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Tomás Calvillo Unna

26/07/2023 - 12:04 am

La eternidad es un hueco

“El secreto de la oración es su capacidad de unir”.

“El hueco”. Pintura: Tomás Calvillo Unna.

Rendija:

La precipitación y la perversidad parecieran ir de la mano en estos días, esperemos sea un fenómeno pasajero y no el sello de garantía del país. Qué fácil se pierde la mínima cordura cuando las muecas se apoderan de los rostros que no hace mucho expresaban un mínimo de sensatez ante la complejidad y los retos cotidianos. Qué incapacidad de construir un diálogo público para enriquecer a la sociedad en su vida diaria, -educando en las diferencias- y potencializar así el poder de cohesionar en la diversidad, respetando la condición humana en medio de los desafíos que ponen a prueba el ethos mismo de la nación.

La política se ha convertido en una enfermedad mental que nos afecta a todos.

 

I

La oración abre la cerradura del pensamiento,

está al inicio y al fin

de lo que todavía llamamos tiempo.

La oración aparenta ser un anzuelo

en el océano de la vida,

pero no lo es;

el arpón de la razón cumple su tarea.

La oración se encuentra

en los albores,

acompaña desde un principio

la aventura llamada humanidad.

Personaliza la travesía,

le da rostro y carácter

y es ajena a la ignorancia.

y su carnaval de supersticiones.

Es la primera pronunciación

está en la raíz

que permuta la vida con la muerte;

su imbricada tarea

pertenece al más allá;

la conmoción del ser

y su vital intercesión.

No negocia,

solo trasciende su ejercicio

al reunir letras y vocablos

guía al cuerpo y la mente:

bisagras

que permiten sobrevivir

en la gracia de imaginar,

ante al envés de la ilusión

La oración es el primer paso:

el del respeto,

sin el cual,

la confusión dominaría

a su antojo,

como suele suceder

hoy en día.

A la vibración de la oración

se le nombra luz

vela encendida

en la noche inmemorial,

vela en alta mar,

a orillas de los bosques,

en el umbral de la cueva,

en las pequeñas ventanas

del anochecer en la ciudad,

tintinean ahí,

esas flamas de la interioridad

donde las estrellas ya no alcanzan.

II

Cuando en la intensidad de la visión

que nombramos

nuestra existencia,

millones de biografías se intercalan,

en la búsqueda de su individualidad

el despropósito aumenta

al saber que nos volvimos masivos:

los miles en uno, uno de miles

o uno entre miles da lo mismo,

perdimos consistencia,

la estadística sobre las biografías,

anónimos al fin,

para escudriñar

esa condición de sabiduría

ante el desliz civilizatorio

cuyo peso ha sido

el Yo Supremo.

III

El secreto de la oración

es su capacidad de unir.

El tema de la división,

del fenómeno de la separación,

es un misterio que da origen

a la cultura misma

en sus diversas vertientes históricas

y en múltiples dimensiones.

La dualidad nos define

tanto como la unicidad.

En esa distancia,

a veces ruptura,

se encuentra el dilema

que persiguen religiones y ciencia;

y hasta ahora y

hasta siempre,

tal vez,

no hay respuesta,

al menos no una sola.

Es la incertidumbre

nuestra hermana gemela

que solemos olvidar

y creemos dominar.

IV

A pesar

de toda clase de fuego de artificios,

y espectáculos

nos quedamos

en medio del desierto

sin combustible;

abrupto encuentro

donde solo restan

los entre telones de la memoria

reducida a unas cuantas pulsaciones,

en esta soledad

que arropa

las últimas intenciones

del decir.

El mundo abrumado,

intoxicado de sí mismo;

no puede detener

la rueda de las edades,

su girar, sus vueltas

sin ton ni son,

ya sin herencias.

La oración antecede

a la conjugación del verbo;

inherente

acompaña su desplazamiento.

La oración

tiene el poder

de restaurar el infinito;

esa bocanada de puro oxígeno,

el lugar común y vital de la paz,

que recupera el territorio

al que pertenecemos;

la identidad perdida

tras las bambalinas

de los múltiples quehaceres

que nos consumen.

La ceniza

sobre los párpados cerrados;

la primera palabra

en los labios entre abiertos:

la eternidad

es un hueco del corazón.

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