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Jorge Alberto Gudiño Hernández

10/12/2022 - 12:05 am

300 páginas

“Uno asume que los legisladores, encargados de aprobar o rechazar esas leyes, las entienden a cabalidad. Para entenderlas, tendrían que haberlas leído, discutido, confrontado, dialogado y demás”.

“(…) me parece ridículo que nuestros legisladores voten por propuestas de ley presentadas el mismo día de la votación”. Foto: Juan José Estrada Serafín, Cuartoscuro

He dedicado buena parte de mi vida a leer. De ahí que sepa que existen límites en relación a la cantidad de cuartillas que uno es capaz de engullir por día, por hora, por semana o por mes.

Sé, por ejemplo, que si uno sólo quiere pasarle la vista por encima a un documento para enterarse de algo o para encontrar cierta información, puede conseguirlo a velocidades verdaderamente altas. También, que el lector no se enterará demasiado del contenido del texto. Sobre todo, si éste es complejo o muy largo. Estas variables suelen jugar en contra de la comprensión y no son muy amigas de la velocidad. En otras palabras, uno se cansa leyendo (aunque esté muy entrenado) y se requiere cierta calma para entender a cabalidad las cosas.

Sé que uno puede extraviarse en una buena novela y perder la sensación de su propia temporalidad. Me ha pasado que comienzo a leer y, varias horas más tarde, me doy cuenta de que no me pude separar del texto en cuestión. Algo similar ocurre cuando algunos lectores de altos vuelos confiesan ante un auditorio que se dedica a otras cosas cuántos libros leen al año, a la semana o al mes. Siempre suena a mucho hablar de una decena de libros mensuales, por ejemplo. Sin embargo, si el sujeto en cuestión es un lector profesional, resulta que puede leer cuatro, seis u ocho horas diarias. Eso significa que no lee muy rápido sino que lee mucho. La velocidad, sabemos, se relaciona con distancia y con tiempo.

Sé que leer libros teóricos, académicos, ensayos, demandas o cualquier texto especializado requiere más tiempo que leer una novela. Al menos, en promedio. La parte mecánica de la lectura es la menos relevante. Cuando uno se enfrenta a la ficción desde una perspectiva muy superficial, conformándose con que sólo le cuenten una historia e ignorando el resto de los niveles de lectura, puede activar el modo automático en el desplazamiento de los ojos. Cuando, no obstante, lo que importa es entender un párrafo árido, de poco vale que los músculos del cuerpo estén bien entrenados. La comprensión requiere ir hacia adelante y hacia atrás, discutir con el texto, enfrentarse a él. Una línea puede dar para una hora y seguir siendo difícil. Es cierto, la velocidad de comprensión también se relaciona con las capacidades lectoras que se van desarrollando con el tiempo, pero implica tomarse la cosas con cierta calma. Entender a cabalidad un texto implica respetarlo, encontrar sus fallos y sus aciertos, ser capaces de llegar lo más hondo posible, lejos ya de esa lectura de ojos rápidos y a ver qué pesco.

Justo porque sé que la lectura es un asunto de velocidades variables que implican cierto compromiso, me parece ridículo que nuestros legisladores voten por propuestas de ley presentadas el mismo día de la votación. Ojo: que voten, sea a favor o en contra. Uno asume que los legisladores, encargados de aprobar o rechazar esas leyes, las entienden a cabalidad. Para entenderlas, tendrían que haberlas leído, discutido, confrontado, dialogado y demás. Yo, lo siento, ni siquiera creo que hayan sido capaces de leerlas. No en ese tiempo, no a esa velocidad. No niego que existan personas capaces de hacerlo aunque deben ser pocas, muy pocas. Incluso entre ellas, permitiéndome el hipotético, me da trabajo pensar que ese texto leído fue tan terso que se aprobó sin proponer modificaciones.

Sé, pues, que es un asunto político. Me gustaría, empero, que fuera de lectura. Creo que es lo mínimo que se les debería exigir a nuestros legisladores: que lean las propuestas, los dictámenes, las leyes por las que votan.

Jorge Alberto Gudiño Hernández
Jorge Alberto Gudiño Hernández es escritor. Recientemente ha publicado la serie policiaca del excomandante Zuzunaga: “Tus dos muertos”, “Siete son tus razones” y “La velocidad de tu sombra”. Estas novelas se suman a “Los trenes nunca van hacia el este”, “Con amor, tu hija”, “Instrucciones para mudar un pueblo” y “Justo después del miedo”.

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