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Jorge Alberto Gudiño Hernández

06/02/2016 - 12:00 am

De nuevo un niño

Esta semana apareció en la prensa impresa y en los medios electrónicos otra imagen desgarradora, la de un niño de 7 meses muerto junto con sus padres. El cuerpo mostraba, en la absoluta serenidad de su postura, la marca de varios balazos. Tras la difusión de la noticia, los comentarios no se hicieron esperar. Los […]

Cuando vi la foto del bebé abatido en Oaxaca junto con su familia, sentí una profunda indignación. Sentí el peso de ese pequeño entre los brazos, la calidez de su cuerpo abandonándolo. Foto: Especial
Cuando vi la foto del bebé abatido en Oaxaca junto con su familia, sentí una profunda indignación. Sentí el peso de ese pequeño entre los brazos, la calidez de su cuerpo abandonándolo. Foto: Especial

Esta semana apareció en la prensa impresa y en los medios electrónicos otra imagen desgarradora, la de un niño de 7 meses muerto junto con sus padres. El cuerpo mostraba, en la absoluta serenidad de su postura, la marca de varios balazos.

Tras la difusión de la noticia, los comentarios no se hicieron esperar. Los hubo de indignación y de tristeza, esos componentes que cada vez resultan más necesarios para definir el ánimo de nuestros días. Fueron otros los que me llamaron la atención: aquéllos que buscaban comparar la muerte de este pequeño con la de aquel otro, el niño sirio, tirado en alguna playa que no fue suficiente para su supervivencia.

La comparación no era natural. No buscaba sumar un dolor al otro. Tampoco hacer un alto para la reflexión. Ni siquiera intentaba culpar al mundo por su crueldad. Estaba orientado al reproche. Era una suerte de: “miren, acá pasan cosas peores, no necesitan mirar al pequeño sirio”.

La voz que enarbolaba el reproche parecía, incluso, vanagloriarse por estar en posibilidad de vencer a un muerto con otro, a una imagen con otra peor. Es una voz que ya se desprendía del pasado, de los días en que el pequeño sirio apareció en los periódicos de todo el mundo. Un reproche, pues, añejado. Un reproche que, además, sonaba satisfecho. Como si lo importante fuera ganar el argumento y no la muerte del bebé de siete meses.

Como, en su momento, yo fui de los que escribió acerca de ese cuerpecito tendido en la playa, no me queda más que darme por aludido. Respondo entonces.
Sí, el horror nos ha alcanzado. A todos, desde muchas perspectivas.

Me parece injusto el reproche. Por muchas razones pero, sobre todo, por el tono de soberbia que lo acompaña. De nuevo, parece que importa más tener la razón en el reclamo que la posibilidad de sentir empatía por los caídos.

No soy de quienes pretenden volverse populares por decir cosas emotivas en torno a la muerte de un pequeño. Así que no escribí por moda, como algunos de los reprochantes sugieren.

Cuando vi la foto del niño sirio por primera vez, sentí una tristeza que no había sentido antes. Diferente a muchas otras tristezas. Una tristeza de las que se empozan en el ánimo. Una tristeza legítima. De ahí que decidiera escribir sobre ello.

Cuando vi la foto del bebé abatido en Oaxaca junto con su familia, sentí una profunda indignación. Sentí el peso de ese pequeño entre los brazos, la calidez de su cuerpo abandonándolo. Sentí coraje y desesperación.

A nadie se le puede exigir que equipare sus sentimientos con ninguna clase de marco referencial. Reprochar por las emociones que vivimos es un sinsentido.

El intento por comparar los horrores me parece más reprochable que el hecho de sumarse a una causa u otra. Sí, a veces debemos mirar cerca para encontrarnos con la desgracia pero ésta no evita la otra, la distante. Ambas pueden resultar igual de desgarradoras.

Al margen de las circunstancias de las dos muertes (la familia huyendo, las versiones que intentan justificar la balacera), me sigue incomodando más la muerte del pequeño sirio. Quizá porque soy padre y el suyo sigue viviendo con el lastre a cuestas de su hijo muerto. Eso no quiere decir que sea indiferente al niño oaxaqueño o a los que acaban de ser incinerados en Nigeria. Tan sólo que mi sensibilidad se mueve a su propio ritmo al igual que las del resto de las personas.

Ojalá algunos de los reprochantes puedan leer este texto. Así les daré más pie a que hagan sus reclamos. No importa. Ni siquiera si tienen razón. Han de estar muy contentos sabiéndose acompañados de ella, su razón. Que les aproveche.

Jorge Alberto Gudiño Hernández
Jorge Alberto Gudiño Hernández es escritor. Recientemente ha publicado la serie policiaca del excomandante Zuzunaga: “Tus dos muertos”, “Siete son tus razones” y “La velocidad de tu sombra”. Estas novelas se suman a “Los trenes nunca van hacia el este”, “Con amor, tu hija”, “Instrucciones para mudar un pueblo” y “Justo después del miedo”.

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