Libros fuimos, libros somos

27/04/2013 - 12:01 am

En el baile de palabras se incrustan los ojos porque un extraño conversa con nosotros por medio de las metáforas y paradojas existenciales. Somos la hoja que absorbe nuestra vista en forma de letras. Fuimos las tablas de arcilla que contaron lo que un espejo presumió descubrir.

Con la imaginación podemos ser todos y nadie, absortos en la risa del saber que somos otros a través de las ideas, las figuras retóricas y los absurdos planteamientos que la pluma dicta.

La cubierta puede ser engañosa, tal vez la oscuridad clame la carencia de profundidad, quizás la saturación de imágenes o situaciones ponga al descubierto la desconfianza del propio autor con su texto o probablemente la soberbia acaricie en exceso a la inspiración trabajando.

Registro popular, romance en el desfile de un vocabulario extenso más atractivo que un caucásico en celo. La intención: encender la veladora sensible, recordar que al final estamos hechos de una madera que miles creen encontrar en los ejemplares de El libro vaquero o la biografía de personalidades amorfas que “medio mundo” conoce en medio de escándalos sin sentido.

Te abres y te divides en dos. ¡Qué acto tan más sensual el ver el universo resumido en los habitantes, convertidos finalmente en letras! Quiero ser la coma que le da pausa a ese último respiro producido por una de las consecuencias de Gutenberg.

Arráncame los ojos, palpita en la biblioteca de mi existencia en la rayuela de la vida sin batallas en el desierto. Déjame hacer una tregua del tiempo como agua para chocolate y sumergirnos en esa comunión intelectual, donde las imágenes son proyectadas por entes abstractos en las neuronas.

Ahógame en infinidad de quimeras, hazme la corte empezando con la mirada de la portada para poder acariciarte con mis sentidos de principio a fin y resucitar a los malditos al tercer día, en lo que llegan los realistas mágicos y me desconozco en las vanguardias.

Maestro de nómadas a través de las páginas, invítame una copa y déjame hablarle en francés a aquel tormento y decirle que me importa un pito que tenga el cutis de durazno o de papel de lija.

Aplastador de la ignorancia, vuélveme apuesto en un pestañeo de saberes antes de Cristo o después del milenio. Maquíllame la ortografía y búrlate de la inteligencia humana desde la juventud en éxtasis, romancéame en los candores de la insoportable levedad del ser.

Página tras página regálame otra vida que no sea la mía. Libros fuimos, libros somos.

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