Para Catalina Stern, que me contó la historia
Para mis Madres cubanas siempre
No hay otra celebración mexicana que me guste más que la de Día de Muertos. La mezcla de lo sagrado y lo profano, de la fiesta y la tristeza, del mariachi y la Llorona me emociona mucho. Soy de las que recorre durante horas las ofrendas, miro con calma los detalles, las fotos, las miniaturas, el papel picado, la comida. Y me siento parte de un mundo en el que no nací, pero al cual hace casi cincuenta años me permiten considerar mi hogar. También yo hago mis pequeños altarcitos, claro. ¿Quién no tiene a alguien a quien quisiera traer del más allá para conversar siquiera un momento, o simplemente para abrazarlo?
Y como la cultura de México es tan diversa, rica, envolvente y en permanente transformación, siempre aparece algo nuevo que me sorprende.
Este año fue la historia de “El Tiradito”. La compartió una amiga que trabaja en Arizona, y ni las otras compañeras del chat, ni yo misma la conocíamos. Quizás algunos de ustedes se sorprendan tanto como nosotras con el personaje y ese “Santuario de los deseos”, como lo llaman (Wishing Shrine), que hay ante una vieja construcción de adobe, en un barrio de Tucson.
Cuenta una de las versiones más conocidas de la leyenda que, a fines del siglo XIX, un joven mexicano llamado Juan Oliveras, trabajador de una hacienda, se casó con la hija del patrón, y estando ya su esposa embarazada, tuvo una aventura amorosa con su suegra. El suegro, al enterarse, lo mató. Como no podía sepultarlo en tierra sagrada porque era un pecador, su enamorada lo enterró allí donde fue asesinado. Otra de las versiones dice que Oliveras tuvo una aventura con su madrastra y que fue su propio padre quien lo mató. Y hay varias versiones más; lo cierto es que esta historia, mezcla de “Romeo y Julieta” y “Edipo”, ha transformado el sitio donde se supone fue enterrado “El Tiradito” en un santuario de devoción popular.
De a poco, la gente comenzó a llevarle veladoras al joven asesinado, y a pedirle milagros. Aunque no es un lugar reconocido por la Iglesia Católica, siempre hay imágenes de Jesús y de la Virgen de Guadalupe, y papelitos enrollados con peticiones.
Por la noche se hace una procesión con una veladora por cada persona cuyos restos fueron encontrados durante el año. Todos sus nombres se leen al final. Cuando no se sabe cómo se llamaba alguien, el coro de voces dice: “Desconocido”.
Tal como se cuenta en el documental realizado de manera conjunta por la sede de la UNAM en Tucson, la Universidad de Arizona, la Coalición de Derechos Humanos, la organización Humane Borders y el Consulado de México en Tucson, “El Tiradito” es ya también un espacio de activismo donde la comunidad mexicana, e hispana en general, denuncia los abusos de poder y lucha por sus derechos, y a la vez encuentra en ese sitio esperanza y consuelo.
Permítanme cerrar estas líneas con otra historia de migrantes no muy diferente a aquellas que se cuentan en Arizona. Fui testigo de ella hace pocos días en La Habana, cuando un grupo de madres cubanas participó de manera virtual en una rueda de prensa con “madres buscadoras”, originarias de otros países latinoamericanos, que han perdido en México el rastro de sus hijos migrantes.
La angustia y el dolor comenzó para ellas en septiembre de 2024, cuando un “coyote” grabó en video a 23 migrantes que estaban en camino desde Chiapas a la Ciudad de México. En las imágenes hay hombres, mujeres, niñas y niños, de los que nunca más se supo nada. Ese video circuló en redes sociales, y así las madres de Cuba, de República Dominicana, de Ecuador y de Venezuela -países de origen del grupo- pudieron reconocer a sus hijos e hijas.
En este México nuestro que tanto amamos, el Día de Muertos no sólo es la celebración festiva del reencuentro con quienes se nos adelantaron en el camino, sino también un desgarrador grito de dolor de miles y miles de familias que buscan a sus seres queridos. No lo olvidemos, por favor.





