ENTREVISTA | Una historia de violencia: Óscar Martínez

11/03/2017 - 12:02 am

“Lo que México teme que Trump haga con sus migrantes, México ya lo hace con los centroamericanos. México ya actúa como Trump con los centroamericanos: deportaciones masivas, redadas migratorias, violación de derechos humanos, etc.” Se dice que si México es el patio trasero de Estados Unidos, Centroamérica es el patio trasero de México. La irrupción violenta de los cárteles mexicanos de la droga en países como Honduras o Guatemala, y la manera en que autoridades migratorias y organizaciones criminales degradan y explotan a los inmigrantes centroamericanos en su paso por México, lo confirman.

Ciudad de México, 11 de marzo (SinEmbargo).- La región que comprende a Honduras, Guatemala y El Salvador es hoy la más violenta del mundo. En Honduras, por ejemplo, la tasa de homicidios ronda los 51 por cada cien mil habitantes. En Guatemala, escenario de varias masacres perpetradas por los Zetas, la tasa alcanza los 39 homicidios por cada cien mil habitantes.

En su más reciente libro, Una Historia de Violencia (Debate, 2016), el periodista salvadoreño Óscar Martínez reúne catorce crónicas sobre la violencia en Centroamérica, propiciada por dos fenómenos: la presencia de las grandes pandillas como La Mara o Barrio 18 y la irrupción de las organizaciones criminales mexicanas como Los Zetas.

También es un compendio del infierno que los centroamericanos tienen que enfrentar a su paso por México: secuestros, violaciones sexuales, homicidios, reclutamiento forzado, asaltos, humillaciones por parte de los agentes de migración: seres humanos que han conocido el infierno en la tierra al ser interceptados por criminales en estados como Tamaulipas, Chiapas, Veracruz o Tabasco.

–Explícanos a grandes rasgos el contexto histórico reciente de Centroamérica antes del cambio en la dinámica de la violencia a causa de los cárteles de la droga.

–Honduras, Guatemala y El Salvador son tres países muy pobres, muy desiguales. El descontento social estalla en Centroamérica cuando se forman las guerrillas y se desatan las guerras civiles. Durante los años ochenta hay mucha población migrante centroamericana que se larga a Estados Unidos huyendo de una violencia muy clara, la violencia de la guerra. En El Salvador, por ejemplo, hubo más de 70 mil muertos y decenas de miles de desaparecidos. En Estados Unidos se forman grandes comunidades centroamericanas que se encuentran, sobre todo los adolescentes, con el gran problema de las pandillas sureñas de Los Ángeles. Pandillas ya reconocidas de mexicanos, boricuas, estadounidenses. Pero los centroamericanos no tenían cabida en ninguna y empiezan a juntarse para defenderse y poco a poco integran lo que ahora en Centroamérica son dos de los principales nombres del miedo: las pandillas Barrio 18 y la Mara Salvatrucha. Pero luego viene el elemento que nos conduce a la violencia actual de la región: a finales de los ochenta, principios de los noventa, Estados Unidos decide deportar a cerca de 4 mil de estos pandilleros que tenían antecedentes penales, que ya eran expertos en organización de pandillas juveniles, a sociedades como las centroamericanas donde los estados eran débiles, y aquí, esos pandilleros bajados del norte, se encuentran y construyen el fenómeno de las pandillas que superó por mucho al fenómeno registrado en California.

–Mencionas en el libro que antes la violencia no estaba directamente relacionada con el narco, pero ahora sí, sobre todo en Guatemala y Honduras. ¿Cómo se va dando este cambio por la invasión de las organizaciones criminales mexicanas como el Cártel de Sinaloa y Los Zetas?

–Los cárteles mexicanos han tenido relación con las organizaciones centroamericanas desde hace muchos años. Incluso Joaquín Guzmán Loera, en los años 90, se escondió en Honduras luego de escapar por primera vez de la cárcel. En algunos países de la región, principalmente Honduras y Guatemala, sí hay organizaciones de narcos que tienen varias décadas operando. Guatemala, que se considera la oficina centroamericana del tráfico de drogas por su frontera con México, tiene organizaciones como las de Los Lorenzana y Los Mendoza, que son criminales desde los años setenta. El trafico de drogas en Honduras y Guatemala ha corrompido a las instituciones y ha generado violencia en muchos de los departamentos [estados] donde estos capos han sustituido al Gobierno. Ahora, alrededor del año 2008, la ecuación cambia bastante en Guatemala cuando un grupo de capos decide contratar a los zetas, que en ese entonces recién se habían escindido del Cártel del Golfo, para matar a un narcotraficante local. Meten a Los Zetas a Guatemala por la puerta grande, les presentan contactos, les facilitan todo para que cometan el asesinato, pero después de eso, Los Zetas deciden quedarse. A partir de entonces Guatemala experimentó una violencia del narco como no se había visto antes. Hicieron una entrada tan espectacular y tan violenta que las autoridades tuvieron que fijarse en ellos y les dieron un golpe tan duro que redujeron su presencia a partir del año 2013.

Óscar Martínez, ganador del Premio Internacional a la Libertad de Prensa. Foto: Especial

–¿Y el Cártel de Sinaloa?

–El Cártel de Sinaloa a mí me da la impresión de que, tal como lo hace en México, es un cártel más sofisticado y más inteligente para establecer sus relaciones. Corrompen. Entienden que en Centroamérica quizá es mas útil tener influencias en la alta política que músculos en la calle. Los cárteles mexicanos tradicionalmente suelen trabajar con agentes libres, no solo tienen a un contacto para relacionarse, sino que normalmente tienen a tres o cuatro personas que suplen sus necesidades de trafico de estupefacientes hacia el norte. Si bien en México es imposible que alguien que trabaja para Sinaloa lo haga también para el Golfo, en Centroamérica sí ha sido posible, sí lo han permitido.

–Me gustaría que me hablaras sobre el prólogo de tu libro. Lo dedicas a los lectores estadounidenses y les respondes a una pregunta que te han hecho de manera regular: ¿qué propones para solucionar el problema? Tu solución es que se enteren, que sepan más, que entiendan más de lo que pasa en la región.

–El prólogo originalmente fue escrito para la edición que apareció en Estados Unidos. Yo tengo un alto interés de que una sociedad tan desconectada de Centroamérica lea estas historias en las que siempre se menciona a Estados Unidos, con una relación a veces muy cercana y muy presente, a veces más lejana. Estados Unidos es un país que tenía en el centro de su atención durante la década de los ochenta a los países centroamericanos, nos miraban con lupa, les interesaba cómo se resolvía principalmente en El Salvador la guerra fría. Ha habido apoyo de las agencias estadounidenses a algunas guerrillas y regímenes militares brutales que durante esos años gobernaron estos países. A Estados Unidos le interesó mucho nuestra guerra pero le importó muy poco nuestra paz, y fue un actor muy importante para que esa paz fuera una paz muy violenta. No sólo habían destruido unos países totalmente desmoronados donde la violencia era una forma de ejercer el poder estatal, sino que habían financiado a un ejército que descabezó a muchas familias en esos países, que dejó huérfanos a un montón de gente y un absurdo plan de deportación de criminales hacia estos países que eran países sin ninguna infraestructura para poder atajar ese reto. Ahora, creo que no es difícil decir que también sería interesante que los lectores mexicanos voltearan a ver un poco más hacia Centroamérica. Son cientos de miles de centroamericanos los que cada año cruzan ese país intentando llegar a Estados Unidos, y mi libro Los migrantes que no importan, se dedica justamente de explicar la terrible experiencia que esos migrantes sufren en México. Yo sí creo, como todo periodista, que saber es un acto político, y debería ser un acto político irreversible, es decir que el saber, y esa es nuestra función, que la gente entienda y sepa, tiene que cambiar las cosas, que a mí me parecía que si bien se hablaba mucho de los centroamericanos que huyen de sus países de origen, se había hablado muy poco del por qué huyen.

–Me interesa que amplíes algo de lo que acabas de mencionar. La indiferencia de la sociedad mexicana con respecto a lo que está pasando con los migrantes centroamericanos. Me queda claro la razón por la cual quieres que los estadounidenses deben leer este libro, pero me gustaría que me ampliaras la razón por la cual los mexicanos debemos interesarnos por el tema.

–Te agradezco esa pregunta. Empiezo diciendo que en México yo encontré de mexicanos algunas de las voluntades más poderosas en defensa de los migrantes centroamericanos. Menciono a Alejandro Solalinde, menciono a Pedro Pantoja, menciono a Las Patronas, menciono a otros muchos sacerdotes que se rifan literalmente la vida por estas personas que ni siquiera conocen y que van de paso. Dicho eso, también encontré en México la deshumanización más profunda que he visto en las zonas de paso de los indocumentados centroamericanos. En primer lugar, son una población que no denuncia porque considera a los cuerpos policiales y militares como enemigo. Basta ver algunas encuestas que han hecho FLACSO y otros centros de investigación en las que todas las corporaciones policiacas de México han sido perpetradoras de extorsiones, golpizas o violaciones sexuales a indocumentados. No denuncian porque consideran que quien recibe la denuncia es el enemigo. Otra cosa: no votan, es decir, no son objetivo político de nadie, ningún político se quiere tomar una foto con un inmigrante por que no le sirven de nada. Y en tercer lugar: van de paso, no se quedan para denunciar, no generan presión social, quieren pasar discretos y anónimos. Con lo cual son las victimas perfectas y de ellos se han aprovechado desde el Cártel de Sinaloa que en el desierto de Altar les cobra 700 pesos por dejarlos pasar, los zetas que secuestran en Coatzacoalcos a miles de indocumentados cobrando por ellos entre 300 y 5 mil dólares como deposito rápidos para liberarlos, hasta pequeñas bandas de asaltantes, en zonas como Chiapas, gente con machetes que en lugar de ocupar el machete para bajarles unos mangos a los migrantes, decidieron ocuparlos para asaltarlos y para violar a las mujeres. Entonces México ha sido históricamente un infierno para los centroamericanos que cruzan. Lo que México teme que Trump haga con sus migrantes, México ya lo hace con los centroamericanos. México ya actúa como Trump con los centroamericanos: deportaciones masivas, redadas migratorias, incluso en el Tren de La Bestia, violación de derechos humanos en las estaciones migratorias, etc.

–En México se dice que parte de la violencia es responsabilidad de Estados Unidos porque de allá vienen las armas y allá está el principal mercado de consumidores. Sin embargo, la corrupción a gran escala ha propiciado el crecimiento de las organizaciones criminales mexicanas. Los gobiernos centroamericanos también han sido opacos en este asunto de la violencia y la emigración.

Sí, claro, sobre todo países como Guatemala y Honduras en los que el crimen organizado vinculado a las drogas tiene una presencia muy poderosa, tienen todo su sistema podrido. Han decidido sacrificar a su gente con tal de no terminar de afectar a su economía porque en algunos de estos países las remesas constituyen hasta el 20% del PIB. La retórica gubernamental desde Centroamérica es la de que el migrante es chingón y nos cuentan muy poco la otra parte de violaciones y secuestros. Los gobiernos de la región han sido muy negligentes a la hora de controlar este problema.

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