Jorge Alberto Gudiño Hernández
25/08/2024 - 12:01 am
Escritura, lectura e IA (2)
Sobra decir que los monos no son eternos ni tenemos simios ilimitados. También, que a estos primates se les puede sustituir por computadoras que generen texto aleatorio. Pero, ¿para qué hacerlo así, existiendo otros métodos de escritura automática más confiables que la concatenación de letras al azar?
La semana pasada planteé la posibilidad de que un texto generado por IA pueda ser confundido con otro escrito por un ser humano. La preocupación es relevante, toda vez que podríamos ser sustituidos con relativa facilidad. Poco importaría si esto sucediere en la elaboración de manuales de usuario de esos que acumulamos cada vez que compramos un electrodoméstico o si la IA se hiciere cargo de las tediosas actas de asambleas vecinales, por poner un par de ejemplos.
En donde se vuelve significativo es en estadios donde la escritura tiene un valor en sí mismo. Ya sea, para no ir muy lejos, en la escritura de las colaboraciones en medios (como ésta) o en los trabajos escolares en los que, además, uno de los objetivos es que el alumno desarrolle ciertas habilidades. Al hacerse pasar como un escrito humano esto abre la puerta, además, a que las opiniones dejen de ser personales, pues sabemos bien que la IA trabaja a partir de modelos estadísticos. No sería, pues, imposible, que a la larga se terminare homogeneizando todo el contenido.
Y todavía no entramos en los parámetros artísticos. La literatura, como el resto de las artes, son el acápite de la creación humana. Hemos presumido que, incluso, sólo nosotros somos capaces de llegar a tales alturas. El arte también es un límite que nos separa de lo no humano. Y, ahora, resulta que la IA también parece ser capaz de emularlo.
Justo ahí es donde vale la pena enfocarse. De nuevo la pregunta: ¿es capaz la IA de generar un texto que parezca haber sido escrito por una persona? La respuesta, a botepronto, es que sí. Ya ha pasado. Sin paneles de expertos ni mucho menos. Las redes sociales están plagadas de entradas que no escribió el dueño del perfil, para no ir más lejos. Hay quienes dudan de su autenticidad (por no usar otro término), pero muchos más que lo consumen sin problema.
La idea de que una máquina sea capaz de escribir literatura es vieja. Parte del ahora llamado “Teorema del mono infinito”. En 1913 Émile Borel planteó la cuestión. La sintetizo y la amplió: si un número inmenso de monos tecleara durante mucho tiempo podrían escribir “Hamlet”. La idea es por demás plausible en términos probabilísticos. Sobre todo, si el número de monos tiende a infinito, al igual que el tiempo en que se la pasarán tecleando. La acumulación de letras aleatorias terminaría, si el experimento dura lo suficiente, produciendo, sin duda, la tragedia de Shakespeare o cualquier otro texto. Es lo que tienen los infinitos: en ellos caben muchas cosas.
Sobra decir que los monos no son eternos ni tenemos simios ilimitados. También, que a estos primates se les puede sustituir por computadoras que generen texto aleatorio. Pero, ¿para qué hacerlo así, existiendo otros métodos de escritura automática más confiables que la concatenación de letras al azar?
Y ése es justo el problema. Hemos visto que la IA es capaz de generar texto sin pasar por el lento proceso de la aleatoriedad. ¿Cómo lo distinguimos o distinguiremos del humano, toda vez que se perfecciona cada día? Da la impresión que, dentro de poco tiempo, ni los expertos más estudiosos serán capaces de lograrlo. Quizá sólo pueda hacerlo la propia IA. Lo que equivaldría a que en el concurso que cité la semana pasada, en que Chaplin quedó en segundo lugar imitándose a sí mismo, sea el ganador de esta contienda, un imitador, pues, el que ahora decida quién es y quién no es Chaplin.
Y falta ver el asunto del arte.
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