Alejandro Páez Varela

Dos notas sobre Claudia, AMLO y la oposición

"Cualquiera puede dimensionar, con estos datos, a la oposición. Mediciones como la de Enkoll dicen que la Presidenta ganaría una elección incluso si fuera entre puros votantes panistas, priistas y naranjas, donde tiene una mayoría de aceptación. Me permito entonces reflexionar qué pasa por la cabeza de un Ricardo Salinas Pliego o un Alejandro Moreno Cárdenas; un Enrique de la Madrid o un Felipe Calderón; un Lorenzo Córdova, un Brozo o un Carlos Loret de Mola; un Claudio X. González, un Enrique Krauze o un Héctor Aguilar Camín, algunos de los rostros más visibles y entre los personajes más activos dentro del espectro de derecha en México. Me pregunto qué piensan, qué esperan. Si han aprendido algo de sus derrotas".

Alejandro Páez Varela

29/09/2025 - 12:08 am

Nota uno

Pareciera que siempre las tuvimos, pero no es así. Las encuestas en realidad son muy recientes y se masificaron y adquirieron grados de especialización durante la segunda mitad del siglo XX. Cada país tuvo sus impulsos y en el caso mexicano fue, sin más, la incertidumbre. En 1988, por primera vez en mucho tiempo, el aparato oficial no sabía si el 1 de diciembre asumirían Carlos Salinas o Cuauhtémoc Cárdenas. Fue entonces cuando empezaron a sistematizarse las mediciones en campo, según distintos expertos.

Algunas fuentes datan la primera encuesta de opinión en 1944, cuando Martín Luis Guzmán preguntó a los lectores de la revista Tiempo si México debería o no participar en la Segunda Guerra Mundial. Como sea, la demoscopia daría un brinco de cincuenta años antes de que el PRI empezara a jugarse el pescuezo y la incertidumbre alentara el uso de herramientas de medición. Las nuevas tecnologías y hasta la aparición del teléfono ayudaron a los encuestadores. Y los políticos y gobiernos no tardarían en inyectarles carretadas de billetes porque proporcionaban una nueva herramienta para manipular a la opinión pública. Así llegamos hasta los Jesús Reyes Heroles y Guillermo Valdés Castellanos de nuestro tiempo; los GEA ISA, Massive Caller o la encuestadora propia de El Financiero.

La incertidumbre había amenazado ya el estatu quo en los años posteriores a la Revolución. En 1929, el Partido Nacional Revolucionario, abuelo del PRI, tuvo problemas para imponer a Pascual Ortiz Rubio mientras José Vasconcelos se les salía del huacal. En 1940, el incómodo fue el general Juan Andrew Almazán y luego, en 1952, el general Manuel Enríquez. Viene entonces un endurecimiento del régimen; una era de represión e imposición de presidentes y luego una reforma, la de 1977, que abre una rendija con las plurinominales. Algunos celebran esa reforma, yo no. La imagino como un caramelo lleno de tierra en las manos de un gorila; la oposición debió rechazarla porque venía de manos de los torturadores y asesinos de jovencitos. Pero a mí se me hace fácil, dirá cualquiera y dirá bien, decirlo ahora.

Luego vino 1988. El incómodo fue Cuauhtémoc Cárdenas. Allí empiezan las mediciones, como decía. Se masificaron años después. No tenemos, por ejemplo, un histórico de la aceptación y rechazo de Carlos Salinas de Gortari. La medición sistemática del Presidente/Presidenta empieza, en realidad, con Ernesto Zedillo. Hay algunas lecturas de opinión pública de algunos grupos de interés en el periodo de Salinas y en el de Zedillo, al principio. Habrá muchas más que se hicieron y nunca se publicaron. Lo que encontramos es que para la década de 1990 el futuro era brillante para los encuestadores. En los 1980, Enrique Alduncín hizo sondeos de mercado para Banco Nacional de México y en 1976 hay registros de encuestas electorales durante la campaña de José López Portillo, a cargo de Ana Cristina Covarrubias. Pero es a partir de 1988, coinciden muchos, que los ejercicios demoscópicos toman notoriedad.

Pues según las mediciones disponibles, Claudia Sheinbaum Pardo y Andrés Manuel López Obrador se disputan el nivel más alto de aprobación de la historia de los presidentes mexicanos, hasta donde podemos medirla. Los dos han superado los 80 puntos porcentuales en algún momento: AMLO a los dos meses en el cargo, Claudia a los cuatro meses. El único que se les acerca, pero con más de 10 puntos porcentuales por debajo, es Vicente Fox; logró colarse en un 70 por ciento de aceptación en los primeros dos meses de su sexenio.

A los dos años y medio de haber usurpado la Presidencia, Felipe Calderón Hinojosa tuvo también un pico de popularidad abajo en los 65 puntos porcentuales, pero yo pongo en duda sus números porque justamente en ese momento, en 2009, el PAN sufre una derrota tremenda y su encuestador favorito era parte del Gobierno panista: Guillermo Valdés. No hay manera de creerle a las mediciones de Calderón, pues. Se repartía dinero en medios y en encuestadoras como nunca antes.

Por el contrario, creo que el recorte de recursos a medios y encuestadoras durante los gobiernos de AMLO y Claudia pueden suponer, lógicamente, mediciones (y sobre todo ponderados) ajustadas por la mala hacia abajo. El Presidente y la Presidenta de izquierda tienen 80-83 por ciento de aceptación y yo creo que es eso, o es más. Menos, no.

Es posible afirmar, entonces, que vivimos una era de mandatarios (Presidente y Presidenta) muy populares. No hay un momento así en la historia moderna de México o, al menos, no lo tenemos medido. Dos Jefes del Estado al hilo, Jefe y Jefa, con enorme niveles de aprobación. Y Claudia Sheinbaum cumple, en estos días, un año en el poder.

Cualquiera puede dimensionar, con estos datos, a la oposición. Mediciones como la de Enkoll dicen que la Presidenta ganaría una elección incluso si fuera entre puros votantes panistas, priistas y naranjas, donde tiene una mayoría de aceptación. Me permito entonces reflexionar qué pasa por la cabeza de un Ricardo Salinas Pliego o un Alejandro Moreno Cárdenas; un Enrique de la Madrid o un Felipe Calderón; un Lorenzo Córdova, un Brozo o un Carlos Loret de Mola; un Claudio X. González, un Enrique Krauze o un Héctor Aguilar Camín, algunos de los rostros más visibles y entre los personajes más activos dentro del espectro de derecha en México. Me pregunto qué piensan, qué esperan. Si han aprendido algo de sus derrotas. En qué fincan su esperanza de recuperar el poder. En 2024 vimos a muchos de ellos unirse en torno a Xóchitl Gálvez, ¿por qué no reaparecen ahora unidos con Eduardo Verástegui o Lilly Téllez o, si les incomodan mucho, con Salinas Pliego?

Cruzamos una era de dos mandatarios fuertes al hilo y al mismo tiempo, creo, la oposición pasa por su peor crisis en décadas porque es una crisis de liderazgo. Este país tuvo a opositores fabulosos: Cárdenas, AMLO mismo, Rosario Ibarra, Heberto Castillo, incluso sumo aquí a Manuel Clouthier y a Luis H. Álvarez antes de que Salinas lo pudriera, los pudriera. Ahora qué tiene la oposición, ¿a José Antonio Crespo, a Xóchitl, a María Amparo Casar, a Santiago Creel, a Jorge Romero? ¿Qué broma es esa?

Nota dos

Me llegó un libro. Se llama Cómo destruir una democracia y lleva por subtítulo o sumario: “Cinco líderes en busca del poder total”. En la portada aparecen, en ese orden, Nayib Armando Bukele, Andrés Manuel López Obrador, Nicolás Maduro, Donald Trump y Javier Milei. El autor es el periodista Daniel Matamala, chileno, lector de noticias de televisión (una especie de Javier Alatorre) y luego estrella de Chilevisión (un Televisa cualquiera), con criterios políticos de los que enamoran a un CNN en Español o a un Letras Libres.

Esta columna no es reseña del libro porque no lo he leído y no pienso leerlo. Es sobre la oportunidad del libro. “Así –se explica a sí mismo en su contraportada–, entendemos cómo estos líderes carismáticos usan el descontento social para fomentar la confrontación y convertir la política en una lucha entre enemigos”, dice en la contraportada, retratando de manera involuntaria (o voluntaria) a Chile, donde no hay diferencia entre un Gabriel Boric y un Sebastián Piñera; donde la izquierda está representada por un junior irrelevante y la derecha es la derecha: el expresidente Piñera es un multimillonario, hijo de un funcionario multimillonario, que el 11 de septiembre de 1973, cuando el mundo se conmocionaba por el asesinato de Salvador Allende él tomaba su primera clase en Harvard, en el hermoso otoño de Boston.

El libro llega tarde a todos lados. Bukele no “busca el poder total”, lo ejerce. Maduro está en otra cosa: organizando la defensa del territorio venezolano frente a la ofensiva militarista de Estados Unidos (¡vaya novedad!), que acosa con buques de guerra y aviones de combate. Milei nunca tuvo le poder total y el mini poder que adquirió lo pierde en las urnas mientras endeuda a la Argentina. Quizás el único que “busca el poder total” es Trump. Y allí va.

Pero, ¿y AMLO? ¿López Obrador “busca el poder total”? Justo esta semana se cumple un año de que se fue a La Chingada y salvo su aparición para votar la Reforma Judicial, nadie sabe nada de él y los que saben no lo comparten. ¿Matamala tiene fuentes que ningún periodista mexicano tenemos para afirmar que el expresidente está en alguna parte del mundo (o en Chiapas) buscando el poder total, o es otro charlatán del tipo Elena Chávez o Beatriz Pagés, que tienen más tesis sobre López Obrador que comidas en un día?

Y el libro llega tarde incluso a las librerías: Antes ya se publicó Cómo mueren las democracias, de Steven Levitsky y Daniel Ziblatt.

Pero el tema no es el libro, porque ni siquiera lo leeré. Es su extraordinaria oportunidad para mostrar cómo los prejuicios y la mala leche tuercen el juicio. Ese libro es la torre chueca del AIFA: alguien le toma una foto al nuevo aeropuerto en Santa Lucía cuando está en construcción y decide comprometer su eventual prestigio en el porvenir a cambio de un juicio lapidario: los ingenieros civiles del Ejército mexicano son unos bobos, dice; ni una torre de control pueden hacer, afirma. ¿Cómo se atreven, esos ingenieros militares, a pensar siquiera en un aeropuerto completo?, concluye el juicio.

La mala leche y el prejuicio evolucionan en imbecilidad probada cuando una revista de supuesto prestigio le encarga al dueño del juicio lapidario un ensayo para que científicamente demuestre qué tan imbéciles son los ingenieros militares, y en consecuencia, o preferentemente, Andrés Manuel López Obrador. Quieren, sueñan en ese momento con que el ensayo se convierta en el aleteo de una mariposa que hoy era un tuit, mañana un texto largo con datos supuestamente científicos y en el futuro, una obra maestra que pondrá en evidencia qué tan idiotas somos los mexicanos, que votamos por un loco que hace torres chuecas.

Claro, la torre no estaba chueca. Y AMLO, por cierto, tampoco se iba a reelegir. El expresidente no tenía planeado apoderarse para siempre de Palacio Nacional.

Pero se miente y no importa el porvenir. Enrique Krauze, Héctor Aguilar Camín y los autores del libro y del tuit no piensan que las mentiras quedan en la memoria. Creen que se puede mentir al infinito porque no hay tal cosa como memoria colectiva y, de hecho, no creen en el colectivo. Pero las mentiras no sólo no se van: dejan cicatriz.

El pobre diablo al que la derecha mexicana usó para tratar de empañar el AIFA queda disminuido a nivel subatómico frente a la obra. Los intelectuales que gritaban que AMLO era un peligro para México desde principios del milenio arrastrarán el desprestigio muchos años más que su tiempo. Y el libro se quedará con celofán un tiempo prudente antes de irse adonde dono lo que nadie leerá.

Los prejuicios y la mala leche envilecen y tuercen el juicio y permite explicar por qué la oposición vive la ruina que vive.

Alejandro Páez Varela

Alejandro Páez Varela

Periodista, escritor. Es autor de las novelas Corazón de Kaláshnikov (Alfaguara 2014, Planeta 2008), Música para Perros (Alfaguara 2013), El Reino de las Moscas (Alfaguara 2012) y Oriundo Laredo (Alfaguara 2017). También de los libros de relatos No Incluye Baterías (Cal y Arena 2009) y Paracaídas que no abre (2007). Escribió Presidente en Espera (Planeta 2011) y es coautor de otros libros de periodismo como La Guerra por Juárez (Planeta, 2008), Los Suspirantes 2006 (Planeta 2005) Los Suspirantes 2012 (Planeta 2011), Los Amos de México (2007), Los Intocables (2008) y Los Suspirantes 2018 (Planeta 2017). Fue subdirector editorial de El Universal, subdirector de la revista Día Siete y editor en Reforma y El Economista. Actualmente es director general de SinEmbargo.mx

Lo dice el reportero