Los movimientos, actores o partidos políticos suelen elegir para su fundación o arranque fechas simbólicas, que nos revelen algo de sus intereses históricos, ideas u objetivos. Así, por ejemplo, Morena decidió fundarse como Asociación Civil un muy significativo 2 de octubre, fecha indeleble para la izquierda mexicana; el PAN eligió fundarse como partido un 16 de septiembre, día patrio; y el extinto PRD abrió ruta un 5 de mayo; efeméride victoriosa en la historia mexicana.
Por eso llama la atención que un hombre como Ricardo Salinas Pliego haya elegido para exacerbar sus proclamas políticas una ocasión reveladora: nada menos que en su fiesta de cumpleaños. Como buen narcisista de derechas, el magnate evasor asumió que su septuagésimo aniversario era un foro de impacto suficientemente grande como para interpelar a la Presidenta de la República y hacer ahí mojigangas berrinchudas.
Omitamos por un momento la arenga política ahí expuesta y, en un ejercicio de imaginación, proyectemos cómo habrá sido la fiesta de cumpleaños del irresponsable pseudoempresario. Y primeramente debe hacerse un antecedente. Desde siempre, una de las empresas de Salinas Pliego, TV Azteca, ha sido un muladar de telebasura que, como reloj descompuesto, acierta de vez en cuando.
En ese sentido, lo mejor que ha tenido su televisora en años, además de ciertos comentaristas deportivos, es la afamada serie clásica de Los Simpson, programa que, en sus primeras temporadas es un coctel mágico de crítica y humor ácido. Y es justamente en esa serie donde mejor se explica a Salinas Pliego, comparable con ese oligarca impío que es el Señor Burns, quien en la sátira, una vez que su empresa fue descubierta con miles de fallas técnicas, en vez de arreglarlas decidió competir para ser Gobernador y desde el poder político cambiar las reglas y no tener que arreglar nada. Muy parecido al hecho de querer empezar una agitación política para evitar el pago de impuestos debido desde el año 2008.
O, como recordaba la periodista Daniela Barragán, el señor Burns es también el tipo de empresario que obliga a sus empleados a asistir a su fiesta de cumpleaños, donde los humilla o los exhorta a que le sirvan de lustrabotas, sea a través de la coacción -como hace con Homero Simpson, obligándolo a ser el piñatero de la fiesta-; o sea a través de la convicción -como hace Smithers, el siervo que ejerce una genuina abyección ante su amo Burns-.
Dicho esto sea de paso porque en la fiesta de Burnsie, digo, del "Tío Richie", asistieron -vaya usted a saber si por convicción o coacción- personajes como Héctor de Mauleón o Lourdes Mendoza, que se presentan a sí mismos como periodistas; mientras panfleteros que se autodefinen como liberales, como Enrique Krauze, le manifestaban su zalamera felicitación vía X. Buen momento para decir que cualquier persona, ya no digamos liberal sino decente, tendría que sentir ante Salinas Pliego sólo dos sensaciones ante sus acciones y discurso político, y estas son repulsión y alarma. No sólo por sus trampas evasivas fiscales -que datan desde hace más de tres lustros- o violentas -como el modo en que se apropió de Canal 40-; sino también por su lenguaje patológico y macartista, ya sea insultando a mujeres o regurgitando lo peor de la guerra fría en sus noticiarios que acusan “comunismo” a los libros de texto sólo porque éstos mencionan la palabra “asamblea”.
Con esta mescolanza, ¿cómo habrá sido su fiesta? Sujetos a los criterios formados por su televisora, podemos imaginar lo siguiente. En un foro de veinte mil personas que corean “'Tío Richie' Presidente”, el magnate se enjuga una lágrima de emoción ante tal espontáneo sello de admiración. A diferencia de su ejemplo Javier Milei, el hombre más sólo del mundo que no sabe soplar un pastel de cumpleaños porque nunca nadie le hizo uno antes, Ricardo muestra una sonrisa acostumbrada a las muestras de afecto.
Da igual que los gritos y aplausos sean espontáneos u ordeñados. Salinas Pliego tiene el anticarisma suficiente para atraer a gente ingenua, ya sea que lo quieran por ignorancia, por interés o, los especímenes más curiosos, los mirreyes prepotentes que ven en él no un adulto con quien los une el aprecio, sino un ejemplo de un ambicioso que enseña que está bien ser irresponsable, no seguir las reglas y querer salirte con la tuya. Así lo exhibe una jovial foto donde varios jóvenes de atuendo de antro fresa, plenos de blanquitud, posan sonrientes ante la cámara que los captura en un momento inolvidable para ellos.
A cada uno de los veinte mil asistentes -como reportó el diario El País- le tocó un bono válido para comida y cerveza gratuita, aunada a la entrega de una caricatura del magnate. Si en 2006 la impronta masiva hizo suya, de manera genuina y por millones, la caricatura de López Obrador diciendo “sonríe, vamos a ganar” (que hoy adorna bártulos y adornos de arte popular en todo el país); un ego robusto como el de Salinas no podía quedarse atrás y debía mirarse en el dejo artístico de un cartón. Poco importa que éste haya sido o no mandado a hacer. Y todo el gracejo, amenizado con los cánticos cacofónicos de Lupillo Rivera o las bailantas de un grupo llamado Cumbia Machine, que seguramente no cantó el estribillo santanero de “Toma chocolate y paga lo que debes”.
El trasfondo estético de la fiesta es revelador: una ilustración enorme que, a la usanza de la grafía del programa infantil Rico McPato, dice “Tío Richie” en letras doradas no tan grandes como el narcisismo del festejado, mientras la base de ese apodo es una montaña de monedas con una “B” de bitcoin; lo cual en sí mismo es una declaración de principios por el anarcocapitalismo, ese con el que Milei, de nuevo, justifica sus desfalcos y fraudes con criptomonedas contra el interés público argentino.
Sin embargo, lo mejor descolla de inmediato. Fiel a su estilo de la telebasura, Salinas olvida que en el cumpleaños de uno lo habitual es recibir afecto, no expeler tus enemistades. Faltaba en la fiesta el convidado de honor, ese que vive en la mente del magnate sin pagar renta. Y ese invitado fue el Gobierno de México, al que el Grupo Salinas parodió en una sátira lastimosa proyectada en su fiesta de cumpleaños. Triste aniversario el de aquel que en vez de poner en pantalla sus recuerdos biográficos más importantes, expone sus frustraciones más injustificables.
Pero no se le puede negar congruencia a Salinas Pliego. Y recordamos que su televisora basura, fiel a copiar sandeces sin importar lo malas que sean, en algún momento tuvo su propia versión pirata de los Telettubbies, llamada "Telechobis", es decir, unos peleles balbuceantes que se distinguían por repetir obsesivamente la misma jerigonza incomprensible.
Dicho sea esto porque los telechobis de Salinas Pliego, como un tal Manuel López San Martín, hoy quieren invadir la prensa mexicana, y como muñecos de ventrílocuo de su patrón, balbucean mentiras y excrecencias que van desde la negación de la condición de evasor de su jefe; tergiversar con que sí quiere pagar impuestos; asumir que sólo debe pagar el 10 por ciento de su deuda o inventar que tuvo acuerdos moratorios o evasivos en el sexenio pasado.
De momento esos telechobis son el ejército de agitación verbal de la campaña de Salinas Pliego, una campaña que no se sabe a dónde se dirige, pero tiene dos objetivos predecibles: en lo económico, mantener a Salinas como un moroso fiscal, y en lo político, poner al Estado como un enemigo, a pesar de que, con préstamos como el que le dio Raúl Salinas, es la fuente de su riqueza mal habida y con la que aún agasajó a sus otros teletubbies, voluntarios o no, invitados en su festejo.





