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Catalina Ruiz-Navarro

04/09/2015 - 12:00 am

Sobriedad y lucidez

Graciela Elizalde Benavides es una niña mexicana de 8 años de edad que está enferma de epilepsia y sus padres buscan que sea legal para ella adquirir un tratamiento experimental que usa la marihuana. Graciela sería la primera persona en México en consumir legalmente la planta en la forma de un aceite que podría servir […]

Graciela con sus papás Raúl Elizalde y Mayela Benavides. Foto: Sanjuana Martínez.
Graciela con sus papás Raúl Elizalde y Mayela Benavides. Foto: Sanjuana Martínez.

Graciela Elizalde Benavides es una niña mexicana de 8 años de edad que está enferma de epilepsia y sus padres buscan que sea legal para ella adquirir un tratamiento experimental que usa la marihuana. Graciela sería la primera persona en México en consumir legalmente la planta en la forma de un aceite que podría servir para calmar los efectos de la epilepsia, y de esta manera, sin saberlo ni quererlo, le abriría camino a la legalización.

Los seres humanos usamos todo tipo de sustancias para alterar nuestros estados de conciencia, usamos la cafeína y la nicotina, teína, aspirina, la lista de las drogas legales que consumimos a diario es inmensa. Algunas de estas sustancias son especialmente adictivas, por ejemplo, el consumo de azúcar, produce severa narcodependencia, y por eso la obesidad se ha convertido en un verdadero problema de salud pública en México.  Aunque una encuesta reciente muestra que el 87.4% de los mexicanos ha probado la marihuana, su consumo sigue siendo estigmatizado en todo el país, al punto de compararla con drogas realmente fuertes, como la heroína o el mundano alcohol. Sin duda, la razón para la prohibición de la marihuana no tiene que ver con que sus efectos causen gran cosa en las personas, vamos, ni siquiera causa dependencia, pero como la sustancia ha sido ilegal por tanto tiempo su consumo se ha estigmatizado como “inmoral” al punto que tenemos que pasar por absurdas preguntas como que si está bien que una niña la use para calmar su dolor, preguntas acompañadas de proceso legales y burocráticos, que no deberían entorpecer el acceso a la salud de una menor de edad.

Creer que las decisiones morales y éticas que toma una personas pueden estar influenciadas por las sustancias que consume es un grave error, primero porque nuestra conciencia, ante los estímulos del mundo moderno, casi siempre está alterada,, y segundo porque un estado alterado de conciencia no exime de las responsabilidades legales y morales de las personas, si lo hiciese, podríamos tomarnos una cerveza y correr a hacer lo que queramos sin consecuencias. Alguien que excuse su mal comportamiento por haberse fumado un porro es un sinvergüenza y quién le crea es un tonto. Las personas están en capacidad de tomar decisiones sobre lo que consumen, y sobre los efectos que estas sustancias tienen sobre sus cuerpos (siempre particulares), y quizás si hubiese más educación sobre los riesgos del consumo de drogas, si pudiésemos hablar con franqueza al respecto, si no fuera un tabú, tendríamos consumidores más responsables que no pondrían en ni peligro su salud ni la de los demás.

El asambleísta del PRD, Eduardo Santillán Pérez, dijo a The Washington Post que la legalización agravaría un problema de salud pública porque “si eres pobre, sin trabajo, sin educación, sin alternativas para tu tiempo libre, el uso de la marihuana lleva a actividades ilícitas.” Es grave que un asambleísta caiga en esta falacia porque lo que está diciendo es que la culpable de las actividades ilegales es la marihuana, y no las terribles condiciones sociales y de desigualdad en las que viven los mexicanos. Si el Estado no garantiza trabajo, ni educación, ni alternativas, con o sin marihuana, la gente considerará dedicarse a la delincuencia. Si no hay posibilidades legales de movilidad social, muchos se verán reclutados por el narcotráfico, pues la triste realidad es que los carteles ofrecen la movilidad que no permite el Estado. Pero peor aún, gente que vive en condiciones de bienestar y riqueza, y quizás sin haber probado sustancia ilegal alguna, también se dedica a actividades ilícitas, corruptas, y nocivas para la sociedad. La inmoralidad y la maldad no son un problema de consumo de drogas y son transversales a todas las clases sociales. Cuando un asambleísta le echa la culpa de las actividades ilícitas al consumo de marihuana y no a los problemas estructurales generados por la incapacidad del gobierno para atender a los ciudadanos o para acabar con la impunidad, se está lavando las manos.

Los consumidores de cannabis no solo cargan con el estigma de tener “vidas disipadas”. También nos han dicho que son los culpables directos de las muertes que deja el narcotráfico. Esto lo creen incluso los padres de Graciela, que han padecido la violencia del narco en Monterrey y que se desmarcan de la causa de la legalización diciendo (con toda razón) que ellos no quieren hacer activismo político si no encontrar alivio para su hija. Sin embargo, los consumidores de sustancias como la marihuana existen desde antes que estas fueran ilegales. Los narcotraficantes no son resultado de la demanda de un mercado, sino de la ilegalidad que se ha impuesto a ese mercado. El comercio de alcohol, o de cigarrillos, que son drogas legales, no deja muertos, y en cambio, sí deja impuestos, que en el caso de legalizar el consumo de la marihuana, podrían usarse para resolver los problemas sociales que llevan a la gente a vivir en la ilegalidad.

Pero resulta que la ilegalidad del negocio es muy lucrativa para todos, incluidos miembros del gobierno. El narcotráfico, en la escala que se da en México, simplemente no podría ocurrir sin el beneplácito de la policía y la fuga olímpica del Chapo es prueba de que el negocio ilegal beneficia a altas esferas del gobierno. Además tenemos (el plural es porque me refiero a México y a Colombia) ese compromiso con Estados Unidos, un país que ha hecho política de relaciones exteriores a partir de una moral puritana fundada en el miedo. La plata que le manda EEUU a ambos países cada año para “combatir el narcotráfico” es un monto considerable y una fuente de ingresos que los gobiernos no quieren cortar, incluso ante la contradicción de que el mismo Estados Unidos esté empezando a legalizar el consumo de varias drogas, entre ellas la marihuana.

La estigmatización del consumo de drogas como la marihuana también facilita que muchos crímenes (como el multihomicidio de la Narvarte) se queden en la impunidad, pues la justicia no logra ver más allá de sus prejuicios, y de repente, cualquiera que entre contacto con drogas ilícitas se asume desechable para la sociedad. Mientras que la prohibición deja miles de muertos, la legalización podría mejorar la vida de muchas personas que padecen condiciones como la de Graciela. Empecinarse en frenar la legalización es un razonamiento absurdo, fundado en falacias propias de la moralina más barata, que prueban, más allá de toda duda, que sobriedad no es lo mismo que lucidez.

@Catalinapordios 

Catalina Ruiz-Navarro
Feminista caribe-colombiana. Columnista semanal de El Espectador y El Heraldo. Co-conductora de (e)stereotipas (Estereotipas.com). Estudió Artes Visuales y Filosofía y tiene una maestría en Literatura; ejerce estas disciplinas como periodista.

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