¿De dónde vienen los solitarios?

José Luis Franco

13/10/2013 - 12:00 am

Gracias, por toda su ayuda y su apoyo, esperamos haber pasado la audición.
Palabras con las que Lennon cerró el último concierto de The Beatles

Llega al mundo el 9 de octubre de 1940, una noche de lluvia de bombas hitlerianas en Liverpool. No había quién le dijera a la humanidad que la paz merecía una oportunidad; el que lo exigiría con música apenas abría los ojos a un mundo que anteponía el rencor, la ambición, el ansia de poder a la siempre entrañable utopía de imaginar a toda la gente viviendo en paz.

Una historia romántica, y que por tal me gusta, dice que Mimí, la hermana de Julia, madre del niño que nacía, se guió por las calles derruidas de Liverpool gracias a los destellos de las bombas, y la fantástica luna de octubre, para llegar al hospital donde conocería al que a fin de cuentas criaría como un hijo.

Lo llamaron John Winston Lennon, el primer nombre por su abuelo, el segundo por el Primer Ministro inglés de la época, Churchill, “el bulldog inglés”, que se fumaba pavorosos puros y consumía una botella de whisky a diario, sin que esto le provocara la menor temblorina a la hora de tomar importantes decisiones políticas o le impidiera sentarse a escribir una obra que le concedió, en 1953, el Premio Nobel de Literatura más cuestionado de todos los tiempos.

Su infancia lo pinta como un coctel de Bart y Lisa Simpson. Era un perfecto desmadre en clase, quería llamar la atención del grupo a toda costa, haciendo bromas, historietas cómicas, caricaturizando e imitando a sus maestros. Un desastre insoportable, sin futuro; pero por otra, en su intimidad, canalizaba toda esa creatividad para aprender el secreto de la música, para sacar su Yo de los sonidos que provocaba en esa armónica, ese banjo, esa guitarra, que fueron los primeros instrumentos con los que convivió. De los libros que le regalaba su tía Mimi, su madre adoptiva, sacaría los secretos que contienen las palabras bien dichas.

Rebeldía, música y literatura ¿quién da más?

Como era de rigor, su caso empeoraría en la adolescencia. Al grito de "¡auxilio, necesito a alguien!", haría su primer grupo y buscaría en todo Liverpool morros que le siguieran el rollo, no el del desmadre, que para eso se pintaba solo, sino el de la música y las letras.

El destino es el único ente (por llamarlo de algún modo) que sabe por qué y cómo deben ser las cosas; es el que acomoda las vidas y es el croupier que reparte las cartas con las que se enfrentará el póquer de la vida. El día que se conocieron Lennon y McCartney el destino se las ingenió para repartir cuatro ases y un jóker para cada uno.  Ese día, sin que ninguno de los dos se dieran por enterados,  surgió la rúbrica mancomunada inaugural de un nuevo mundo: Lennon / McCartney.

Con sus cartas desplegadas, McCartney le sugeriría a Lennon, dos años mayor y jefe de la banda The Quarrymen, que escuchara a George Harrison, un año menor que él. Buen estudiante, medio apocado. Se le concedió audición. La guitarra puso los argumentos sobre la mesa; al Gran Jefe de diecisiete  años no le quedó más remedio que sumar al grupo al mocoso de catorce, que luego lució bien en las tocadas que daban en diferentes colegios y más tarde en Hamburgo.

Stuart Sutcliffe fue el siguiente engranaje, aunque provisional. Era un pintor con gran futuro, además de poeta, pero músico mediocre. Lennon lo jaló porque eran grandes amigos. De sus aportaciones trascendentales, se dice que entre él y Lennon acuñaron, en una tarde de bromas, juegos de palabras, cervezas y cigarrillos, el término Beatles. Separado del grupo en 1961, Stuart muere al año siguiente de hemorragia cerebral y jamás sabría la trascendencia del nombre que ayudó a crear.

Pete Best fue el baterista que antecedió a Ringo Star, para el que el  destino no repartió cartas: le dio tan solo  la sábana del Premio Mayor. Richard Starkey llegó en el momento que el grupo se subía a los cuernos de la luna, con el mundo a sus pies. Y Lennon, recordando sus viejos tiempos de la escuela, hace su travesura mayúscula: “Los Beatles somos más populares que Jesucristo”, que luego enmendaría a su mejor manera, es decir, como Bart, empeorando las cosas: “Jamás dije que fuéramos mas grandes o mejores, o siquiera comparados con Jesucristo como persona, o Dios como cosa, o lo que sea: yo solo dije lo que dije y estuvo mal, o fue tomado mal”.

De las travesuras de la escuela a la eternidad,  no Lennon, sino el grupo que había conformado, se convertirían en un estandarte de un mundo que era invadido por el pelo largo y las barbas en los hombres, la minifalda en las mujeres, , la libertad sexual entre ambos, el lenguaje confrontado entre padres e hijos, la lucha por la paz,  los enervantes  para soñar, el “humo de conciencia”, que les había presentado Bob Dylan, los bonzos que se prendían fuego en las plazas para que el mundo dejara el rumbo de la decadencia y aceptara el amor como la solución definitiva. All you need is love.

Declaró que el sueño (Los Beatles) podría durar un año o diez, pero fue más premonitorio el comentario de Emilio García Riera, que le dijo a García Márquez: "Oigo a Los Beatles con un cierto miedo, porque siento que me voy a acordar de ellos por todo el resto de mi vida”.

Nacido en un bombardeo y destinado a iluminar el mundo al formar Los Beatles, Lennon logró inventar otra realidad, esa de la que habla García Márquez en este párrafo del texto que publicó a raíz de su asesinato, sucedido  en New York, el 8 de diciembre de 1980:

“Su muerte absurda nos deja un mundo distinto cargado de imágenes hermosas. En "Lucy in the sky", una de sus canciones más bellas, queda un caballo de papel periódico con una corbata de espejos. En "Eleanor Rigby" —con un bajo obstinado de chelos barrocos— queda una muchacha desolada que recoge el arroz en el atrio de una iglesia donde acaba de celebrarse una boda. “¿De dónde vienen los solitarios?”, se pregunta sin respuesta. Queda también el padre McKensey escribiendo un sermón que nadie ha de oír, lavándose las manos sobre las tumbas, y una muchacha que se quita el rostro antes de entrar en su casa y lo deja en un frasco junto a la puerta para ponérselo otra vez cuando vuelva a salir. Estas criaturas han hecho decir que John Lennon era un surrealista, que es algo que se dice con demasiada facilidad con todo lo que parece raro, como suelen decirlo de Kafka quienes no lo han sabido leer.

Para otros es el visionario de un mundo mejor. Alguien que nos hizo comprender que los viejos no somos los que tenemos muchos años, sino los que no se subieron a tiempo en el tren de sus hijos”.

José Luis Franco

Lo dice el reportero