Jorge Alberto Gudiño Hernández

El taburete de mi abuelo

"Hace algunos años, cuando mi familia y yo nos mudamos a donde ahora vivimos, mi madre me ofreció el taburete. 'Era de tu abuelo', me dijo, y la frase bastó para que me lo llevara."

Jorge Alberto Gudiño Hernández

20/07/2025 - 12:01 am

Foto: Especial

La historia del barco de Teseo plantea una pregunta poderosa en términos ontológicos. Cuenta el relato que él, junto con su tripulación, salieron de la isla de Creta. El barco en el que navegaban estaba muy deteriorado. Así que en el camino fueron remplazando sus piezas. Para cuando llegaron a su destino, todos los componentes del barco habían sido sustituidos. La pregunta relevante es, si tras esa travesía, el barco seguía siendo el mismo que el que zarpó. Como experimento mental funciona muy bien, sobre todo, a la hora de plantearlo en sus discusiones y permitir que los argumentos vayan hacia uno y otro lado. Es claro que no existe una sola respuesta correcta.

Mi abuelo y sus dos hijos (mi madre y mi tío) vivían en un departamento en Tlatelolco tras un divorcio del que poco se contó y otros avatares que no se relatarán aquí. Cuando pudo, compró una sala. Imagino que lo hizo a plazos, apretándose el cinturón, pero esto es meramente especulativo. Lo que es cierto es que era horrible. Gris, con unas flores en relieve de un color más oscuro. Fea, pues, fea en serio.

Para cuando se mudaron los tres a una casa en lo que, en ese entonces, era la periferia de la ciudad, quizá ya habían reparado alguna de sus patas. Mi abuelo era bueno con las manualidades y lo imagino encajando un taquete y varias astillas de madera extra en el agujero de donde cojeaba el taburete. A la nueva vivienda sólo llegó el taburete. A saber por qué. Había una sala nueva (café, de terciopelo, menos fea) cuya enorme cualidad descubriría yo muchos años más tarde: al volver de la escuela me dejaba caer sobre el sillón largo y estaba muy fría. Era ese ritual de placer que acababa pronto, pues se calentaba rápido esa tela. En esa época, mi abuelo ya se había ido a vivir a otra ciudad y en esa casa sólo estábamos mi madre y yo… y el taburete, que rumiaba sus desencantos al fondo de otra habitación.

Tenía una buena altura y estabilidad, como para alcanzar las cosas que se acumulaban en la parte superior de los libreros. El cojín de arriba se separaba. Recuerdo la botonadura reventada. Supongo, aunque no lo recuerdo con precisión, que en aquel entonces mi madre lo mandó a reparar: le cambiaron el relleno, la borra, también las patas. Lo único que dejaron intacto, además del armazón, fue la tela. De nuevo, es un misterio que no soy capaz de entender: era lo peor del sillón aunque, visto a la distancia, esa tapicería resultó por demás resistente.

Hace algunos años, cuando mi familia y yo nos mudamos a donde ahora vivimos, mi madre me ofreció el taburete. “Era de tu abuelo”, me dijo, y la frase bastó para que me lo llevara. Como nuestra sala estaba en condiciones precarias, la mandamos retapizar… junto con el taburete. Ahora todo hacía juego y no había recuerdo de ese horroroso tapiz. También fijaron el cojín superior y eliminaron la botonadura para modernizar el mueble. Le quedaba apenas el alma original.

Resultó que el nuevo tapizado no fue de muy buena calidad. En apenas unos años se desgastó por completo. Sólo el del taburete, como si fuera una crítica o un reclamo por haberle quitado el otro que había durado más. Así que, de nuevo, se fue al tapicero. Acaban de entregarlo. Es, definitivamente, otro que el de cada una de sus metamorfosis. Sin embargo, aquí no hay discusión que quepa como con el barco de Teseo: sigue siendo el taburete de mi abuelo. No hay modificación alguna que le quite esa esencia.

Jorge Alberto Gudiño Hernández

Jorge Alberto Gudiño Hernández

Jorge Alberto Gudiño Hernández es escritor. Recientemente ha publicado la serie policiaca del excomandante Zuzunaga: “Tus dos muertos”, “Siete son tus razones” y “La velocidad de tu sombra”. Estas novelas se suman a “Los trenes nunca van hacia el este”, “Con amor, tu hija”, “Instrucciones para mudar un pueblo” y “Justo después del miedo”.

Lo dice el reportero