Héctor Alejandro Quintanar
31/01/2025 - 12:05 am
La 4T y sus críticos, ¿dónde está el fascismo?
Tres lustros después, sin embargo, sigue absolutamente intacta la incapacidad argumentativa de los que ven rasgos fascistas en la llamada 4T o en López Obrador o el actual Gobierno de Claudia Sheinbaum.
Fue en el año de 2021 cuando algunas voces públicas lanzaron una acusación grave que, sin embargo, era poco original, y esa es la de señalar que la llamada Cuarta Transformación es fascista o, en su defecto, un tránsito hacia el fascismo. Esas voces, en ese momento, fueron las de personajes como Mauricio Merino, articulista de El Universal; Jacobo Dayán, profesor de la Universidad Iberoamericana, ambos preocupados por los presuntos rasgos del fascismo; y, por último, el poeta Javier Sicilia, quien hizo una comparación entre López Obrador y Adolfo Hitler.
Pese a su estridencia, ninguno de los tres fue original. Una de las primeras plumas mexicanas en acusar a López Obrador de fascismo fue José Carreño Carlón, exdirector de Comunicación Social de Presidencia de 1992 a 1994 y exdirector del Fondo de Cultura Económica con Peña Nieto. Ese porro salinista publicó el 18 de enero de 2006 un artículo en el periódico La Crónica de hoy, donde insinuó que AMLO era antisemita y nazi, con base en un argumento tan risible como deshonesto.
Y es que unos meses antes había ocurrido un desaguisado patético. En octubre de 2005, un grupo de trabajadores del IMSS tenía protestas en boga en contra del entonces director foxista del Instituto, Santiago Levy, economista mexicano de origen judío. En medio del conflicto, algún tonto anónimo e irrelevante del sindicato llevó la protesta a lugares inadmisibles, cuando pintó una suástica en una pared de un edificio del IMSS, en un gesto horrible según para objetar a Santiago Levy, ataque que se dirigió no a su labor, sino a su identidad. Esa vergonzosa sandez, sin embargo, no pasó a mayores.
Pero ese episodio patético fue suficiente para que Carreño elucubrara fantasías. En su artículo de 2006, el exmuñeco de ventrílocuo de Salinas insinuó que López Obrador era antisemita y por ende fascista porque, según él, cuando ocurrió esa anécdota en la pared del IMSS, López Obrador no se deslindó del hecho. El argumento era demencial. AMLO en ese momento era candidato presidencial del PRD, y no tenía nada que ver ni con el IMSS ni con su sindicato, ni menos aún tenía que posicionarse al respecto de un episodio irrelevante, por grotesco que fuera.
Así, en la mente de Carreño, que AMLO no leyera su mente ni pusiera atención en las patrañas que él sí, era razón suficiente para endilgarle la peligrosa etiqueta de “antisemita”, lo cual equivale al disparate de que acusáramos a José Carreño de crimen organizado sólo porque no se ha posicionado respecto a la película Emilia Pérez, o algo así.
Tres lustros después, sin embargo, sigue absolutamente intacta la incapacidad argumentativa de los que ven rasgos fascistas en la llamada 4T o en López Obrador o el actual Gobierno de Claudia Sheinbaum. Y no es muy difícil exhibirlo. En 2021, por ejemplo, cuando Jacobo Dayán se preguntó si sería fascismo el Gobierno de Morena, lo hizo, según él citando un trabajo de Umberto Eco donde el filósofo italiano describe las que a su juicio son las características del fascismo.
Sin embargo, el señor Dayán sólo logró exhibirse como un analista sin rigor. De entrada, porque en su artículo, publicado el 20 de abril de 2021 en Animal Político, el comentócrata enlista sólo diez rasgos del fascismo según Eco, pero sin citar la fuente. Y es ahí el problema, porque la fuente de Dayán parece ser una infografía breve y malhecha del texto de Eco que abunda en Internet, donde se nombran, sin explicarse bien, los rasgos del fascismo. El problema es que esa infografía está incompleta y los rasgos que evoca sólo están expuestos superficialmente.
Si Dayán hubiera sido riguroso, habría ido directamente al texto de Eco, y no se habría quedado con trabajos infantiles y malhechos de la web de segunda mano. El análisis de Eco sobre el fascismo se encuentra no en una infografía, sino en su libro Cinco escritos morales, publicado en 1997, y se subtitula “El fascismo eterno”. Y ahí no son diez los rasgos del fascismo, sino catorce, donde Eco señala que el principal es que, para los fascistas, la sociedad debe tener una organización jerarquizada, donde un grupo supremacista, con base en rasgos no escogidos (como etnia, nacionalidad o clase) se debe abrogar el derecho de imponerse a los, entre comillas, “inferiores”.
El panfleto de Dayán, sin embargo, omite este rasgo de fondo y se limita a repetir otras características del fascismo, pero lo hace de forma reduccionista. Señala así que cosas como “el culto a la tradición”, o el “lenguaje repetitivo” son la esencia fascista y a continuación apunta, según él, ejemplos donde Morena ejerce tales rasgos. La vía irresponsable y vaga con la que Dayán escribió hace que cualquiera, hasta el canario Piolín, puedan ser acusados de fascismo.
En un ejemplo contundente, Dayán señala que la 4T podría ser fascista porque el fascismo “reprime la sexualidad” y, según él, la posición conservadora de AMLO al respecto es evidente ante temas como el aborto y el feminismo.
A Dayán no le pareció necesario probar sus dichos. Es más, ni siquiera se preocupó por argumentar. En un texto de dos líneas se limita a decir que el Gobierno sería fascista porque para él era evidente en la postura personal del Presidente. Pero si Dayán hubiera tenido la honestidad de explicar y demostrar sus dichos, se habría encontrado con una traba formidable, porque más allá de la postura personal del Presidente, el partido en el que militaba, es decir Morena, y su antecedente movilizado desde 2005, son los principales responsables de que en más de la mitad de las entidades federativas del país se haya despenalizado el aborto, por ejemplo. Pero la realidad no importa: esa legislación progresista y hechos sin precedentes sobre derechos reproductivos atribuibles a Morena para Dayán no son nada, porque lo importante, al parecer, es alguna frase descontextualizada de AMLO en una "mañanera". Y eso, en la retorcida cabeza del comentócrata, es suficiente para insinuar fascismo.
No conforme con su oquedad de 2021, Mauricio Merino volvió a pergeñar otro artículo el 6 de enero pasado para insinuar que con el Gobierno de Claudia Sheinbaum México transita hacia un régimen fascista. Sin citar fuentes, el articulista señala una serie de vaguedades absurdas para caracterizar al fascismo, donde destacan “la anulación de la pluralidad” o “el control de medios”. Merino lo que hace con ello es sólo tomarle el pelo a los lectores que le crean. En dos años distintos, en dos oportunidades distintas, en un medio de circulación nacional, el señor ya fue capaz de, con toda libertad, acusar de fascistas a dos presidentes distintos. Cosa que, de existir el control autoritario de medios que denuncia, sería imposible.
¿Por qué se retoman las febriles elucubraciones de personas como Dayán o Merino? Porque siempre hay que recordar que el fascismo, en el debate intelectual, es una cosa seria, que no debe tergiversarse porque ello no sólo implica una deshonestidad ideológica, sino una grave falta de respeto a las víctimas del fascismo y a sus denunciantes o combatientes históricos (como Gramsci, Giovanni Amendola, Giacomo Matteoti y más), quienes sí enfrentaron la hidra fascista y arriesgaron su libertad o la vida para hacerlo; a diferencia de Dayán, Merino o Carreño, que siguen campantes con la posibilidad de decir lo que les venga en gana sin que el poder político les censure nada, y el único riesgo que corren es el de desprestigiarse, aunque ello es responsabilidad sólo suya.
El fascismo es un fenómeno complejo cuyas consecuencias atroces aún no se dimensionan del todo. De ahí que estudiosos serios del fenómeno, como Federico Finchelstein o Enzo Traverso, nos hablen de que no hay fascismo sin dictadura y sea más adecuado estudiar los fenómenos de extrema derecha contemporáneos con el nombre de post-fascismo, mismos que, a diferencia del Siglo XX, se mueven en otra cancha, la electoral, pero cuyas pulsiones autoritarias son reales y no necesitan mentiras para sustentarse.
Y van dos ejemplos. Vivimos tiempos donde un xenófobo prepotente como Trump gobierna al país más poderoso del mundo y amenaza con abrogarse fragmentos geográficos como Groenlandia o Canadá, para así resucitar el viejo expansionismo del Siglo XX, ése que sí ejercieron Hitler en los Sudetes, Mussolini en Etiopía o Franco en el norte de África. Y vivimos tiempos donde un hombre turbio y violento como Milei encabeza un Gobierno que fustiga a mujeres y a minorías sexuales, mientras sus mentores ideológicos -Agustín Laje o Nicolás Márquez- reivindican a los genocidas argentinos del Siglo XX, en el único país, por cierto, donde la democracia sí había logrado darle castigo a varios de sus dictadores e hizo que el golpista Rafael Videla muriera en la cárcel, pagando sus crímenes de lesa humanidad.
Así, los personajes de pulsiones postfascistas reales muestran sus acciones destructivas abiertamente, para infortunio de los pueblos estadunidense y argentino. Mientras, en México, muchas voces obtusas tienen que recurrir a vaguedades ignorantes o de plano a tergiversaciones deshonestas para acusar a López Obrador, Claudia Sheinbaum y la llamada 4T de “fascistas”.
Con ello no sólo tuercen conceptos, banalizan la historia y faltan al respeto a víctimas reales, sino que también se muestran a sí mismos como unos ignorantes que pretenden disfrazar de maldad pura y gigante a su adversario, para así quizá ellos sentir que se dotan de una condición heroica y de grandeza crítica. Precisamente porque de ellas carecen.
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