Melvin Cantarell Gamboa

La ética en nuestro tiempo

"Hoy, más que en ningún otro momento, urge una ética de nuestro tiempo, debido a la doble crisis, civilizatoria y humanitaria que vivimos e incluye a todas las culturas actuales, los sistemas sociales y económicos, las relaciones sociales, la política, la destrucción de la naturaleza, los crímenes de lesa humanidad y el genocidio".

Melvin Cantarell Gamboa

15/10/2025 - 12:05 am

La ética hoy en día
Una persona lamentándose. Foto: Pedro Anza, Cuartoscuro

“En ética, las explicaciones metafísicas han de ceder paso a las explicaciones físicas e históricas y estas han de buscarse tanto por alivio personal como por nuestro interés en la vida y sus problemas”.
Humano demasiado humano.
Federico Nietzsche

El cinismo, la hipocresía, la mentira, el fingimiento, la contradicción entre lo que se es y lo que se piensa, la falsa apariencia de cercanía y la ausencia de solidaridad dominan hoy los comportamientos humanos; la ética muere a causa de la administración neoliberal del pensamiento, ya no hay ningún saber del que se pueda ser amigo; el sistema capitalista, en su afán acumulativo de capital, llevó a tales extremos la codicia que obnubiló la disposición de la inteligencia en la búsqueda de una visión de la existencia que permita a los seres humanos desarrollar un compromiso ético con los demás y vivir de modo seguro, sin violencia y sin agresiones; se llegó a esta incapacidad moral, convirtiendo la voluntad de saber en voluntad de poder y el deseo de una vida buena, tranquila y pacífica fue substituida por la búsqueda de riqueza y al poder. La transformación de la voluntad de saber en voluntad de poder tuvo efectos catastróficos con la aparición de la propiedad privada; el deseo de tener más se hizo pasión que, convertida en la fuerza vital dominante, motiva desde entonces a los individuos a expresar sus ambiciones e impulsos a realizar sus fines sin importar los medios. En nuestro tiempo, esta afección destruyó lo ético, que se ha difuminado para dar paso a la ambición de beneficio, rentabilidad, orden, lujo, consumo suntuario, apropiación ilimitada de bienes propios y estilos de vida imperial que generan mayor desigualdad, acrecienta el dominio sobre los otros y hacen de vicios privados, como la agresividad, el crimen, la estafa, el engaño y la corrupción, medios que, según su punto de vista, hacen posible el bien público y el progreso social. En realidad, estas acciones irracionales, para nuestra desgracia, han puesto de lado los motivos éticos que debieran impulsar nuestros actos, nadie busca ya un ethos que le permita vivir adecuadamente y muy pocos consideran la posibilidad de desarrollar en sí mismos un programa neuronal regulativo de su carácter que lo incline a sentir, pensar y actuar de manera ética. Es más, me atrevo a afirmar que la ética se ha convertido en un malestar y nos alejamos de ella como de una infección contagiosa, nadie aspira ya a la bondad de la inteligencia ni al deseo de una vida buena digna de ser vivida; cuando en ningún momento como hoy, la condición humana requiere de programas neuronales que guíen la conducta, y la ética contiene todas las opiniones sobre los actos de los individuos e involucra todos los aspectos, buenos y malos, existenciales y de comportamiento relacionados con la sabiduría de vivir.

La ética que ha estado presente a lo largo de la historia de las culturas y las civilizaciones en las creencias religiosas, doctrinas filosóficas y en la obra de aquellos pensadores que aspiraron a construir los fundamentos morales que dan sentido a la existencia humana ha desaparecido de nuestro horizonte vital; es cierto, sería un error suponer que la ética tiene la solución de todos nuestros problemas y que le corresponde imponer correctivos, leyes, normas, deberes y valores que debemos practicar para salvar al mundo; no, no es así, su tarea es más modesta y radica en la influencia que pueda ejercer sobre la conducta de cada individuo, pues carece de carácter regulativo ya que no tiene poderes ni intenciones disciplinarias o capacidad para castigar.

La ética existe como experiencia existencial, proviene de las dolencias y sufrimientos humanos a los que ha respondido con recursos reguladores acorde con las condiciones del momento; primero, dando testimonio de lo monstruoso de algunos comportamientos humanos y, segundo, obligando a los seres humanos a emprender caminos que conduzcan al entendimiento entre los hombres y continúen escribiendo las páginas de su historia. La ética, por tanto, se ocupa de los hombres en tanto seres históricos que tienen una vida y la obligación de persistir en su humanidad, de comprenderse y comportarse con respeto hacia el otro con honestidad y honradez, así como aplicarse a la mejora de su propio yo.

Ahora bien, hoy, más que en ningún otro momento, urge una ética de nuestro tiempo, debido a la doble crisis, civilizatoria y humanitaria que vivimos e incluye a todas las culturas actuales, los sistemas sociales y económicos, las relaciones sociales, la política, la destrucción de la naturaleza, los crímenes de lesa humanidad y el genocidio; problemas no son atribuibles a pasiones humanas como el odio, la crueldad, la venganza, el desprecio, la aversión, la desesperación, el miedo, la indignación, la ambición y la codicia, sino que incluye cosas más terrenales como lo económico, los sistemas políticos, la técnica y otra retahíla de causales atribuibles a las estupideces humanas que han persistido por siglos y que es necesario eliminar: culto a los poderosos, a los políticos, al vasallaje, al sometimiento, a la sociedad de clases, la religión, las drogas, el alcoholismo, las modas, la guerra, las armas, las supersticiones, el exterminio de la naturaleza, los árboles, los animales y de nuestros semejantes, todas ellas producto de necedades, alienaciones y estulticias que aparecen y desarrollan ahí donde la razón no ha dado lugar al comportamiento ético.

Llevar la discusión de esta doble crisis al ámbito de la ética implica poner en el centro de la problemática nuestra crisis existencial caracterizada por un permanente estado de confusión, angustia y miedo colectivo cuando pensamos a futuro y descubrimos que lo que define el comportamiento de las clases dominantes, de los dirigentes políticos y sus corifeos es la necedad, la estulticia, la tozudez y la maldad preconcebidas como el camino más expedito para alcanzar fines inmediatos, sin importar los medios. Empeora las cosas la respuesta que estos actos reciben de los ofendidos: indiferencia, conformismo, mansedumbre y flaqueo de la inteligencia.

De ninguna manera, por ejemplo, vivimos un estado de “normalidad” cuando las relaciones humanas se regulan con mentiras y engaños. Entre los antiguos persas, según Heródoto (Los nueve libros de historia), el mentiroso era considerado el más despreciable de los hombres, entre nosotros, quienes mienten y engañan sistemáticamente, como lo hacen empresarios, jefes de Estado, intelectuales, opinadores, periodistas, algunos científicos y hasta el tendero, el mecánico, etc., etc., no reciben de nosotros el mínimo desprecio, y lo peor, el hombre común no solo se deja engañar, sino festeja al mentiroso e incluso lo consiente, siempre y cuando sus embustes difamen al que piensa diferente de él, milite en un partido contrario o porque, simplemente, el ofendido le cae mal. Lo infausto y trágico de esta actitud, que se práctica principalmente en las “altas esferas sociales” y lleva a la sospecha de que el engañado gusta de ser objeto del engaño, que con falsa ingenuidad no exige que se le hable con la verdad; actitud que abona la maldad y aleja cada día más a los individuos de las exigencias éticas que hacen posible una coexistencia ausente de agresiones.

Derivado de todo lo anterior, podemos afirmar que no nos dirigimos hacia una vida ética, es tanto el potencial de barbarie que habita en el seno de la actual civilización que estamos muy lejos del momento en que veamos transitar por el mismo carril ética y existencia humana; la incapacidad actual para mantener una relación inteligente con la época y la incapacidad para opera en favor de una vida fincada en la eticidad se aleja cada día más, especialmente porque una conciencia embotada y ecléctica, por su indefinición, anuncia un trágico destino.
Debe quedar claro que la moral de cada uno proviene de un querer y un rechazar; queremos y rechazamos según el programa neuronal que hallamos desarrollado e interiorizado; la conducta se ajustará siempre al mismo patrón que hicimos nuestro para resolver nuestros dilemas morales y en tanto no optemos por la ética correcta (antes habrá que definir lo que esto significa), tanto los individuos, como las instituciones, las sociedades y las culturas requerirán de una ética; el problema entonces es saber a qué ética nos referimos.

Al oprimir la tecla que pone fin a este artículo me asalta una duda que me lleva a plantear la siguiente pregunta: ¿A quién en estos tiempos convulsos y sombríos puede interesarle la ética? Mi actitud dubitativa es absolutamente real; me urge encontrar motivos suficientemente para continuar con el tema. ¡Auxilio!

Melvin Cantarell Gamboa

Melvin Cantarell Gamboa

Nació en Campeche, Campeche, en 1940. Estudió Filosofía en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Es excatedrático universitario (Universidad Iberoamericana y Universidad Autónoma de Sinaloa). También es autor de dos textos sobre Ética. Es exdirector de Programas de Radio y TV. Actualmente radica en Mazatlán, Sinaloa.

Lo dice el reportero