
Conocer lo real y la verdad en su concreción es una tarea difícil; las cosas no son lo que revela una simple mirada a sucesos y circunstancias coyunturales o un momento en situaciones tan cambiantes como los factores económicos, sociales o ideológicos; todos estos contextos en su desenvolvimiento cotidiano son insuficientes para dar razón exhaustiva de un proceso complejo; para llegar a la verdad no hay camino directo, es necesario emprender largos rodeos para acceder a la esencia de las cosas y aun así no ser lo suficientemente exhaustivo. Bien, el conjunto de atributos que permiten al ser humano pensar, sentir y ser consciente de sí mismo y del entorno se define a través de la acción en tanto praxis humana transformadora; por tal razón, no nos agotamos con el conocimiento, se conoce para actuar de manera efectiva sobre el mundo y su complejidad cognitiva, emocional y social. La realidad inmediata que ven nuestros ojos no es lo concreto, sino el punto de partida sobre el que hay que trabajar para ascender al entendimiento, al saber y la comprensión; la sola praxis tampoco es capaz de transformar y modificar el objeto con eficacia. Para cambiar de raíz la realidad y superar el obstáculo que representa la apariencia, hay que ir a la raíz de la cosa, de otra manera no se eliminan las causas que producen el mal. De hí, el largo rodeo en estos artículos para llegar a este episodio final.
He insistido en la urgente necesidad de salvar al planeta si de lo que se trata es de evitar la desaparición de la humanidad; de no hacerlo, según el último informe (2024) del Panel Intergubernamental sobre el cambio climático, y continuar con la búsqueda de explicaciones sin acuerdos funcionales o reducir las acciones a cambios superficiales, la catástrofe que nos amenaza será, lastimosamente inminente; que suceda es altamente probable, basta, dice el informe, que la temperatura actual de la tierra se eleve un grado centígrado (tengamos presente que ya rebasamos los dos grados calculados por el Acuerdo de París en 2015). No obstante, debe quedar claro que la situación no es consecuencia de las actividades del antropoceno, es decir, de la humanidad entera sobre la tierra que según esta visión ha alterado drásticamente los ecosistemas, sino inducida por un sistema basado en la explotación de la naturaleza y de los seres humanos; a los culpables los conocemos, son las acereras, las industrias negras y sus propietarios, sim embargo, a la hora de señalar directamente a los responsables han salido inmunes y exonerados de culpa, cuando debiera considerárseles como delincuentes con nombre y apellido. Científicos, investigadores y ecologistas se limitan a pedirles que disminuyan las emisiones de Co2, que no viertan tóxicos a mares y ríos, que dejen de envenenar los mantos freáticos, etc., pero dichas recomendaciones están dirigidas a todos en general, mientras, con fingida ingenuidad, no se toca a las industrias, al capitalismo ni al sistema, los verdaderos generadores de tóxicos y polución; por tal razón, cuando proponen los remedios ponen toda su confianza en las nuevas tecnologías para beneplácito de las grandes compañías industriales que ven en el mercado de anticontaminantes un campo abierto para hacer fructíferos negocios.
Señalamiento aparte merecen los negacionistas, estos ni se despeinan, prefieren no abordar el problema, suponen que el planeta está teniendo uno más de los procesos naturales que determinaron la historia de la tierra y que tarde o temprano nos adaptaremos a las nuevas condiciones del planeta; es cierto, en el pasado ha habido variaciones en la radiación solar, aumentos en la intensidad de los rayos solares que dañaron la fragilidad de los ecosistemas, deriva continental, influencia de la fotosíntesis en la vida de las especies o el choque de un aerolito hace 65 millones de años que provocó dos fenómenos consecutivos: el calentamiento brusco de la tierra y un posterior enfriamiento global que hizo desaparecer decenas de miles de especies vivas. Para estos grupos las señales de alarma de los científicos es un invento, los cambios actuales obedecen a causas naturales y ninguna propuesta detendrá los efectos actuales.
Pese a todo, continúa en pie nuestro dilema: crecimiento o decrecimiento. El argumento contra el crecimiento capitalista es obvio, el sistema no puede continuar creciendo de manera infinita, ha llegado a sus límites, el desarrollo productivista en las actuales condiciones es indefendible; el crecimiento económico en su versión neoliberal jamás podrá revertir el estado de cosas; es más, cualquiera que sea la reparación del daño y el control de la situación, gran parte del planeta quedará totalmente devastada, y no será en los países ricos, sino las los territorios colonizados y saqueados del Sur Global. Ejemplo de estos efectos los padecemos en México; en el Golfo de México se ha detectado una zona muerta de 15 mil kilómetros cuadrados, que sigue creciendo; el número de mamíferos, aves, reptiles, anfibios y peces en nuestro país se ha reducido a la mitad (Saito, op. cit). Sin la desaparición del modo de producción capitalista, desde la perspectiva de nuestros intereses, toda posible respuesta, venga de los gobiernos, los científicos, investigadores y sus corifeos ecologistas son iniciativas que perpetuaran el daño ambiental.
La única solución realista es la renuncia al crecimiento y optar por el decrecimiento. ¿Qué hay que hacer? Reducir la dimensión de la economía tal y como la conocemos, eliminar la producción de mercancías no necesarias ni naturales; anular y superar el modo de producción capitalista implica eliminar de nuestro estilo de vida lo superfluo y no necesario, optar por aquello que satisface nuestras necesidades básicas y esenciales y que, al mismo tiempo, contribuya al bienestar personal y social; desde un punto de vista ético y social lo superfluo es incompatible con lo necesario.
La propuesta está vinculada de modo inseparable al comunitarismo social porque apuesta por la valoración de lo común, la redistribución de la riqueza social, la reducción de materiales y energía en la producción de bienes, la modificación de los actuales estilos de vida, la priorización de satisfactores locales, poner los medios de producción en manos de los trabajadores para su autogestión, producir de bienes de larga duración para disminuir la chatarra industrial y la basura electrónica, evitar despilfarros, promover una economía estable que elimine las crisis, desaparecer los “empleos de mierda” (para este último concepto consultar el libro de David Graeber con ese título), es decir, aquellos que son innecesarios, carentes de propósitos sociales y perjudiciales para el individuo, pues causan angustia y desdicha. En suma, se trata de substituir la búsqueda de un estilo de vida imperial al que espira la mayoría, por una vida simple y sencilla, que no es otra cosa que la búsqueda voluntaria de una forma de existencia basada en la reducción de las posesiones, las complicaciones y la dependencia de cosas innecesarias, para priorizar la mejora del modo de vivir, el tiempo libre, el ocio creador y el dolce far niente (el dulce no hacer nada), una filosofía que elige el placer de la inactividad consciente que se traduce en relajación y disfrute del momento presente sin obligaciones ni preocupaciones con la intención de alcanzar una vida buena o arte de vivir. Lo expuesto no es una utopía, sino una posibilidad real a nuestro alcance si conocemos el origen, las causas y los mecanismos que hicieron posible el sometimiento voluntario al sistema; para romper con esas dependencias hay que dejar ser domesticado y destruir el casco que aprisiona las cabezas duras del esclavo.
Entendámoslo, el punto crítico al que el capitalismo ha llevado al planeta no lo revertirá ninguna conducta económica basada en el crecimiento del PIB ni ninguna política tecnológica vestida de verde o de progresista. Toda economía que opte por el crecimiento y reproduzca el sistema de producción y consumo neoliberal acentuará la destrucción, la explotación de la naturaleza y la expoliación de la fuerza de trabajo; no nos confundamos, por su naturaleza el neoliberalismo vive de los excesos, por eso hay que destruirlo.
¿Qué hacer para construir un futuro post capitalista? Por principio, eliminar todas las significaciones discursivas basadas en esperanzas, promesas e ilusiones; mostrar al desnudo los mecanismos de la dominación burguesa y aprender de las experiencias de clase de los trabajadores hecha cuerpo y cicatrices a través de la historia, esos tatuajes no son invenciones, son reales y simbólicos. Hoy la clase dominante impone sus categorías, formas de pensar y valores de tal manera que el dominado no percibe.
¿Qué lo hace posible? ¿Porque el proletario, el trabajador, el empleado y en general los explotados dan su asentimiento voluntario a un sistema que los explota y oprime sin que lo fuercen u obliguen? ¿Qué hace que los individuos se dejen dominar a pesar de su propia desdicha y degradación? En el sistema capitalista, según Pierre Bourdieu, se debe a la reproducción de la violencia simbólica sistémica que alcanzó en el neoliberalismo su máxima expresión con el invento de la forma de dominación y obediencia más sutil que el mundo haya conocido y que opera sin necesidad de violencia o censura; el filósofo y sociólogo francés la llamó habitus, un conjunto de dispositivos y estructuras de percepción y apreciación del mundo que guía las acciones, pensamientos y sentimientos de las personas y que el sistema internaliza socialmente en los individuos a partir de las experiencias y posición social de las clases. En el neoliberalismo, estas estructuras se desarrollan bajo la forma de consumo, costumbres, hábitos, deseos, ambiciones, etc., es decir, todo aquello que las personas practican para alcanzar sus fines y que dan forma a su mundo subjetivo. Esta condición humana actúa en los individuos de manera inconsciente y configura su manera de ser, conducirse y responder; el habitus es producido, reproducido y transmitido por el entorno familiar, la educación, el contexto social y cultural; de tal manera que cada clase reproduce su posición social sin que la condición de oprimido sea percibida por la víctima. El habitus permite al sistema no obligar a nadie a someterse, es una forma de colonización interior tan sutil que condiciona a la víctima para operar como defensor del sistema que lo avasalla y somete mientras anula su autonomía e independencia, de esta manera el sistema evita las rebeliones y absorbe, sin violencia los conflictos.
¿Qué hacer? En primera instancia, oponer resistencia al señuelo que convirtió a los trabajadores en empresarios de sí mismos, una forma de alienación donde el individuo se autoexplota y ve su rendimiento como un logro personal; en el contexto de esta situación, cree ser libre cuando en realidad es esclavo de su afán de mayor competencia y positividad impuesta por el sistema neoliberal (Ver Byun Chul Han. La sociedad del rendimiento. Edit. Herdez); fue así, que la lucha de clases fue trasladada a un nuevo escenario, el problema ya no es ser explotado, sino un fracasado, pues tienes la libertad de decidir tú destino, sino logras lo que quieres, la culpa es tuya. Este mecanismo invisible, que descansa en el habitus ha sometido silenciosamente a los explotados. No son el capital, el Estado o el sistema los que oprimen, es el uso incorrecto que los sujetos hacen de su libertad y fallaron porque se equivocaron en su emprendimiento, abusaron de su tiempo libre o no supieron monetizarlo lo suficiente o no aprendieron del exitoso profesionista de clase media que se esfuerza 70 horas a la semana para pagar la hipoteca, el auto y la colegiatura de sus hijos, sin importar las consecuencias: agotamiento, cansancio y sus derivados, problemas cardiovasculares, inmunológicos, hormonales a causa del sedentarismo y el estrés; de ninguna manera estos problemas son no atribuibles al sistema, la culpa es de la persona.
En oposición, lo comunitario se yergue como símbolo de resistencia, liberación y autonomía individual, porque desde una perspectiva antropológica los miembros de una comunidad no están solos, gozan de protección y seguridad, pues su condición humana refleja el tipo de relaciones interpersonales, identitarias y de cohesión desarrolladas en procesos históricos sociales, que emergen como resultado de determinadas relaciones sociales y cultural experimentadas por grupos humanos solidarios; desde el punto de vista social, la comunidad no oprime, opera como sociedad abierta, ya que toma sus propias decisiones en libertad, de manera colectiva y sin privilegios para nadie, la verdad es debatible y los acuerdos aprobados permanecen bajo el control del pueblo; esta práctica, rara vez desemboca en escisiones que conduzcan a la disolución del conglomerado, ya que al no existe ningún tipo de poder por encima la asamblea y ningún miembro aspira a un estatus especial o al poder personal. En el comunitarismo no existe la multitud, masa o rebaño y ningún individuo se presta para ser eje de la rueda con que el poder aplasta a los seres humanos (Rabindranath Tagore).
Por otro lado, comunitarismo no significa austeridad y pobreza generalizada, por lo contrario, es el acrecentamiento de la satisfacción y el bienestar social, que se conquista con la racionalización del consumo y que hoy gracias a los enormes recursos que ofrece la tecnología permitiría generar la siempre anhelada ocupación plena. Va el siguiente ejemplo, actualmente la producción global ocupa el 20 por ciento de la fuerza de trabajo disponible creando una desocupación laboral del 80 por ciento a escala planetaria, condición que no se produciría en el decrecimiento basado en el comunitarismo; con la propiedad colectiva de los medios de producción, la autogestión y control de los mismos por los trabajadores, el actual desarrollo tecnológico y al no existir la plusvalía, la parte del valor de los bienes producidos que se adjudica el capitalista como ganancia, podría ocuparse el total de la actual fuerza de trabajo, se reducirían las jornadas a seis horas y los días laborables a tres por semana.
Por último, al poner la vida comunitaria énfasis en las personas, la calidad de vida, la igualdad, la cooperación, la solidaridad, la sostenibilidad y no existiendo la división de la sociedad en clases, la vida buena, el bien común y la satisfacción social serían una realidad. Es más, el uso compartido y racional del agua, la salud, la educación, la energía, los bienes, la tierra y sus frutos dejarían de ser factores propiciatorios de guerras, disputas, apropiaciones, saqueos y destrucción de la vida.





