Mario Campa

El alquimista que hundió la pobreza

"Más allá de lo poético, salir de la pobreza tiene manifestaciones prosaicas. Puede significar comer tres veces al día, y no dos; remplazar el calzado agujerado por uno digno, o mantener en la escuela preparatoria a los hijos al evitar el abandono de estudios por el trabajo. Cuando está presente, la pobreza domina y condiciona la cotidianidad".

Mario Campa

20/08/2025 - 12:05 am

El número de pobres en México disminuyó en 13.4 millones en los últimos seis años. De ese total, la población en pobreza moderada cayó en 11.7 millones y aquella en pobreza extrema en 1.7 millones. Se dice fácil, pero uno de cada 10 mexicanos ganó dignidad, platos en la mesa y bienestar. Detrás de la frialdad numérica hay millones de estómagos que dejaron de crujir, de techos que dejaron de gotear y de futuros que dejaron de ser una condena.

Dejar la pobreza es frenar una espiral calamitosa. En Cien Años de Soledad de García Márquez, la marginación cíclica persigue a los Buendía como una enfermedad hereditaria. En La Metamorfosis de Kafka, la conversión de Gregorio Samsa en un insecto repulsivo puede leerse como una alegoría de la precariedad y el trabajo alienante como despojadores de humanidad. En Los Miserables de Víctor Hugo, la miseria persigue a Jean Valjean como un pozo profundo que traga a las personas. De forma reiterada, la literatura universal asocia la pobreza a la oscuridad.

Más allá de lo poético, salir de la pobreza tiene manifestaciones prosaicas. Puede significar comer tres veces al día, y no dos; remplazar el calzado agujerado por uno digno, o mantener en la escuela preparatoria a los hijos al evitar el abandono de estudios por el trabajo. Cuando está presente, la pobreza domina y condiciona la cotidianidad.

Abandonar las trampas de la pobreza abre horizontes materiales. El acceso al crédito y al ahorro permite a los pobres invertir en micronegocios, gestionar riesgos y planificar. Con un pequeño empujón, una familia que vende comida en un puesto ambulante puede ahorrar para rentar un local, formalizar su negocio y contratar a un empleado; después, acceder a una SOFOM o caja popular posibilita la compra de refrigeradores o el establecimiento de una segunda sucursal.

Reducir la pobreza crea capital humano. Incluso economistas neoliberales como Gary Becker sostienen que invertir en salud, educación y habilidades aumenta la productividad individual, lo que permite acceder a mejores empleos y salarios, rompiendo el ciclo de la pobreza. Superada la mínima subsistencia, un ayudante de albañil puede tomar cursos de plomería o electricidad y aspirar a salarios más altos. Librada de la trampa, una familia de campesinos o de obreros puede invertir sus ahorros para que uno de sus hijos termine una carrera universitaria.

Salir de la pobreza es como impugnar una condena de vida. Para el economista Amartya Sen, escapar de la desdicha expande las capacidades de las personas: la libertad genuina para elegir y alcanzar la vida que valoran. Implica tener salud, educación, participación política y libertades civiles. En definitiva, da opciones frente al destino acotado.       

Abatir la pobreza siembra un bono cívico-cultural. Desde una perspectiva pedagógica como la de Paulo Freire, abandonar la pobreza implica un proceso de "concientización" en el que las personas y comunidades toman control de sus vidas y actúan para transformar las estructuras de opresión. En cambio, la trampa de la miseria baja los brazos de la resistencia individual. ¿O es acaso posible protestar en las calles sin antes haber colmado el estómago y el tanque de gasolina?

Disminuir la marginación dinamiza la movilidad social. La pobreza se perpetúa porque las circunstancias de nacimiento (familia, geografía, género) determinan injustamente las oportunidades. En México, 50 por ciento de quienes nacen en el quintil —20 por ciento— más bajo de recursos económicos no logran superarlo en su vida, mientras sólo el dos por ciento asciende al 20 por ciento más alto; en cambio, nacer rico equivale a morir rico, sin importar las decisiones tomadas. Si origen es destino, ¿por qué estudiar o trabajar con honradez? ¿Por qué no optar por derroteros fáciles como la corrupción o el narcotráfico para desafiar la gravedad de las probabilidades de cuna?

Abandonar la pobreza es como encender un foco en un cuarto sin luz. Es acabar con la oscuridad. Por si la imagen poética fuera insuficiente, poder pagar las tarifas de electricidad abre la posibilidad a estudiar de noche, cuando antes era imposible. En zonas calurosas, salir de la pobreza es la diferencia entre mantener encendido una hora más el enfriador (cooler) o apagarlo, o lo que permite que las familias no tengan que hacinarse en el único cuarto con aire acondicionado para pasar los estragos de una noche sofocante que riñe a duelo con el sueño —y, por extensión, con la productividad escolar y laboral.

Hundir la pobreza es un logro del más hondo calado. Detrás descansa López Obrador, alquimista que transformó la oscuridad en luz. AMLO convirtió su empuje en un gran empujón mediante políticas públicas como la pensión universal, el aumento del salario mínimo, el reparto justo de utilidades (PTU), la construcción de obra pública en el Sur y una mayor progresividad fiscal —donde, ciertamente, queda margen de mejora—. Hoy cosecha lo sembrado.

Hundir la pobreza es una auténtica transformación de la vida pública nacional y de las biografías predeterminadas de una legión de desaventajados hoy más nutrida, más motivada y más feliz. Y mientras tres de cada 10 mexicanos sigan sin esa oportunidad, la tarea titánica por democratizar la luz continúa.

Mario Campa

Mario Campa

Mario A. Campa Molina es economista político e industrial, graduado del MPA de la Universidad de Columbia (2013-2015). Colabora como columnista y panelista en diversos medios y es editor contribuyente en español de la revista de ideas Phenomenal World, del Jain Family Institute (NY). Tiene experiencia laboral en el sector financiero, energético, público y académico.

Lo dice el reportero