Economía

Lissete, con visa laboral, navegó en crucero de EU. “Bienvenida al infierno”, y fue abuso tras abuso

27/07/2018 - 8:30 pm

Las visas de trabajo temporal que expide el Gobierno de Estados Unidos abarcan distintas industrias, una de ellas la turística.

Lissette Márquez, una joven mexicana recién egresada de la universidad, solicitó la visa C1 para trabajar en una línea de cruceros, con el objetivo de cumplir su preparación como Licenciada en Turismo. Se encontró un empleo agotador, lleno de maltratos.

A su corta edad se enfrentó a un ambiente que no imaginó nunca. De los nueve meses que duraba el recorrido sólo aguantó dos, suficientes para decir que lo que le dijeron al zarpar era real: “Bienvenida al infierno”.

CUARTA DE UNA SERIE

Ciudad de México, 27 de julio (SinEmbargo).- “Estudié Turismo y la oportunidad de tener mi primer empleo en un crucero era muy buena. Me enteré de esa visa porque yo siempre quise trabajar en una línea de cruceros. Se me hacía algo padrísimo estar viajando y trabajando. Diversión y trabajo al mismo tiempo”, cuenta Lissette, una joven de 27 años que sabe lo que significa tener un trabajo en Estados Unidos.

Por años, miles de mexicanos y centroamericanos han abandonado sus países de origen con el objetivo de llegar a Estados Unidos y conseguir, allá, un trabajo que les permita mejorar su calidad de vida. No importa que en el camino sean víctimas de discriminación, violencia laboral –con jornadas extenuantes y bajos salarios– o de abuso sexual. Pero todas esas vejaciones no son exclusivas de la migración “ilegal” sino que también se auspician bajo el Programa de Empleo Temporal, impulsado por Estados Unidos y México.

El Programa de Empleo Temporal inició operaciones luego de la entrada en vigor del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) el 1 de enero de 1994. Ahí quedó establecido el permiso de “no inmigrante”, que permite a los ciudadanos de México y Canadá trabajar en Estados Unidos en una actividad preestablecida.

Se trata de un permiso para contratar a trabajadores extranjeros para laborar en espacios que no son ocupados por estadounidenses.

Pero de acuerdo con los testimonios de los trabajadores, desde su inicio este programa ha tenido como común denominador el abuso y la discriminación por parte de autoridades de ambos países, así como por los patrones y el personal de las plantas en las que les toca trabajar.

Lissette se enteró del empleo en las líneas de crucero por compañeros de la carrera que se habían ido y también por medio de la Directora de la carrera, que la contactó con una agencia que se dedicaba a hacer todo el papeleo y contacto con los reclutadores que representan a muchas líneas de cruceros aquí en México.

Trabajo de ensueño para Lissette se convirtió en Pesadilla. Foto: Alizbeth Ruiz, Cuartoscuro

“Ellos me pidieron la visa C1, que es visa de tripulante y así fue como la obtuve. Esa es la visa que se requiere para trabajar en la línea de cruceros. Todo iba marchando bien. Fueron muchos papeleos, exámenes médicos, de inglés, fueron casi dos meses de trámites y después de eso lo que siguió fue esperar para ver en qué crucero me iba a tocar”, cuenta Lissette a SinEmbargo.

Se le indicó que iba a trabajar en el área de restaurante como mesera, “sabía que iba a trabajar mucho por la experiencia de compañeros que se habían ido, pero yo decidí hacerlo. Firmé todo. Pero al llegar allá fue muy diferente. Todo aquí lo pintan muy bonito, divertido, muy convincente”.

Era su primer trabajo, tenía 25 años. Se subió a un crucero por el Caribe y le esperaban nueve meses de embarcación en parte de México y EU.

“Llegué con muchas expectativas, súper motivada. Iba a vivir ahí, no iba a pagar nada, ni los alimentos. Eso me agradaba porque podría ahorrar para poner luego mi negocio. Lo pensé como algo que me daría mucha experiencia. Imaginaba que luego de esto podía crecer más, incluso quedarme en el extranjero. Pero al llegar, el primer día de la embarcación, nos dieron tres horas para instalarnos y luego luego nos pusimos a trabajar. Al inicio todo iba bien en el área de comidas. Todos los compañeros me dieron la bienvenida, pero fue extraña porque me dijeron ‘bienvenida al infierno’”, recuerda.

No entendió por qué dijeron eso, pero empezó a escuchar muchas expresiones negativas, de que los trabajadores estaban muy inconformes con el trato de la empresa, de los supervisores y con el ambiente.

Uno de los principales problemas fue la cantidad de trabajo, argumenta, es demasiado, bajo mucha presión, militarizado y a eso hay que sumarle el aislamiento y los malos tratos de los supervisores.

“La bienvenida rompió con el ánimo que yo traía. Me di cuenta ese primer día. Yo compartía la cabina con otra mujer y ella me advirtió que los supervisores a veces se propasaban con las mujeres, que las tocaban o que les insinuaban que se acostaran con ellos. Ella me advirtió y me dijo que tuviera cuidado. Sentí miedo de que me pasara algo y sentía que en cualquier momento ocurriría; cuando estaba sola con un supervisor, cuando estaba me llamaban a la oficina. Empecé a decir ‘¿qué estoy haciendo aquí?’”.

LA VIDA EN EL CRUCERO

Lissette cuenta que el personal duerme en cabinas muy pequeñas, dos personas para cada espacio. En medio hay un baño que se comparte entre cuatro.

Las jornadas son de 12 a 13 horas diarias sin ningún día de descanso y tienen dos descansos para comer. En tierra, eran seis horas para estar afuera y regresar a trabajar.

“Era un ambiente muy hostil y el aislamiento es fuerte, no sabes a quién recurrir, la seguridad era de la misma empresa y sí había oficina Recursos Humanos y te podías quejar, pero había poca confianza de poder decir lo que ocurría, que no me sentía bien, el maltrato, porque aquí quién seguiría mi caso es el mismo personal de la empresa. Todos vivíamos en el barco”, agrega.

El placer que promete Princess Cruises. Foto: Facebook Princess Cruises

La empresa para la que trabajó es Princess Cruises. La línea contrata personal de todo el mundo: muchos latinoamericanos, filipinos, serbios, rusos, chinos; estadounidenses, pero con puestos más altos. En total laboran ahí cerca de 2 mil 500 personas.

“Fue todo el maltrato, el aislamiento, el ambiente que se generaba entre gente que trabaja muchísimo. Había mucha depresión. Lo que más me pegó fue el trato de mis supervisores, la forma en que me veían a mí y a todas las mujeres. Me expresaron que si yo no podía con los servicios a las habitaciones, que eran muy pesados, que si no tenía las condiciones físicas y de carácter para estar ahí, no tenía nada que hacer en ese trabajo, en ninguno de cruceros, porque así era el ambiente. Fue lo que más me pegó porque yo iba muy motivada y el que me dijeran que yo no podía, por mi carácter o por mi condición física, era impresionante, me bajó mi autoestima”, sostiene Lissette.

El cansancio por tanto trabajo se fue acumulando. El personal se despierta a las 7 de la mañana y terminaba hasta a las 10:30 de la noche. A esas horas tenían que hacer sus cosas, como lavar ropa, entonces duermen más tarde. Lissette, por ejemplo, en un inicio dormía seis horas, luego cuatro.

“Dormir cuatro horas, con la cantidad de trabajo que realizas, hace que ya no puedas atender bien a las personas y me volví lenta. Entonces me reclamaban eso y me decían que no podía estar ahí. Era frustrante. Tenía que sobrevivir, sabía que tenía que hacer las cosas bien además”.

Empezó a notar mucha discriminación de género. Los hombres sí podían hacer las actividades, a las mujeres había que decirles que no podían. Y la violencia no solo la ejercían los supervisores, sino también entre trabajadores.

“Yo lo viví. Me trataban mal y así a todas las mujeres. Algunas chicas tenían que estar con algunos supervisores cuando estábamos en tierra, luego ellas tenían ya otro cargo”, expone.

Los empleos que Princess Cruises muestra en sus redes sociales. Foto: Princess Cruises

ABANDONAR EL BARCO

Lissette no concluyó su contrato. Sólo aguantó dos meses y se percató de que era una persona disntinta a la que se bajó del barco. Se le empezó a caer el cabello, su ciclo menstrual se paró totalmente. Emocionalmente regresó con una autoestima muy baja.

Recordaba que cuando se fue se despidió de todos, amigos y familia porque se veía trabajando esos nueve meses y después, para arriba en todo, que haría algo en otro país.

Pero al regreso, al decir que no fue lo que esperaba, fue otro golpe.

“Mi familia me apoyó, mi mamá siempre me dijo que lo que viví se tenía que saber. Conocí muchas mujeres ahí y que ahí se quedaron y que no podían hablar por miedo a que las corrieran o que las deportaran, o que terminaran su contrato y que luego ya no las recontrataran. Cuando yo renuncié me dijeron que era valiente, porque ellas no podían, por sus hijos, sus casas. Sabía que podía salir adelante porque tengo el apoyo de mi familia, pero a ellas las vi en sus áreas de trabajo o en las cabinas llorando, cansadas”, comenta.

Lissette buscó hacer contacto por medio de la Embajada, con un número al que se podía llamar para denunciar un caso de trata. Las leyes no la favorecieron, porque como línea de cruceros, se rigen por leyes marítimas. Aunque al parecer es una empresa americana, Princess Cruises está registrada en Bermuda.

“Como son leyes marítimas ellos pueden hacer lo que quieran en su territorio, que es el barco. Esa fue la respuesta que obtuve, No pudieron hacer nada. Tenía la esperanza, porque estuve en territorio estadounidense, de que ahí se pudiera hacer algo, pero al final nada. Ni desde México ni desde EU se pudo hacer algo por denunciar los abusos, hasta el momento. Era un empleo que al parecer tenía todo en regla. Se tiene que saber porque debe haber justicia y prevención. En mi quizá todo fue emocional, pero hay gente que lo está sufriendo físicamente cosas muy feas, terribles”, sostiene Lissette.

Daniela Barragán
Es periodista por la UNAM, con especialidad en política por la Carlos Septién. Los últimos años los ha dedicado al periodismo de datos, con énfasis en temas de pobreza, desigualdad, transparencia y género.
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