
El político morenista Alejandro Encinas fue designado, una vez solventados todos los protocolos del caso, Embajador del Estado mexicano ante la Organización de Estados Americanos (OEA) que tiene su sede en la capital del imperio norteamericano, en la llamada Casa de las Américas.
El tema ha merecido diversos y encontrados comentarios. Algunos lo consideran muy merecido, otros una especie de exilio por estimársele incómodo al oficialismo, y en especial a los altos mandos de las Fuerzas Armadas. En cambio hay quienes consideran que la Embajada está que ni mandada hacer para un hombre que ha demostrado trayectoria destacada en espacios colegiados que se le dan de manera casi óptima.
Alejandro Encinas no es un diplomático de carrera, los que mucho se necesitan para una Cancillería que durante los últimos años se ha deshonrado por nombramientos expedidos en favor de exgobernadores priistas impresentables. Está claro que con esto no se debe jugar y por eso hemos observado que estas debilidades perjudican al país.
Empero, lo más delicado es la indefinición actual de una política exterior en un mundo tan convulso, con problemas de reciente manufactura, y por el hecho de que las grandes potencias, en especial Estados Unidos con Trump, Rusia con Putin y China con Xi Jiping, se muestran agresivas y desdeñosas de los viejos discursos soberanistas que necesitan ser reestructurados, en particular por nuestro país, que tanto recurre a ello.
Lo terribles sucesos de Ucrania y el genocidio en Gaza hablan por sí solos. En este último caso ya quedó en evidencia que el Estado de Israel rechaza el derecho internacional, a la ONU, el multilateralismo; pero México, en este caso concreto, no se decide a jugar un papel acorde a los principios constitucionales y a su larga tradición de solidaridad con los pueblos agredidos o en conflictos armados, como fue el caso salvadoreño.
Enumero esto para entrar al tema porque en esta columna he afirmado –y hoy ratifico– que el actual Secretario de Relaciones Exteriores, Juan Ramón de la Fuente, no está a la altura de las circunstancias.
La llegada de Alejandro Encinas a la política exterior del Estado mexicano merece un análisis específico y singular. Se trata de un político de izquierda surgido del extinto Partido Comunista Mexicano, con una larga formación humanista en la Universidad Rusa de la Amistad de los Pueblos “Patricio Lumumba”, fundada en medio del fragor de la larga Guerra Fría. Quizás este antecedente no pase inadvertido en el organismo internacional que agrupa a los países del continente, que políticamente han sido utilizados en parte por los Estados Unidos para sus propios fines y, en tiempos ya lejanos, con un discurso anticomunista ramplón.
Encinas se ha desempeñado en la esfera de la izquierda partidaria, iniciando por el PCM y sus derivaciones hasta llegar al PRD, en el que participó de su dirección nacional; desde ahí ocupó candidaturas importantes y cargos de significación en el Congreso y en la Jefatura de Gobierno de la Ciudad de México.
Con Morena llegó a la Subsecretaría de Gobernación e integró activamente la Comisión de la Verdad para el Caso Ayotzinapa, donde se topó con los jefes del Ejército, y de paso, tangencialmente, con Omar García Harfuch, que lo tiene apuntado en su lista negra.
Hoy ya es Embajador. Estará fuera del país, en Washington, y desde luego con presencia aquí, como es natural. Para él hay tiempos complejos por la política agresiva de Trump, aunque su agenda estará en otro ámbito de un organismo internacional como la OEA.
Venezuela, Nicaragua y Cuba son una tercia de estados que previsiblemente darán mucho de qué hablar en el ente internacional y no sería pertinente colocarse en esa agenda con un dejo de neutralidad inadmisible o de mera retórica, cantando una autodeterminación abstracta, sin marbetes.
El exilio salvadoreño, por ejemplo, exige una presencia activa de México para develar el papel que juega el Presidente Nayib Bukele como un modelo en ciernes de Estado muy al gusto de Donald Trump, el cual no tiene punto de congruencia con los principios de la OEA en materia de Gobierno representativo, ni mucho menos de respaldo al sentido profundo del derechohumanismo.
En fin, o se tratará de mostrar el brillo que aún queda de los viejos tiempos de la diplomacia mexicana, o se mostrará el pronosticable cobre que se cobija con un falaz discurso soberanista muy obediente con el trumpismo.
Por lo pronto, la OEA de hoy lamentablemente está desprestigiada, no obstante, sus importantes aportes que hay que reconocer. Sin embargo, creo que ese organismo no es del agrado del oficialismo actual, como tuvimos oportunidad de verlo en el desempeño de López Obrador, que privilegió la política interior practicando un provincianismo detestable.
Está de más decir que los tiempos que le tocarán a Alejandro Encinas ya no serán los del excanciller Manuel Tello en 1962, cuando este hizo malabarismo o filigrana diplomática en defensa de Cuba y su revolución, hoy devastados por los saldos del castrismo.
Estamos en otro momento y no tengo duda de que el nuevo Embajador lo sabe. Es muy propio de los comunistas de origen estar atentos de los problemas internacionales. Encinas cargará con el sambenito de excomunista, tema muy estudiado en Washington, y no se diga por intelectuales que fueron astillas del mismo palo, como Koestler y Deutscher, el gran biógrafo de Trotsky.
Maquiavelo dijo hace cinco siglos que era empresa muy difícil la de ser Embajador, pero que se convertía en fácil para quienes tienen ganadas las orejas del príncipe.
Si Encinas la quiere sacar adelante, no la tiene fácil.





