
En cónclave se encuentran
los bosques del trópico.
El sol custodia esta madrugada,
sus acuerdos,
que la neblina disipa.
Desmembrados
los sueños humanos,
resta un tejido de luz
que preocupa;
la oscuridad se ignora…
Cómo resarcir el daño
de la punzante soberbia
que apuntala puentes
que no van a ningún lado.
Cuanta distracción
convertida en quehacer;
inercia de dramas y alienación.
El viento escucha,
este parlamento de la naturaleza.
La selva herida,
decidida a resistir.
Los rayos solares diseñan
sus escudos de acero y marfil.
Las horas consagran
esta mañana heroica:
de telúrico encanto.
Las ciudades
apenas despiertan,
no saben que la luz
ha sido horadada
una y otra vez,
una y otra vez.
Jaurías de canes
atraviesan los valles,
y desembocan
en calles y avenidas.
Las montañas,
en sus costados desgajadas
pétreas de coraje, laceradas;
conservan su milenaria calma
y se preparan.
El imán molecular
de las aves,
su convocatoria
para alzar la mirada;
la inclinación de las orquídeas,
el rubor desaparecido del amanecer,
son un grito silenciado;
presagios acaso
de una decisión de hace siglos
postergada.
Una vez más,
el águila se yergue.
Los labios de la cordillera
impregna su fértil soplo
a los cielos.
Y de pronto...
la danza de la Luz
en el encaje de las nubes.
La valla de abrazos son el signo:
abrir el camino
en medio de la tormenta
Los muros cuidan el fuego,
contienen al viento
resisten.
Los segundos
son las gotas
del tiempo;
los anaqueles
de la experiencia;
la distancia
de uno mismo
proviene del antes
y el después.
Emerge
la compasión;
revelación pura,
de quien renuncia.
Es la rendición
más determinante del ego,
y el desplazamiento definitivo
de la ilusión.
Es la concreción
de un conocimiento radical
interpretativa concreción:
su huella digital de eternidad.
Y el cuerpo mismo todo,
abre la cerradura de la nada;
un candado sin llave,
es abandono.








