
Hacía varios años que no nos reuníamos los tres. Hubo una época en que nos veíamos casi a diario, pero los trabajos, los hijos, la vida, pues, nos mantenían en una distancia estable en donde, cada tanto, nos encontrábamos en un chat en el que participábamos los tres: J, F y yo.
Durante la cena, F confesó que estaba estudiando alemán, muy entusiasmado. Siempre fue bueno para los idiomas y ahora los acumulaba con singular ligereza. “Tengo una duda semántica”, dijo, mirándome, como si yo, por dedicarme a la literatura, fuera capaz de responderla. Para colmo, no era semántica, sino de traducción. Nos explicó que en Alemania existe el “Bosque negro”, llamado así por la espesura de éste. Dada la cantidad de árboles y lo tupido de sus follajes, a nivel del suelo la oscuridad impera incluso de día. Nos repitió el nombre en alemán. Luego nos dijo las traducciones en francés, en inglés e italiano. En todas, la coincidencia era evidente: un bosque negro. La pregunta, entonces, fue: ¿por qué en español le llamamos “selva negra” al bosque negro?
Y, de nuevo, se me quedó mirando, como si yo no sólo tuviera la respuesta, sino que, además, fuera el responsable de dicho dislate en la traducción. Estaba por decir que no tenía idea (como, en efecto, no tenía), cuando J lanzó una afirmación peculiar:
“Por culpa de Carlos V”.
Volteamos a verlo con algo de intriga. Siempre supimos que J era ocurrente (pensemos en que, en una ocasión había comenzado a contar una historia así: “Cuando nos conocimos, L y yo teníamos la misma edad, luego nos distanciamos”), pero sabía poco de idiomas y de historia. F le pidió que ahondara. Así lo hizo.
Carlos V del imperio germánico también fue Carlos I de España, allá por el siglo XVI. Estaba muy contento siendo rey de una buena parte del mundo cuando le dieron otra, la alemana. Entonces preguntó: ¿y qué nuevas cosas tengo? Un súbdito suyo le habló de un lugar con la vegetación tan tupida y espesa que la luz del sol no alcanzaba a tocar tierra. Como Carlitos no había salido de Europa y sus únicas referencias selváticas provenían de las conquistas de ultramar, es probable que relacionara esos follajes con la exuberancia selvática. De ahí que sostuviera que ese bosque negro era más bien una selva negra. Lo demás fue dejarlo seguir, hasta pasteles hay con ese nombre.
Nos despedimos después de un rato. Al llegar a casa tuve la tentación de investigar un poco, averiguar algo sobre Carlos V y I, y sobre el asunto de las traducciones. Lo primero, porque el relato de J estaba salpicado de múltiples imprecisiones históricas. Lo segundo, para salir de la duda de F, que me parecía pertinente.
No lo hice. Me contuvo el temor de encontrar una explicación filológica sobre el uso del concepto boscoso y selvático. Sé que eso no me acercará a esa verdad dura que satisface las explicaciones. De cualquier modo, prefiero quedarme con esa otra explicación, acaso más extravagante, que un amigo mío improvisó de pronto y que, no por eso, es menos verdadera que cualquier otra. Además, es consistente y satisfactoria. Más aún, proviene de un relato.
Si siempre he sido un defensor del carácter epistémico de la ficción, no veo por qué debería dejar de serlo. Si algún día voy a la selva negra, brindaré por mis amigos y, sin duda, por Carlos V.





