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Fabrizio Mejía Madrid

23/03/2023 - 12:05 am

Escuchar al Presidente

Lo que el Presidente está diciendo es que ese mismo bloque anti-transformación se ha vuelto a formar ahora en la víspera del final del primer sexenio obradorista y que, para sortearlo, hay que tener respaldo popular y medir los tiempos de las decisiones políticas que faltan.

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Abro esta columna con una sencilla pregunta: ¿Qué dijo el Presidente López Obrador en el mitin del 18 de marzo que la oposición hizo hasta lo imposible para que no lo oyeras? ¿A qué le teme esta oposición que hizo de un dato nimio, como la quema de un judas de parte de un grupo en el mitin, algo que parecía un incidente gravísimo? ¿Qué de lo que dijo el Presidente ameritó que se coordinaran Felipe Calderón, Margarita Zavala, la Suprema Corte, y Lorenzo Córdoba en su gira del adiós por la NED y la OEA? Si lo quiere saber, aquí está mi explicación del ocultamiento que hicieron los medios corporativos del contenido político de ese discurso.

Primero, hay que mirar el entorno: una movilización que colma el Zócalo en el aniversario de la expropiación petrolera de Lázaro Cárdenas. Está compuesta con las bases del obradorismo que tienen una postura con respecto a los dos frentes al que se referirá el Presidente: el interno, con una oposición deficiente pero beligerante que abarca el 90 por ciento de los medios de comunicación, la Suprema Corte de Justicia, el órgano electoral y su Tribunal, los partidos en torno a Claudio X. González, e incluso, la facción de Ricardo Monreal en el Senado; y el frente externo, coordinado con el interno, de una parte de congresistas republicanos y algunos demócratas en Texas, Florida, y Arizona, las agencias de drogas e inteligencia de los Estados Unidos, el Departamento de Estado, la NED (que no es más que el outsourcing de la CIA), y los medios corporativos allá, como el Washington Post, el New York Times, y el Wall Street Journal. Todos ellos, en lo interno y en lo externo han insistido en lo mismo: la intervención de los Estados Unidos, unas veces por el fentanilo, otras por los norteamericanos asesinados en Tamaulipas y hasta por la existencia de la “mañanera”. Ese Zócalo lleno se pone frente a este bloque que se opone a que la 4T siga adelante por un sexenio más.

Es en ese contexto que se escucha al Presidente López Obrador quien, tras el informe del rescate de Petróleos Mexicanos por parte de Rocío Nahle, la secretaria de Energía, y de Octavio Romero Oropeza, director de Pemex, comienza su discurso con una comparación entre Francisco I. Madero y Lázaro Cárdenas. La diferencia entre ambos es el respaldo popular. Dice la primera frase del discurso de López Obrador: “A diferencia de Francisco I. Madero, quien para consumar su bello ideal democrático no pudo o no consideró indispensable reforzar sus vínculos con el pueblo, en especial con los campesinos zapatistas, el general Lázaro Cárdenas no dudó en apoyarse en los de abajo para hacer realidad su transformación”. Se trata de dos momentos de la historia política mexicana en la que el mismo bloque –los conservadores internos aliados a los peores intervencionistas de los Estados Unidos– actuó con la fuerza. En el caso de Madero, triunfó el golpe de Estado planeado desde la embajada de los Estados Unidos aliada al porfirismo de las élites económicas, intelectuales, y reeleccionistas. En el otro caso, el de Lázaro Cárdenas, se sorteó la reacción con la organización popular y el tiempo en que decidió la expropiación cuando los Estados Unidos necesitaba aliados en su propio continente en vísperas del estallido de la Segunda Guerra Mundial. López Obrador lo dice así: “Política, entre otras cosas, es manejo de tiempos, asunto que suele resultar esencial y definitorio”.

Lo que el Presidente está diciendo es que ese mismo bloque anti-transformación se ha vuelto a formar ahora en la víspera del final del primer sexenio obradorista y que, para sortearlo, hay que tener respaldo popular y medir los tiempos de las decisiones políticas que faltan. A la oposición interna la ha comparado con los huertistas y con los almazanistas, es decir, dos expresiones del militarismo conservador de derechas. Se han transformado de panistas católicos hispanistas en virtuales golpistas. A las agencias estadounidenses, sus medios, congresistas, y fundaciones para la democracia, en intervencionistas. Para que quede claro, López Obrador cita un corrido compuesto por un inmigrante mexicano en Oakland, California, Cástulo Prado. Está apelando al electorado mexico-americano que, según el Centro Pew, han duplicado el número de contados donde son mayoría de 34 en 2000 a 69 en 2018. Esos condados llamados “hipanos” están justo en los estados de donde provienen los ataques de los congresistas: Texas, Arizona, Florida, Nuevo México, y California. Es por eso que López Obrador ha usado esa carta, la del electorado hispano, para detener las tentaciones de intervenir militarmente a México con el pretexto del fentanilo o la violencia de los carteles. En perfecta sincronía, el líder de Acción Nacional, Marko Cortés ha demandado que la DEA vuelva a pasearse por México como si fuera su país y –escuche usted bien– propuso una consulta popular para saber si los mexicanos estarían de acuerdo en que intervengan los marines gringos. Así, López Obrador va mucho más allá en sus comparaciones: no es que diga que Joe Biden es Franklin Delano Roosevelt, sino que elogia a este último y al embajador Josephus Daniels, por no intervenir militarmente en México en defensa de los intereses de las empresas pertroleras expropiadas. AMLO cierra esta primera parte de su discurso con una advertencia que proviene del pasado: “Es interesante, y esta es una lección, destacar que históricamente la derecha siempre se reagrupa cuando se pretende llevar a cabo un cambio democrático y se torna de plano intolerante y hasta violenta cuando se trata de reivindicaciones sociales a favor del pueblo y del dominio de la nación”.

La segunda parte del discurso abarca la comparación de las derechas que enfrentaron el cardenismo con las que ahora lo hacen contra el obradorismo. El Presidente se refiere a la sucesión de Cárdenas por Ávila Camacho en la elección de 1940. Una vez más la derecha se había agrupado en torno a los medios de comunicación, el recién fundado Acción Nacional que se oponía al reparto agrario, la educación laica y gratuita, y a las organizaciones sindicales.

Dice López Obrador: “El candidato opositor, Juan Andreu Almazán, contaba con el apoyo de importantes grupos de derecha y de un sector ejército; incluso el PAN, que no presentó candidato a la presidencia, lo apoyó abiertamente. Al final de la jornada se reportaron 30 muertos y 127 heridos. Sin embargo, poco después, Almazán claudicó y sus partidarios, empresarios y políticos de derecha, se entendieron y pactaron por concesiones y prebendas con el nuevo Gobierno de Ávila Camacho. A partir de entonces se empezó a abandonar el auténtico ideal revolucionario y las acciones en beneficio del pueblo, aunque debe admitirse que esa alianza entre el poder político y el poder económico tal vez evitó la guerra civil y mantuvo la paz social. Si con Porfirio Díaz imperaba la paz de los sepulcros; luego del Gobierno del presidente Cárdenas se instauró la paz de las componendas y de la corrupción”. Lo que clarifica López Obrador es que, ante la beligerancia de la derecha, Ávila Camacho, un moderado, echa mano de la razón instrumental, del cálculo político entre costos y beneficios, y no sus principios, para aplacarla. Y ello conduce al país al debilitamiento de la Revolución mexicana y la bajada hacia el abismo de la corrupción, las componendas, el poder ilegítimo, esto es: al abandono de las causas populares. Luego, el Presidente pronuncia una de las frases que hicieron a más de uno quererle poner nombre a un nuevo Ávila Camacho cuando dijo: “ En esta breve historia hay enseñanzas mayores; la principal es que sólo con el pueblo, sólo con el apoyo de las mayorías se puede llevar a cabo una transformación popular para  hacer valer la justicia y enfrentar a los reaccionarios que se oponen a perder privilegios. Por eso, hoy de nuevo manifestamos, exclamamos a los cuatro vientos: nada de zigzaguear, sigamos anclados en nuestros principios, reafirmemos la  decisión y el rumbo que hemos tomado desde que inició el Gobierno. No a las medias tintas. No aceptaremos nunca que en México se imponga una minoría a costa de la humillación y el empobrecimiento de las mayorías”. Aquí la ecuación se despliega con toda claridad: ¿Para qué negociar con la derecha cuando se puede apoyar una transformación en el respaldo popular? No se trataba de saber quién era Ávila Camacho en esa ecuación, sino de delimitar las coordenadas políticas de lo que será el consenso en la siguiente etapa de la 4T: no se busca corriéndose al centro, cuyo eje ya cargaron muy a la derecha los fascistas del “INE No se Toca”, sino encontrándose con la gente, sus demandas, pero también sus aspiraciones, entre ellas, la reforma del sistema judicial, por ejemplo. En el discurso de López Obrador el combate a la corrupción es lo mismo que los programas de contención de la pobreza. El dinero se obtiene de la austeridad y del cobro de impuestos que antes se condonaban. Por eso, negociar con los empresarios, intelectuales o medios de comunicación es en demérito de lo que se puede gastar en programas sociales, los subsidios a la luz y la gasolina, o en las obras de infraestructura.

La tercera y última parte del discurso está dirigida al propio movimiento que colma el Zócalo, el obradorismo que ha pasado en tan sólo cuatro años, de un estado de ánimo para que su dirigente llegara a la Presidencia a un acuerdo cultural en torno a un arraigo republicano de los antes excluidos de los asuntos públicos, a una idea de que pertenecer al país es hablar de política. El obradorismo es ahora más que un movimiento que ve en las elecciones una forma de participar; pasó a convertirse en una forma de identidad que toma a la política como signo de adscripción. Dice López Obrador: “Está asegurada la continuidad con cambio. No hay nada que temer. Eso sí, tenemos que mantenernos unidos, mirando siempre hacia el porvenir y la felicidad de nuestros semejantes; trabajando desde abajo y con la gente y sin descuidar la estrategia que llamamos acertadamente la revolución de las conciencias para continuar avanzando en el cambio de mentalidad, para seguir politizando a nuestro pueblo y de esa manera con un pueblo cada vez más consciente y eso hemos avanzado mucho, México es de los países con menos analfabetismo político en el mundo; con esa conciencia colectiva vamos a seguir contrarrestando la guerra sucia, las campañas de calumnias y los intentos de manipulación que seguirán llevando a cabo, porque no les queda de otra nuestros adversarios y sus medios de información vendidos, alquilados o en manos de los miembros del bloque conservador y corrupto. Pero al mismo tiempo, debemos tener fe en la sabiduría y en la lealtad del pueblo. El pueblo no traiciona. Recordemos que el triunfo de la reacción, como decía Juárez, es moralmente imposible. Estamos constatando que la idea y la práctica de exaltar el humanismo mexicano es eléctrica y está llegando a la conciencia de millones de personas; en eso baso mi optimismo y aun cuando en política es más peligroso subestimar la fuerza de los adversarios que sobreestimarla, sostengo que hagan lo que hagan, no regresarán al poder los oligarcas, continuará prevaleciendo, en nuestro querido México, una auténtica y verdadera democracia”.

Lo que cierra es un mensaje al obradorismo que se moviliza en todo el país: unidad interna y politización. Sólo el movimiento puede salvar a una transformación de una traición. Las lecciones de Ecuador y Bolivia están a la vista: en la primera, falló la organización y el nivel de indignación para destituir al traidor Lenin Moreno; en la otra, el movimiento aguantó un golpe policiaco y paramilitar y retornó al poder mediante una nueva elección. A eso se refiere el Presidente, aunque no deja de mencionar que la oposición, aun apoyada desde Estados Unidos, la tiene muy difícil.

Al final, es a ellos, a los Estados Unidos a los que dedica su último párrafo, por el tema de declarar “terroristas” a los carteles mexicanos a los que se responsabiliza ahora de las 100 mil muertes anuales por sobredosis. Dice el Presidente: “Primero quiero dejar de manifiesto que ya no es el tiempo de Calderón ni de García Luna, que ya no es el tiempo de los vínculos turbios entre el gobierno de México y las agencias del gobierno de Estados Unidos; ahora no hay simulación, de verdad se combate a la delincuencia organizada y de cuello blanco porque no hay corrupción, no hay impunidad ni existen relaciones de complicidad con nadie; pero lo más importante es que desde aquí, desde este Zócalo, corazón político y cultural de México, les recordamos a esos políticos hipócritas e irresponsables, que México es un país independiente y libre, no una colonia ni un protectorado de Estados Unidos, y que podrán amenazarnos con cometer cualquier atropello, pero jamás, jamás permitiremos que violen nuestra soberanía y pisoteen la dignidad de nuestra patria”.

Vuelvo, entonces, a la pregunta que hice al inicio de esta columna. ¿Qué trató la oposición de que no se escuchara poniendo como carnada el incendio de una piñata? El Presidente delineó unas coordenadas para la segunda etapa de la 4T: un poder cuyo único aliado es el movimiento popular; una forma de hacer política cuyo contenido no es instrumental o utilitario, sino moral; una forma de comunicación que va construyendo un consenso sobre la política como identidad; pero sobre todo, y me parece fundamental, una candidatura a la presidencia que no es sobre personalidades o carisma mediático, sino su alianza con los otros, con los excluidos, con los pobres, con los plebeyos. Quien tenga ese lazo, ganará la encuesta. Por otro lado, situó a la derecha en su alianza con intereses extranjeros y con su propensión a usar la fuerza para doblegar a la historia. Lo hace justo en el momento en que uno de sus voceros, Lorenzo Córdoba del INE, se reúne en Estados Unidos con la CIA subrogada, la NED, con la OEA, y con un centro de seguridad nacional norteamericano, el CSIS. Quedan al desnudo sus pactos en contra del interés general y la disposición a pedir el apoyo de los gringos con tal de detener a López Obrador. Y eso es lo que no quería la derecha que escucharas: que las cartas están sobre la mesa a la vista de todos.

Fabrizio Mejía Madrid
Es escritor y periodista. Colabora en La Jornada y Aristégui Noticias. Ha publicado más de 20 libros entre los que se encuentran las novelas Disparos en la oscuridad, El rencor, Tequila DF, Un hombre de confianza, Esa luz que nos deslumbra, Vida digital, y Hombre al agua que recibió en 2004 el Premio Antonin Artaud.

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