himno de los Bosques

 

¿Cuántos presos políticos, presos de conciencia hay en el país?

Sería valioso que el Congreso presentara una lista a la Nación y mostrara su voluntad de fortalecer un régimen democrático que cada día se deteriora más, enseñándonos su compromiso con la República y sus ciudadanos.

La fuerza está imperando, no la razón; y en esa dinámica todo tipo de violencia se manifiesta, en especial la represiva, a lo largo y ancho del territorio nacional.

La conciencia social de los ciudadanos está debilitada, de otra manera no podríamos explicarnos, cómo frente a nuestros ojos la justicia se nos exhibe una y otra vez de cabeza; Sí, la justicia está de cabeza. Criminales libres y con poder, y luchadores sociales en la cárcel o asesinados.

El caso de Ildefonso Zamora es emblemático en este paisaje social que comienza a incendiarse. Preso hace más de 7 meses, perdió a su hijo Aldo asesinado en el 2007 y enfrento junto a su familia y comunidad de San Juan Atzingo, a los depredadores de los bosques y sus aliados financieros y políticos, miembros de esa casta de delincuentes que comienzan a ostentar poder en los ámbitos locales, regionales y nacional.

Defensor de la vida, de los bienes de la tierra, de la herencia de sus ancestros, de la riqueza de su comunidad, del básico y esencial compromiso del ser humano con su entorno, en su caso, la hermandad con los árboles del Gran bosque del agua, donde se encuentra su casa, su familia, los suyos, habitantes de México, mexicanos del Estado de México.

Guardián por voluntad propia de la parcela de la naturaleza que le corresponde de sus oyameles, pinos y encinos, durante años enfrentó a los tala-montes, en una región considerada vital para la sustentabilidad de millones de habitantes en el centro del país.

Después del asesinato de su hijo Aldo, incluso el gobierno de la Republica, reconoció su lucha y le otorgó al Premio al Mérito ecológico, visibilizando así a nivel nacional sus esfuerzos. No obstante los riesgos para su vida y las de los miembros de su comunidad no cesaron; hace cerca de 8 meses las autoridades del Estado de México lo recluyeron en el Centro de Prevención y Readaptación Social de Tenancingo.

Greenpeace, el Centro de Derechos Humanos Agustín Pro Juárez y Amnistía Internacional, no han cejado de denunciar la injusticia y la falsedad de las acusaciones imputadas al líder de conciencia Ildefonso Zamora.

Ildefonso Zamora no puede seguir encerrado, debería estar recorriendo el país enseñando su conocimiento y experiencia, compartiendo su vida en libertad con otras comunidades que defienden su lugar en la tierra, en el planeta tierra, en la parcela que se nombra todavía México.

Su historia nos enseña la urgencia de recuperar el sentido de las cosas; es algo fundamental que está en el origen mismo de la existencia y se ha representado en todas las culturas durante siglos como el Árbol de la Vida. Ese tejido maravilloso entre la tierra, los cielos y el ser humano y su mundo, sus raíces, ramas y frutos.

No estaría de más que los artesanos de Metepec , al menos alguno de ellos , dedicaran uno de esos árboles de barro a Ildefonso Zamora y su comunidad de San Juan Atzingo para recuperar así, al menos en la memoria, la sacralidad de los bosques en medio de la barbarie, revestida , en ocasiones, de autoridad.

 

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