El gato Benito: crónica con canción, poesía y muerte

José Luis Franco

29/09/2013 - 12:01 am

I

Ver a un gato estirarse para espantar la pereza es todo un espectáculo; hasta parecen crecer. Después de hacerlo con aflojerada y gran maestría, Benito se quita las legañas al modo del muñeco Pin Pon, aunque sin agua ni jabón. Luego a buscarle las tripas a las calles; el mundo bajo y desconocido del dorado Benito. Nomás que no se pierda tanto, soy novato en eso de sentir afecto por un gato.

II

Serrat dice que a los diez años tenía un gato al que describe con una palabra bellísima y en desuso: funámbulo. Es decir, que le gustaba jugar en la cuerda floja, andar en el alambre, arriesgar el pellejo. Seguro ese es el oficio nocturno del Benito; por lo menos le debe hacer los honores a la metáfora.

III

Carlos Monsiváis muere el 19 de junio de 2010, de septicemia pulmonar que no pocos atribuyeron a su fascinación por los gatos. Como no le intelijo a eso de la medicina, yo no lo sé de cierto, pero sí que aplicaba su vivaz ingenio en el bautizo de sus gatos: Miss Oginia, Miau Tse Tung, Miss Antropia. A uno de sus gatos dorados lo llamaba Fray Gatolomé de las Bardas. El Benito debe ser el de las gatas.

IV

Así, con el misterioso sigilo que se fue, regresó el Benito.

El pasillo le quedó chico: lo encontré acostado en el patio cuan largo y dorado es. ¡Qué difícil debe ser la vida de un artista del trapecio!

Un miau de saludo, uno solo, una estirada, una sola, y a cambiar de lado para seguir en la dormidera. Está flaco. Vida licenciosa, dijeran por ahí.

V

En el pasillo, que es más suyo que nuestro, tiene varios puntos de comida y bebida. Bolsas de Whiskas asoman en las dos escaleras de acceso, como si a usted lo recibieran con sendos platillos en dos casas y “todo mundo” estuviera contento con su arribo. Esto ha provocado que al Benito se le ocurra visitarnos con puntual frecuencia. Llega a la hora que se le pega la gana y cuando le da la gana, se deja querer y saludar, responde con sus miaus displicentes, muestra la panza para que la rasquen, se limpia la carita y si uno le lanza una pelota, existe alguna posibilidad de que vaya por ella y cero de que la regrese.

En mi caso —espero ser especial— me acompaña hasta la puerta del departamento, me deja con su pose de jarrón dorado e inclina la cabeza hacia un lado y otro cuando le aconsejo que le baje a sus vagancias.

En cuanto cae el sol, se esfuma igual que Joaquín Sabina: como un gato sin dueño, perdido en el pañuelo de amargura que empaña sin mancharla tu hermosura.

VI

En el cuento "La camisa del hombre feliz", de León Tolstoi, el hombre feliz, cuya prenda salvaría la vida del Zar, no tenía camisa.

Hoy vi al Benito en el patio más feliz que el hombre del cuento, y eso que su traje dorado… ¡ni bolsillos tiene!

VII

El tenor que vive en los departamentos, el que me hace parar de escribir para escuchar sus ensayos, le soltó un amistoso sambenito al Benito, que, zalamero, se recostó para que le rascara la panza.

-¡Pirujillo! –le dijo.

Sambenito significa descrédito y mal nombre que pesa sobre alguien en la opinión general. Tiene sus raíces en una obtusa moralidad, por algo estuvo en boga en la Inquisición: era un escapulario que colgaba del cuello de los reconciliados con el sangriento tribunal, que se escudaba en el nombre del padre, del hijo y del espíritu santo.

El Benito no ocupa que le cuelguen un cuasi tocayo.

-Qué pirujillo va a ser –le dije en defensa, atento a la cara de satisfacción del sinvergüenza-, ¡es un pirujazo!

No tiene la menor idea de lo que es la culpa, materia prima de los pregoneros de la fe; él es libre.

Hoy lo vi retozar con una pelota de esponja que apareció no sé de dónde, pero no como si fuera un milagro. Al Benito la vida se le brinda.

VIII

Decía Víctor Hugo que Dios creó al gato para ofrecer al hombre el placer de acariciar un tigre.

Esta tarde, después de ver el atardecer en Olas Altas, mi tigre de Bengala bonsái se ofrecía a las caricias de una pareja de pensionados gringos, vecinos del edificio, como jamás se los permitiría un tigre auténtico. El dorado, cuando le da la gana, se deja querer.

IX

Creo que el Benito anda de prepo, de prepotente haciendo de las suyas,  me refiero, no de estudiante de preparatoria. No le quito la capacidad de que pueda devorar un libro, pero sí la de leerlo y, sobre todo, entenderlo. Él por instinto aprendió, sin tomar en cuenta el asunto escolar, que cultura es lo que nos queda cuando olvidamos todo lo que nos enseñan en la escuela. Pero me fui por la tangente; el dorado de las misteriosas andanzas desapareció esta tarde-noche y lo imagino en un aquelarre fellinesco, sí, como los que hacía el director de cine Italiano, Federico se llamaba.

Al llegar a mi biblioteca divisé a Baudelaire y me dijo: “En mi cerebro se pasea, como en casa, un lindo gato, fuerte, dulce y tibio. Cuando maulla se oye apenas”. Como el Benito, a Fellini y Baudelaire los conocí en la calle.

X

Dice Borges en su poema A un gato: “No son más silenciosos los espejos, / ni más furtiva el alba aventurera: / eres bajo la luna esa pantera, / que nos es divisar a lo lejos”. Suerte Benito, por donde andes, pantera que no te dejas divisar, eres dueño de un ámbito cerrado como un sueño.

XI

Mi vecino serbio, que lucha por darse a entender en cristiano, colocó en el remate del pasillo, en el umbral de nuestros departamentos, una preciosa fotografía ampliada de un balneario mazatleco atestado de gente, en un año por investigar. Toqué a su puerta para darle las gracias por ese detalle de distinción.

Me dijo que era Playa Norte, su playa favorita, y luego de una perorata tejida en varios idiomas, me preguntó por el Benito, que tiene días ausente.

Missing —le dije, y el término en inglés me pareció rebosante de alarma.

XII

Missing. Sábado, domingo, lunes, martes, miércoles, jueves, viernes. Cero y van siete. Missing. Sus platos de comida, sus recipientes de agua, intactos. Missing. Siete días desaparecido. Missing. Siete días con el pasillo y el patio en blanco y negro. Missing. Hace falta la presencia dorada del Benito, nuestro tigre de Bengala bonsái. ¿Dónde se habrá metido? Missing.

XIII

Agradezco mucho, pero mucho a quienes en Facebook, Twitter, Hotmail, la calle, el mercado, la cola en las tortillas, me piden siga con las aventuras del Benito. Ya no sé de él e intuyo lo peor. No puedo escribir si no me da motivos, en ese patio en blanco y negro desde que no está. Por eso marqué un alto. Aunque quisiera ver de nuevo a ese fantasma dorado, que se me aparece al menor pellizco de la nostalgia. Lindo fantasma.

Admito que siguen intactas las ganas de bajar al patio y reencontrarlo, que me gustaría cantarle con una voz peor que los grillos que detestaba esa canción de Serrat, que en cierta forma condensa lo que fuimos a lo largo de estos cinco meses de convivencia:

¿Sabes Benito? anoche, tuve un sueño virguero.

Me la pasé de charla y tomando copas,

en un sitio divino, con todo un caballero,

y tú también venías Benito... Y había sopa

y gambas y chuletas y alubias con chorizo

y café, copa y puro... Como en los buenos tiempos,

¿Benito... No me escuchas...? ¿Qué te pasa Benito?

No vayas a morirte. No me hagas eso.

José Luis Franco

Lo dice el reportero