La vida es un continuo de finales: acaba la lactancia, acaba la primaria, acaba la cena, el desayuno y los fines de semana; termina un año, termina otro, también concluyen los lustros y las décadas, los milenios y los siglos. Todos sabemos que nuestra vida individual llegará algún día a su término. El fin, el borde, el límite infranqueable está ahí para todo lo que conocemos: lo mismo los imperios que las estaciones, el Sol o las galaxias: en el tiempo se encierra el acabose de todo lo que existe.
Ante este hecho, sin embargo, los seres humanos mostramos un grado de aceptación distinto dependiendo del final de que se trate: nadie se queda esperando un después cuando una película o un libro concluyen. Salimos de la sala de cine y cerramos el libro. El desenlace puede o no habernos gustado, pero cuando encienden la luz o llegamos a la última página todos entendemos que no sigue más y lo asumimos sin chistar.
Hay otras experiencias que también acaban, pero cuyo final nos resistimos a admitir. El amor es un buen ejemplo: el amor se extingue y, en múltiples casos la pareja sigue ahí, a veces, haciéndose la distraída o fingiendo que continúa o intentando resucitarlo; no hablo de la relación, del hecho estricto de separarse. Esto sí que termina cuando se da un verdadero adiós; hablo del sentimiento que liga a dos personas y que resulta tan difícil precisar, tanto en su inicio como en su final: saber con exactitud cuándo empieza y cuando concluye es imposible. Y es que, al parecer, existe una franja de indeterminación muy amplia, una zona afectiva que va del atractivo, el mero sentirse a gusto con el otro, hasta llegar a lo que ya es propiamente amor. Lo que tal vez sí se produzca de la noche a la mañana es el odio, pues uno puede identificar claramente el momento preciso del agravio, aunque también hay odios que se van instalando poco a poco, de ofensa en ofensa, como las gotas de agua que acaban por colmar el vaso. Borges hacía una analogía entre quedarse dormido y descubrirse enamorado, y tenía razón: no sabemos en qué instante entramos en el sueño y tampoco cuando ya estamos dentro del amor. Y también el final del amor es borroso, por más que Neruda diga que: "es muy corto el amor y es muy largo el olvido", aunque quizá ese largo final muestra que no es tan corto…
Hay etapas en la vida que también concluyen y que no es fácil determinar. En algún momento uno deja de ser un niño, pues aunque muchos crean que un adulto lo sigue siendo, la verdad es que el niño y el adolescente no se parecen, son irreductibles. Un día uno se vuelve un adulto y otro se convierte en un viejo; pero ¿cuándo exactamente? Y sobre todo, ¿cuando llega a admitirse que uno ya lo es? Hay viejos como Picasso que parece que nunca llegaron a la ancianidad y conozco docenas de personas que teniendo más de 50 años nadie, ni ellos mismos, puede aceptar que son adultos. Hoy hasta las jacarandas andan confundidas con las estaciones y hay algunas que florecen en marzo y que comienzan a perder las hojas en abril.
Pero quizás el final menos aceptable sea la muerte, no la muerte de otro cuyo rayo se cincela una fecha precisa en nuestra memoria, sino la muerte propia, esta siempre la suponemos después, mañana o mejor, pasado mañana. La sabemos pero la ubicamos siempre a la distancia, en un futuro incierto, incluso nos decimos que no tenemos tiempo para ella, porque estamos haciendo otras cosas. Y es posible que esto ocurra, porque como decía Epicuro: "la muerte nunca nos alcanza, pues cuando nosotros estamos, ella no está y cuando ella está, nosotros ya no estamos".
La muerte es ese final por antonomasia, no de balde existen mitologías, religiones y hasta filosofías que nos ofrecen la esperanza de un más allá, por lo visto, como humanidad, nos resistimos a aceptar la simplicidad de la muerte… Hay, sin embargo, finales sencillos: como terminar esta columna: usted de escucharla y yo de escribirla. Y finales que celebramos, como este que está a punto de llegar: el final del año 2025. Hoy es ya 31 de diciembre y faltan unas horas. Concentrémonos en estos finales de celebración y que tienen muchos ingredientes para que experimentemos felicidad: la conciencia de que hemos llegado, es uno de ellos, el otro el que algunas personas que queremos estarán con nosotros esta noche y que, sea lo que sea, hoy la cena tendrá algo especial. A todos les deseo que lleguen al fin de este año satisfechos y que a partir de mañana gocen del mejor de los años. Feliz año nuevo para todos, feliz, feliz 2026.
X @oscardelaborbol





