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Una mujer británica perdió movilidad en la mitad del cuerpo. La COVID-19 inflamó gravemente su cerebro

24/07/2020 - 6:29 am

El neurólogo consultor Ashwin Pinto, que llevaba el caso de la mujer, comentó que tenía todos los indicios de un derrame e incluso le empezó a costar hablar. Cuando el estado de Wrixon empeoró unos días después, le hicieron una prueba de la COVID-19, pero más como un procedimiento rutinario por la pandemia, y nadie esperaba que diera positivo.

Ciudad de México, 24 de julio (RT).- Rebecca Wrixon es una mujer sana de 44 años con hijos pequeños, y no le preocupaba mucho la posibilidad de contraer la COVID-19 trabajando de niñera para una pareja de médicos. Siendo los ancianos y las personas con enfermedades crónicas los más vulnerables ante el nuevo coronavirus, la británica no creía que el patógeno pudiera afectarla gravemente.

Sin embargo, un día en abril, justo después de la Pascua, se despertó con un brazo adormecido. Según contó en una entrevista con CBS News, le costaba manejar el mando de la tele y tampoco podía sentir su pierna. Wrixon y su esposo pensaron que era un derrame cerebral y llamaron a la ambulancia, pero las pruebas descartaron que se tratara de un accidente cerebrovascular.

El neurólogo consultor Ashwin Pinto, que llevaba el caso de la mujer, comentó al citado medio que tenía todos los indicios de un derrame e incluso le empezó a costar hablar. Cuando el estado de Wrixon empeoró unos días después, le hicieron una prueba de la COVID-19, pero más como un procedimiento rutinario por la pandemia, y nadie esperaba que diera positivo, sobre todo porque no tenía síntomas típicos como la tos, fiebre o dificultades respiratorias, o incluso los menos comunes, como la pérdida del sentido del gusto u olfato.

LA MITAD DEL CEREBRO SE INFLAMÓ GRAVEMENTE

Pero resultó que Wrixon sí tenía el nuevo coronavirus. Pese al positivo, no hubo indicios en su sangre o líquido cerebroespinal (cefalorraquídeo) que sugirieran que el virus estaba atacando directamente su sistema nervioso central. Sólo la tomografía por resonancia magnética mostró que más de la mitad de su cerebro estaba gravemente inflamado.

En aquel entonces la mujer no podía mover la mitad de su cuerpo, ver con claridad o comunicarse con los médicos y su marido. Los mejores neurólogos no entendían qué le estaba pasando y a qué se debía esa reacción del organismo. La propia Wrixon pensó que iba a morir.

Entonces el neurólogo Pinto, que atendió el caso de Rebecca por casi tres semanas, se acordó de un estudio sobre un paciente en Detroit cuya respuesta autoinmune a una infección por la COVID-19 había provocado una inflamación del cerebro parecida y también grave, y decidió tratar a Wrixon no por una infección viral, sino por un sistema inmunológico “desbocado”.

Una vez que la mujer diera negativo por coronavirus, Pinto empezó a darle altas dosis de esteroides y transfundirle plasma sanguíneo para reemplazar su propio plasma con anticuerpos que deben combatir la infección con la de los donantes cuyos sistemas inmune no reaccionan a nada en exceso. De este modo buscó detener la agresiva respuesta de su organismo y aliviar la inflamación, y lo consiguió.

LAS SECUELAS QUE PREOCUPAN A LOS MÉDICOS

Un día después de la transfusión del plasma, Wrixon pudo mover un dedo, y al cabo de cinco días ya pudo levantarse y moverse. Le dieron de alta más de dos semanas después del ingreso en el hospital, y desde entonces se ha recuperado por completo. Tres meses después, Wrixon sigue teniendo dolor y entumecimiento en la mano y a veces le cuesta hablar.

Cuánto tiempo más van a durar estos efectos es un misterio para los médicos, igual que la prevalencia general de los síntomas neurológicos en los pacientes con la COVID-19, enfermedad que pese a ser extensamente estudiada todavía guarda secretos.

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