
Thomas Stearns Eliot (Misuri, 1888-Londres, 1965), ese poeta, dramaturgo y crítico literario lo mismo británico que estadounidense, cumbre de la poesía en lengua inglesa del siglo XX, es autor del libro La tradición y el talento individual, publicado por primera vez en 1919. En esta obra que ha ido ganando interés con el paso del tiempo, se da a la tarea de definir un concepto: el poeta crítico. Para el autor de Tierra baldía, tal poeta se definiría por sobre otro natural, de manera no importante sino crucial, porque es suyo el atender lo profundo, complejo, misterioso como el origen mismo, el tejido de las ideas para una civilización dada. No solamente sería un poeta, entonces, sino un visionario, que debería tener bien claro que era en la tradición donde se hallaba la clave para catapultar, irradiar ideas de verdad, lo más bello de la vida hacia los suyos. El poeta crítico, así, debía ser quien pudiera ser crítico con su pasado, analítico con su presente y reflexivo hacia el futuro.
De esta manera es que debemos calibrar la vida y obra de Demián Flores. Desde hace ya varias décadas, en el arte y pensamiento (y por ello en el entero que cada quien conciba como cultura mexicana), su obra se ha sobrepuesto por sobre de otras, y con el peso específico y absoluto que ha reclamado desde la verdad, no puede más que obligarnos, desde un clamor de absoluto respeto, a un análisis mayor. Es decir: no solamente como un “creador plástico” de peso específico indudable, sino también como un hacedor de casas, un traficante de ideas, una suerte de minero (es decir sociólogo, historiador, antropólogo, filósofo), lo mismo cancerbero celoso que feliz surtidor de lo importante.
Creadores así se dan de manera muy esporádica en los pueblos. Son casi una epifanía y en muchos casos, por raro que esto parezca, no siempre estas revelaciones son debidamente atendidas. Ya se verá caso por caso que se quiera ver si tal maltrato se debió a una dura perversidad o franca miopía. Demián Flores es de Juchitán, de Oaxaca de Juárez, de Xochimilco, del centro de México, de los tantos estados y países por los que ha viajado. ¿Quién supera ahora o desde hace décadas el número de exposiciones que ha hecho Demián Flores? Primero, un ciudadano: cosa mayor. Padre de familia. Y luego universitario. ¿Como artista? Primero, artesano y dibujante, grabador, pintor, escultor, accionista, sonidero y lo que se sume. Gestor. Lector. Bibliófilo. Editor. Maestro. Tutor. Jurado. Consejero. Periodista. Ilustrador. Empresario. Ecologista. Pensador y por ello: socorrista.
Empecemos así, pues, a comprender su longitud de onda, lo que pesa su magnitud. No solamente Demián Flores el expositor. No un creador de arte sino un cuerpo y una mente infectados por el sentido de la comunicación, que supo ver, mediante ese telescopio y microscopio de su inteligencia, que todos esos vasos comunicantes, dendritas que nos hacen algo, siempre fueron lo que había que iluminar. Humanidad a tope. Demián Flores es un empeño que levanta casas sin parar. Habría que querer, siempre, con todo el amor, en reciprocidad, habitarlas.





