Juan Carlos Monedero

Bombas en Caracas y en McDonalds

"Trump o Milei saltaron de los platós de televisión a gobernar países. Y como no han leído historia, como no han leído un maldito libro, miran la realidad a través de las películas. Esos idiotas no saben que pueden desencadenar una catástrofe que golpee a toda la región. Que acerque la guerra total al planeta".

Juan Carlos Monedero

16/10/2025 - 12:03 am

Si lo que EU ha permitido en Gaza convierte a cualquier interés norteamericano en un objetivo terrorista o militar en Oriente Medio, un ataque contra Venezuela podría generar el mismo resultado en América del Sur, de manera que cualquier interés norteamericano, sea económico, político o militar puede ser objetivo de quienes entiendan que el tiempo de que EU dirija golpes de estado o invasiones ya pasó. La agresión de Donald Trump contra Venezuela puede ser el error más grave contra los intereses norteamericanos desde la guerra de Vietnam. Donald Trump no cuida los intereses de la ciudadanía norteamericana.

Es conocida la frase del humorista Marcus Brigstocke, quien afirmaba en 1989: "Los videojuegos no afectan a los niños; quiero decir, si Pac-Man nos hubiera afectado de pequeños, todos estaríamos corriendo por ahí en habitaciones oscuras, comiendo pastillas mágicas y escuchando música electrónica repetitiva".

Digo esto porque viendo a Donald Trump, a los soldados israelíes, a los mercenarios rusos y ucranianos, y viendo, sobre todo, lo inmunizados que parecemos ante la muerte y la guerra, uno se pregunta si no nos habrán afectado las muchas películas bélicas que hemos visto.

Porque Donad Trump ha dicho que está dispuesto a empezar una guerra contra Venezuela, autorizando a la CIA a seguir matando a venezolanos, como está haciendo con misiles disparados contra pequeñas embarcaciones, y no parece que nos estemos dando cuenta de lo que eso significa.

Ya nos ha pasado con Gaza, donde las imágenes terribles de esa devastación las hemos terminado confundiendo con una película, sin darnos cuenta de que la guerra total se está acercando a cada uno de nosotros. Y nada más lejos de caer en un catastrofismo paralizante: se trata de dejar de mirar para otro lado.

Porque se acerca a los europeos con Ucrania, alentada por el mayor gasto de la OTAN y por los tambores de guerra que suenan en los cuarteles alemanes; se acerca a África, con los conflictos en Yemen, en Somalia, la represión en Marruecos, la guerra en Congo; se acerca la guerra total en Oriente Medio con la masacre en Gaza, que ha sido un laboratorio de lo que la extrema derecha quiere hacer con todos los disidentes. Y por fin, como venía deseando la derecha latinoamericana, puede llegar la guerra total a América del Sur con la agresión a Venezuela, a lo que se suma la guerra del narcotráfico, que ha dejado cientos de miles de muertos en todo el continente e, invariablemente, ha servido a la lógica geopolítica de los EU, igual que los premios Nobel.

Trump ha permitido a la CIA llevar a cabo operaciones secretas letales de forma independiente o en colaboración con las Fuerzas Armadas estadounidenses, tanto en territorio venezolano como en el área del Mar Caribe; al mismo tiempo, las Fuerzas Armadas estadounidenses preparan posibles ataques en territorio venezolano para coordinarse con las operaciones de la CIA.

Aunque la excusa pública es "combatir a los carteles de drogas", el Gobierno venezolano y los medios estadounidenses revelan que la operación sirve en realidad a un "cambio de régimen", y su objetivo final es apoderarse de los recursos petrolíferos de Venezuela, lo que está directamente relacionado con la necesidad geoestratégica de EU de compensar la escasez de sus propias reservas petrolíferas. Ni había armas de destrucción masiva en Irak ni se trafica con droga desde Venezuela a EU.

La película está en desarrollo. Pero los títulos de crédito se pueden llenar de sangre. Cuando las películas son reales, no se apaga el televisor y el drama se termina. Es muy probable que la CIA haya participado en el apoyo de inteligencia, brindando información como "localización de objetivos" y "seguimiento de origen de barcos" a las Fuerzas Armadas estadounidenses para auxiliar en los ataques marítimos. Esto es, en asesinar con misiles a seres humanos en lanchitas.

Trump mencionó que "se está evaluando la posibilidad de lanzar ataques terrestres", por lo que la CIA habría comenzado con anticipación la recolección de inteligencia terrestre, incluyendo el despliegue militar en territorio venezolano y la ubicación de infraestructuras clave (como instalaciones petrolíferas y nodos de transporte), para sentar las bases de posibles operaciones terrestres.

Los periodistas, que han visto muchas películas y también han visto los escombros reales de muchas guerras, visualizan el desastre que implicaría una intervención en Venezuela.

Frente a la pregunta de "si se ha autorizado el asesinato de Maduro", Trump se negó a responder directamente, sólo destacando que "Venezuela está sintiendo la presión", lo que generó especulaciones en el exterior sobre que la CIA podría llevar a cabo "operaciones contra figuras clave del régimen".

Si Hollywood nos ha ido preparando para el fin del mundo, cómo no va a haberlo hecho para asumir el ataque a un país al que llevan una década señalando como el villano universal. Aunque esta semana quien ha disparado contra el pueblo en paro nacional, en concreto contra comunidades indígenas, ha sido el Presidente ecuatoriano Noboa, regando de sangre Otavalo, símbolo de la resistencia indígena ecuatoriana. Noboa ha mandado desplegar a miles de militares para reprimir las protestas en Ecuador. Y también en Argentina Milei, el mejor amigo de Trump y Netanyahu, ha mandado al ejército a disparar contra las comunidades que protestan en el norte, en el Chaco. El Comité contra la Tortura de la provincia del Chaco afirmó que la Policía disparó apuntando a los cuerpos de los manifestantes, y de la cintura para arriba. Las comunidades afirman que hay al menos 20 heridos. A lo que se suma la violenta represión contra los pensionistas.

¿Qué pasaría si Maduro manda al ejército a reprimir ancianos o matar a indígenas en Venezuela? Hipócritas.

¿Cuántas películas de guerra hemos visto? ¿No es verdad que la visión general de la II Guerra Mundial bebe más de las películas que de los libros de historia? ¿Y qué efecto produce en nuestra lectura de las intervenciones militares gringas el hecho de habernos solidarizado tantas veces con la suerte de los marines en Blak Hawk derribado, junto al soldado Ryan, en las selvas de Vietnam, en Irak y Afganistán y hasta con el VII de Caballería que nos llevaba a ponernos del lado del general Custer y no de las víctimas?

Hace poco cayó en mis ojos La hija del general, una película de Simon West protagonizada por John Travolta y Madelaine Stowe. Mirar esta película mientras Trump está planeando una guerra contra Venezuela me produjo inquietud. El guión, basado en una novela de Nelson DeMille, es crítica con el ejército norteamericano. ¿No ayuda todo el cine de Hollywood a normalizar cualquier intervención?

Todo comienza en una base militar donde la disciplina brilla más que la conciencia moral. Allí aparece muerta Elisabeth Campbell, oficial brillante, hija de un general de manual —de esos que creen que el patriotismo se mide por el número de medallas y el silencio de los subordinados—.

El ejército reacciona como siempre ante los escándalos: no buscando la verdad, sino preguntándose “¿cómo lo ocultamos?”. Entra en escena John Travolta, investigador carismático, un poco cínico y bastante convencido de que la verdad se consigue a base de frases ingeniosas y whisky a medio terminar.

La investigación es el típico viaje a los sótanos del poder, donde las paredes están cubiertas de condecoraciones, pero el aire huele a encubrimiento. A medida que avanza la trama, descubrimos que la hija del general no sólo fue asesinada: antes fue víctima del mismo sistema que decía protegerla. Violada, silenciada y finalmente sacrificada en nombre del honor militar, su historia es la metáfora perfecta de lo que ocurre cuando la violencia deja de ser tragedia y se convierte en rutina burocrática.

La hija del general es, sin quererlo del todo, una parábola sobre la normalización de la violencia: esa que el uniforme hace respetable, que la jerarquía vuelve necesaria, y que el deber patriótico convierte en virtud. Los soldados obedecen, los mandos mandan, y si algo estalla —una bomba, una vida, una conciencia—, se reporta en formulario triplicado.

La película finge ser un thriller policial, pero en realidad es una autopsia: no del cuerpo de Elisabeth, sino del cuerpo moral de una institución que no sabe qué hacer con las mujeres ni con la verdad. El crimen se convierte en un espejo donde el ejército contempla lo que más teme: su propia humanidad.

Al final, Travolta da un discurso heroico sobre la verdad, el honor y la justicia —todo muy americano— mientras el espectador se pregunta si lo que vio fue una crítica al patriarcado… o una película de acción que accidentalmente tuvo profundidad. ¿Salimos más comprensivos con la maquinaria imparable del ejército norteamericano?

En tiempos cinematográficos como los de hoy, el desastre puede ser mayor. George Bush imitó a Top Gun para escenificar el final de la guerra de Irak, que nació de la mentira de las armas de destrucción masiva y terminó con cientos de miles de muertos. Trump o Milei saltaron de los platós de televisión a gobernar países. Y como no han leído historia, como no han leído un maldito libro, miran la realidad a través de las películas. Esos idiotas no saben que pueden desencadenar una catástrofe que golpee a toda la región. Que acerquen la guerra total al planeta.

Hay demasiadas películas apocalípticas. Pero las películas, desgraciadamente, no enseñan nada.

Juan Carlos Monedero

Juan Carlos Monedero

Realizó estudios de licenciatura en Economía, Ciencias Políticas y Sociología. Es Doctor en Ciencias Políticas y profesor titular en la facultad de Ciencias Políticas y Sociología de la Universidad Complutense de Madrid. Hizo sus estudios de posgrado en la Universidad de Heidelberg (Alemania). Ha dado clases en diferentes universidades de Europa y América Latina y es profesor honorario en las universidades argentinas de Quilmes y Lanús. Ha asesorado a diferentes gobiernos latinoamericanos. Entre otros libros, ha publicado La transición contada a nuestros padres, El gobierno de las palabras, Nuevos disfraces del Leviatán, Dormíamos y despertamos, Curso urgente de política para gente decente (15 ediciones y publicado en cinco países), La izquierda que asaltó el algoritmo, El paciente cero eras tú y Política para tiempos de indiferencia (2024). Premio Latinoamericano y Caribeño de Ciencias Sociales de CLACSO en 2018. Ha sido ponente central en la conmemoración del Día Internacional de la Democracia en la Asamblea General de las Naciones Unidas en Nueva York y en la 28 Sesión Regular del Consejo de Derechos Humanos en Ginebra. Tiene reconocidos tres sexenios de investigación. Es cofundador de Podemos, colabora en diferentes medios de comunicación y ha presentado durante cinco años el programa En la frontera en Público, donde tiene el blog Comiendo tierra.

Lo dice el reportero