
El sino del escorpión observa de cerca la reorganización global de las derechas luego del evidente fracaso de las doctrinas económicas centrales del neoliberalismo. Desde Europa hasta Estados Unidos y América Latina, la llamada “Internacional derechista” reagrupa fuerzas, organismos ideológicos y estrategias políticas ante la batalla que enfrenta con las extendidas luchas igualitarias y democrático populares emergentes.
Y de pronto, un malamente enriquecido empresario mexicano, deudor de Hacienda y recalcitrante opositor al Estado regulador como forma superior de organización social, se dice listo para participar en las elecciones a la Presidencia del país y acabar con los “zurdos de mierda” (Milei dixit).
Las declaraciones del poderoso dueño de una televisora, empresas de telecomunicaciones, de un banco y de una cadena de tiendas comerciales, llevan al escorpión a toparse con un concepto que muchos han querido y creído rebasado, pero que permanece en el fondo del sistema económico mundial: la dictadura del capital. La expresión surge del marxismo clásico al describir el régimen político y social en el que la burguesía impone su dominio económico y cultural a través de las estructuras estatales. La idea fue evolucionada por otros teóricos socialistas (Lenin, Poulantzas, Althusser) hasta que Gramsci y su teoría de la hegemonía avanzaron el concepto.
La “dictadura del capital” no es un eco del pasado, insiste el venenoso, es la descripción de un orden político y económico en el que las élites financieras subordinan las decisiones públicas a la lógica de la rentabilidad (del capital). Esta dictadura del capital opera a través de tres vías interdependientes. Primero, la dependencia de la deuda externa y las condicionalidades del crédito que subordinan las políticas públicas a criterios financieros, lo que implica reformas impulsadas por organismos multilaterales (FMI, Banco Mundial, OCDE) y grandes corporaciones multinacionales, que mantienen la precarización laboral y erosionan los derechos sociales.
Segundo, la captura de las agencias de calificación y tribunales arbitrales con la intención de limitar la capacidad legislativa autónoma de los países, al amenazarlos con sanciones económicas por políticas consideradas “riesgosas”. Y tercero y más reciente, el uso de big data y algoritmos alimentados por corporaciones tecnológicas, lo que facilita la vigilancia y el modelado de comportamientos ciudadanos, transformando la participación política en un mercado de preferencias manipulables.
El concepto sigue vigente al analizar también la elevada concentración de la riqueza global, la captura regulatoria y la sustitución de la lógica democrática por mecanismos de mercado. Es evidente, entonces, el poder de los actores financieros internacionales que han contribuido a la subversión de controles y equilibrios —desde la captura de órganos electorales hasta la injerencia en el Poder Judicial— para afianzar un modelo cada vez más dependiente de flujos de capital internos y externos.
Esta realidad deja ver la tensión creciente entre el imperativo del capital y la soberanía popular. Cuando las economías nacionales deben someterse a dictámenes externos para acceder a recursos, la política se reduce a la aplicación de recetas prefabricadas. La erosión de espacios de deliberación pública —tribunales, organizaciones y asambleas ciudadanas, elecciones democráticas en los poderes del Estado— conduce a un descreimiento masivo en la capacidad de la democracia para corregir injusticias estructurales. Ante esto, la dictadura del capital se consolida no sólo como coerción económica, sino como una forma de colonialismo institucional que redefine prioridades estatales (el caso de Argentina es el ejemplo puntual).
La dictadura del capital no es un mero vestigio teórico, sino una realidad que moldea las políticas y las instituciones democráticas y antidemocráticas en todo el mundo. Resulta imposible escapar a ella y, no obstante, muchos gobiernos tratan, como pueden, de frenar, suavizar o controlar esta avanzada del capital con políticas redistributivas y mejoras salariales (tan satanizadas por la derecha).
El alacrán profundizaba en su texto digno de investigador del CIDE (jeje), cuando se topó con un artículo de Viridiana Ríos (Milenio 03/09/2025), donde destaca que no son “los empresarios” en general, sino las hiper privilegiadas élites empresariales las que cabildean, hacen grilla e influyen en las políticas gubernamentales. Este grupo de empresarios multimillonarios son lo que comían con Fox cada semana, según acaba de confesar el expresidente, para darle instrucciones y recomendaciones.
Esta veintena de empresarios multimillonarios que aparecen en la lista de Forbes (como nuestro irrefrenable dueño de TV Azteca), son lo que han presionado, exigido, dictado con el poder descomunal de sus fortunas muchas de las acciones de los gobiernos neoliberales y aún anteriores. Sus tácticas han ido desde la connivencia política hasta la corrupción descarada, el enriquecimiento de funcionarios públicos, la extorsión y el chantaje. Todo mientras cientos de miles de empresarios medianos y pequeños son los que más contribuyen al empleo y la economía.
Esa es la dictadura del capital, reitera el venenoso. Hasta que llega alguien y les pone un “¡Hasta aquí!”, y la gayola aplaude, celebra y echa porras, mientras la élite empresarial demanda y va a tribunales con jueces a modo en lo que se reorganiza, reagrupa y arma grupos de oposición para protestar por la dictadura gubernamental que los oprime y aplasta (ajá).





