Hormonas, cirugías, acoso y bullying: cuatro trans cuentan cómo es su vida en la tradicionalista Coahuila

15/10/2017 - 9:27 am

Tras años de tratamiento hormonal, cirugías, acoso y bullying, cuatro jóvenes transexuales de 19 a 26 años se atreven a algo que nunca habían hecho: posar en lencería y contar su vida en la capital de Coahuila, donde hay leyes incluyentes, pero una realidad tradicionalista.

Nikol se tiende sobre las sábanas blancas de la amplia cama del hotel. Foto: Luis Castrejón, Vanguardia

Ciudad de México, 15 de octubre (Vanguardia/SinEmbargo).- Nikol se tiende sobre las sábanas blancas de la amplia cama del hotel.

“En mongolita, en angelita, que te veas así como que mongolita, pero muy puta”.

Está diciendo Anahí mientras contempla a Nikol, sentada en una silla alta y flaca, de esas como las que hay en las barras de los bares o en las cocinas de las casas muy popof.

Hoy, Nikol y Anahí, dos chicas trans, se han atrevido a hacer lo que nunca se habían hecho en sus vidas: posar en lencería para una cámara.

“Te ves bien. Hiciste una cara como de bien pendeja, pero puta, pa que me entiendas”.

¿Cómo?, le pregunto a Anahí.

“Sí o sea, así, de que es puta, pero pendejita, no sé”, responde.

¿Y cómo es poner cara de puta?, la interrogo de nuevo.

“Así como que así, mira… Como que te estoy coqueteando”, contesta.

Nikol, 25 años, masajista, está recostada bocabajo, con el rostro apoyado en los codos y arañado por sus largas uñas blancas de acrílico.

Lleva un pin up amarillo, bien setentero, en mitad de la cabeza y un conjuntito azul que si ahora mismo saliera a las calles, a más de dos se les caería la baba.
“Ay, te ves muy perra asquerosa. Es muy fotogénica, ¿verdad? Desde chiquilla ha sido muy perrilla”, dice otra vez Anahí y se ríe.

Ya hace un rato que estamos acá, en este cuarto de hotel: Nikol, Anahí, el productor y fotocineasta chilango Luis Castrejón y yo.

“Cambio, cambio. Tus piernas igual, estíralas para darles un poquito más de estética. Eso”.

Oigo que dice Castrejón, el organizador de esta nada convencional sesión de fotografía: transexuales en ropa interior.

A Castrejón le ha tomado apenas unos minutos convertir la habitación en un improvisado estudio de foto, con sus luces, sus controles, un difusor y su lente poderosa.

En la pieza hay nerviosismo y expectación. Foto: Luis Castrejón, Vanguardia

El sol del atardecer espía lujurioso entre las cortinas transparentes de las ventanas.
En la pieza hay nerviosismo y expectación.
Castrejón confiesa que nunca había hecho algo así.
Nikol y Anahí, jamás.

Y lo que más me causa escozor es que yo también soy novicio en esto.
Alguna vez me invitaron a escribir la crónica de la filmación de una película porno en Monterrey, pero quiso Eros que el rodaje se suspendiera.

Por algo Eros hace las cosas.

Estamos aquí gracias a que Anahí, 26 años, estilista, miró en internet el trabajo de Castrejón, le gustó y entonces le propuso armar una sesión fotográfica de ella posando en ropa estilo Victoria’s Secret.

A Castrejón le latió la idea.

Anahí les platicó a sus amigas Nikol, Allison y Debany, otras chicas trans, y les prendió el cotorreo de retratarse en poca ropa.

“Mi misión era, o mi sentir era, hacerlos ver como mujeres”, dirá más tarde Castrejón.
Quien viera a Nikol, la Reina del Orgullo Gay 2011, sentada de espalda en el borde de la cama, luciendo un coordinado de tanga y brasier púrpura, pensaría que está ante una auténtica modelo profesional, una morena de fuego: sonrisa sensual, piel bronceada, cabello azabache.

Su secreto, el secreto de Nikol, es el uso de hormonas.

El día que Nikol deseó, con toda el alma, sentirse y verse como una mujer, fue con el endocrinólogo y le dijo que quería una dosis para feminizar su cuerpo.

El doctor le dio pastillas, inyecciones.

Al rato a Nikol le crecieron las chichis, las caderas se le ensancharon y le adelgazó el vello de la piel.

El día que Nikol deseó, con toda el alma, sentirse y verse como una mujer, fue con el endocrinólogo y le dijo que quería una dosis para feminizar su cuerpo. Foto: Luis Castrejón, Vanguardia

¿Qué te dijo el médico?

“Nada, de hecho pensaba que era mujer. Me preguntó que si me había automedicado”, le dije que sí.

Años atrás Nikol había tomado ya unas pastillas que venden en las farmacias Similares y comprado inyecciones por recomendación de amigas o conocidas que le decían “ay, pues inyéctate ésas, te crece la bubi o se te adelgaza el vello”.

De pronto, recuerdo las historias tremebundas que he escuchado sobre chicas trans que, hace décadas, fallecían por inyectarse aceite en el cuerpo para parecer mujeres.
Nikol es lo que se dice una transexual novata, o sea, que no se ha sometido a ninguna cirugía para metamorfosear su cuerpo.

¿Cuánto dura el tratamiento de las hormonas?

“Lo que pasa es que es de por vida. Si lo dejas, se va”.

Una pastilla diaria, una inyección por semana, platica Nikol, y el espejo del tocador le devuelve la imagen de una niña veinteañera maquillándose y peinándose con oficio.

Conforme avanza la sesión me doy cuenta de que Nikol es más bien parca para hablar.

Días después la contacto por WhatsApp para decirle que necesito otra entrevista, entrevistarla más, y se me pone diva: que le gustaría en la alberca del hotel, tomando el sol, contesta.

“Lo que pasa es que es de por vida. Si lo dejas, se va”. Foto: Luis Castrejón, Vanguardia

La tarde que quedamos de vernos para seguir la charla, me planta.

“Viendo hacia el espejo. Levanta tu cara, pero échale swing. A ver, hacia la cámara, Anahí. Ya está. Gracias”, dice Castrejón.

Veo a Anahí tumbada al centro de la cama de sábanas impolutas y almohadas voluptuosas, el cabello, castaño y rizado, cayendo en cascada sobre sus hombros desnudos, la sonrisa sugestiva y un baby doll verde que deja ver, sin mojigaterías, sus senos profusos, desbordantes.

Tardes después, en su estética, Anahí me confiará que su primer logro personal, como trans, fue haberse operado las bubis.

También se quitó un lunar de la nariz que la hacía verse fea y se practicó una depilación láser.

“Me veía horrible y me hacían bullying”, dice.

De vuelta a la sesión, “Me sacas bonita, eh, que salga yo grande. De aquí directo a Hollywood”, dice Anahí destilando vanidad.

Desde el kínder, que le gustó un nene de cinco años, Anahí supo que quería ser mujer, que sería mujer, pero nunca que iba a transformarse.

A cambio, Anahí tuvo que renunciar a sus sueños de ser una profesionista.
Contaba 17 años y estudiaba la preparatoria, cuando decidió que ya no sería más varón y se vistió de mujer.

Los muchachos le lanzaban piropos subidos de temperatura en las calles.

“Y yo ‘díganme algo que no sepa, ya sé que estoy guapa, que soy bonita’”.
Sobra decir que la modestia es una virtud que no le va muy bien a Anahí.
Primero muerta que sencilla.

Los muchachos le lanzaban piropos subidos de temperatura en las calles. Foto: Luis Castrejón, Vanguardia

Si por los de su casa hubiera sido, Anahí ahorita sería un ingeniero o algo así, “pero yo ya quería ser mujer, ya quería vestirme de mujer”.

¿Y qué tiene que eso ver con los estudios?

“No iba poder ir a la escuela vestida de mujer. No era tan visto. Tiene poco que respetan”.

¿Qué te dijeron en casa?

“Cuando yo les dije en mi casa que quería ser mujer, me dijeron ‘tú sabes lo que haces, ya no eres un niño’”.

Entonces Anahí se metió de barrepelos y auxiliar en la estética de una amiga hasta que, con la experiencia que da el tiempo, consiguió poner su propio salón.

Una vez alguien le trajo una convocatoria para un concurso de belleza.

En los requisitos decía que la participante debía ser alta, delgada y guapa.
Anahí pensó que al menos en eso de ser alta y delgada, llevaba buena ventaja.
“Dije ‘pues soy delgada, alta y… fea no soy’”.

A partir de entonces tomó parte en tres o cuatro certámenes (Miss Novata 2010, Nuestra Belleza Gay Coahuila 2014). La gente la empezó a respetar.

“Cuando comencé estaba medio rarita, porque todas empezamos así, feitas. No feitas, sino que no sabemos arreglarnos. Ya cuando empiezas a agarrar la onda de tu belleza física, sabes qué te queda, qué no te queda, para verte un poco más femenina y más guapa”, dice.

“Cuando comencé estaba medio rarita”. Foto: Luis Castrejón, Vanguardia

¿Cómo te ves en 10 años?

Guapísima. Mucho mejor que ahora.

“Esas caras que estás haciendo, esas Anahí… Ahí te quedas. Esa es. Cierra los ojos, respira, ya me cambiaste cara…”.

La voz de Castrejón rebota en las paredes del estudio, cuarto de hotel.

Esta vez Anahí posa de frente, sentada en sus pies, las rodillas flexionadas, las manos en sus muslos esbeltos, presumiendo para la cámara su mejor repertorio de rostros, “muy cuqui”, “muy perra”, como ella dice.

“Yo soy Kristal Silva”, bromea Anahí.
¿Y Nikol?, le pregunto.

“Lupita Jones”.
¿Por qué Kristal Silva?

“Porque es una diosa de la belleza, está guapísima, el cuerpazo y todo”.
La sesión concluye.

Anahí se baja de la cama y cierra con un reproche agridulce para Nikol y para mí:
“¿Y no me tomaste fotos, idiota?, te dije. Peña, nos hubieras tomado fotos, ¿no ves que estamos ocupadas?, así como yo te hago el favor de…”.

La pregunto a Castrejón, cuyos retratos han ocupado las portadas de revistas como Quién, Elle, Quo, Chilango, Gente, entre otras, cómo se siente.

“Es bien padre transmitir a través de una imagen lo que una persona puede sentir, en este caso ellos”, dispara.

Semanas después nos encontramos con Allison y Debany, otras modelos primerizas, en otro cuarto del mismo hotel, adaptado como estudio de fotografía.

Estoy mirando a Allison, estilista, 19 años, sentada en la esquina de la cama de sábanas inmaculadas.

Trae un body negro con red, un collar plateado y unos tacones áureos, que la hacen ver como una Venus del siglo XXl.

“Ahí te quedas. Eso. Gracias. Eso, ahí, esa mirada, esa mirada”, dice Castrejón.
Tras los reflectores, Debany me cuenta que tiene gripa.

Lleva ya 15 días tomando pastillas y jarabes, pero que hasta ahora el efecto ha sido muy lento.

Sugiero unas buenas inyecciones y Debany dice que no puede, porque tiene silicón en las pompis.

Presiento que al fin he descubierto su secreto.

A media sesión, Debany confiesa que además tiene operada la nariz, trae un parche, pegado en el antebrazo, que secreta hormonas y lleva implantes en las bubis.

Un exnovio suyo al que conoció por Face, canadiense que vive en Monterey, le pagó la cirugía.

Espléndido novio, pienso.

Más tarde veo a Debany, 22 años, escort, recostada en la cama de sábanas impecables, plano vientre, piel atezada, cabellos cobrizos, afilado rostro, luciendo lencería roja, de encaje, como esa que, dicen, yo no sé, venden en las sex shop.

Parece una vedette, una top model, que si Castrejón no me hubiera avisado que se trataba de una sesión con chicas trans, no me doy cuenta.

Para ser una chica trans como Debany, hay que primero sufrir, dice.

“Duele bastante cuando te inyectas las pompas; la depilación es muy dolorosa, porque yo lo hago con cera; la recuperación de la cirugía de bubis es de tres meses; la de nariz, tres meses para que sane la herida. Esa es una chica transexual: la que sufre. Me ha dolido ser una chica trans”.

En las calles los hombres que ignoran el secreto que Debany se trae entre piernas la desean con rabia y sin disimulo.

¿Te cambiarías la pija por una pucha?

“Estoy muy a gusto, no me la operaría. Siento muy placentero tenerla, me gusta tenerla”.

¿Cómo te vistes cuándo sales?

“Me gusta andar coqueta. Me gustan los vestiditos, los shortsitos, las blusas, los cross top”.

¿Qué te gritan los tipos en la calle?

“Que cuánto por coger, ‘¿cuánto me cobras, chiquita?’, a veces que estoy bonita, que estoy chula”.

Las mujeres, en cambio, la envidian con ahínco, la odian a muerte.

“Siempre he tenido pleito con mujeres por mi físico. A veces los hombres me prefieren a mí y no a ellas y empiezan a decirles que no, que cómo van a preferir a un joto que a ellas que son mujeres”, dice Debany.

Y me cuenta la historia de un conductor que le dio el paso, con el semáforo en verde, a una muchacha despampanante que venía contoneándose por el bulevar, era Debany, y recibió tremenda cachetada de la dama que lo acompañaba.

“Me vio muy voluptuosa”, dice Debany con cierto dejo de vanidad y malicia.
¿Te sientes mujer?

“Yo me siento una chica transexual, yo no me siento mujer. Admiro el físico de una mujer, me encanta cómo se ven las mujeres, me gusta arreglarme como mujer, pero no me siento una mujer”.

¿Qué te dijeron en casa cuando decidiste que serías una chica trans?

“No me dijeron nada, que ellos me apoyaban. Desde que empecé a vestirme de mujer a los 15 años me dijeron que qué bueno que había tomado esa decisión”.
Sus vecinas del barrio le regalaban ropa.

Un mediodía en su oficina, Noé Leonardo Ruiz Malacara, presidente de Comunidad San Aelredo, habla de cuando los gays y las lesbianas eran encerrados, maltratados e incluso llevados a la fuerza con psicólogos o psiquiatras para que los cambiaran.

“Hoy en día se han dado cuenta que no es una condición o una enfermedad, sino una preferencia y una elección de las personas. Ahorita las chicas andan en el Centro y pueden caminar libremente por una plaza comercial, ya no son vistas, pasan desapercibidas”.

Le platico Ruiz Malacara sobre ésta sesión fotográfica en la que han participado cuatro chicas trans de la comunidad, quiero saber su opinión.

“La población trans ha agarrado tanta fuerza que ya son más desinhibidas, que ya se quieren mostrar más a la sociedad. Que lo hagan a través de un espacio y de una forma profesional significa mucho para nosotros. Es una forma muy buena de decirle a la gente ‘aquí estamos, así somos y nos presentamos ante ustedes, para que nos conozcan’”, responde.

La cámara enfoca a Allison, tendida en el lecho, bocabajo, presumiendo un combinado de brasier y tenga negros, la mirada insinuante, los dedos acariciando su melena leonina, pantorrillas al viento.

Está nerviosa.

“Relaja el cuerpo. Eso. Entre más natural, más sensual”, dice Castrejón.

Le pregunto a Allison que si todo eso es suyo, responde que sí, que no está operada ni toma hormonas.

“Así estoy”, dice provocativa.

Lo único que ha hecho hasta ahora es ponerse extensiones en el cabello.
Todo lo demás es natural.

Otro día, en otro lugar, Allison me cuenta de la noche que conoció en persona a Lorena Herrera, su artista favorita, en un antro de Monterrey.

Lorena la subió al escenario junto con otras cinco chicas a posar, a caminar.

“Me dijo que me veía muy bonita. ‘Tú eres chaparrita, bonita’, me dice”.

Eres la envidia de las mujeres, ¿no?

“No la siento como envidia, la siento como admiración, porque muchas chicas dicen ‘ay, se maquillan más bonito que nosotras, se ven mejor que nosotras’, y pues eso para mí es como un halago, no envidia”.

Pienso: ¿qué irá a decir la familia de Allison cuando vea sus fotos en lencería atrevida?

La sesión está por terminar.

Antes de guardar su cámara, Castrejón propone a las modelos hacer unos desnudos de perfil y de frente, aunque intuye que quizás esas fotografías no serán publicadas.

Las chicas aceptan.

Yo prefiero cerrar los ojos para no tener que enterarme de su secreto.

CHICAS TRANS EN COAHUILA
• Se calcula que en Saltillo hay unas 700 chicas trans y 3 mil 500 en todo Coahuila.
• La mayoría vive con su familia, son de clase social media y tiene estudios de preparatoria.
• El 60 por ciento de las mujeres trans en el país se dedica al sexo comercial o trabajan como escorts.

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