Óscar de la Borbolla

¿Deveras quieren Pensamiento Crítico?

"La gravedad de encontrarse polarizado se comprenderá fácilmente si recordamos cómo han sido la historia humana y nuestro crecimiento personal".

Óscar de la Borbolla

12/11/2025 - 12:04 am

Uno de los fenómenos sociales más sobresalientes de nuestro tiempo es la polarización y, como en todo, las causas son múltiples; aunque hay algunas que destacan: la generalizada desconfianza en las instituciones, porque no solo se duda de la probidad de las instituciones gubernamentales o eclesiásticas sino también de las instituciones educativas y hasta de la familia como la manera de pasar el resto de la vida. A la desconfianza también podría contribuir la exuberante aparición de puntos de vista cuyo alcance no depende de ningún criterio salvo el de la popularidad y que, al ser tantos y variados, se vuelven indistinguibles en el espectro de la información. Otro factor, que sin duda, actúa de forma decisiva es el uso de ciertos algoritmos en las plataformas de internet que nos encierran a todos en una cámara de ecos: cada usuario solo encuentra lo que se parece a lo que previamente ha buscado y no solo en la temática, sino en el sesgo ideológico.

La autoridad, no la autoridad del poder que gobierna, sino esa autoridad que se ganaba por haber dedicado la vida al estudio en un campo del conocimiento y por haber alcanzado, gracias a un sinnúmero de experiencias, una opinión documentada y ponderada se encuentra en crisis. Lo que se llamaba sabiduría está perdida como una aguja en el pajar de las opiniones que más seguidores tienen. "En el mercado todos son iguales", decía Nietzsche en su Zaratustra y hoy todos vivimos en el mercado. Ese mercado, sin embargo, no es la democracia, sino la democracia real, o sea, la corrupción en la democracia, y aquí volvemos a la primera causa mencionada: la desconfianza en las instituciones: dedicar la vida a un campo de conocimiento se materializa en títulos, títulos expedidos por "instituciones" y que no necesariamente acreditan nada, o en premios y reconocimientos oficiales que tampoco garantizan nada.

La falta de autoridad en el sentido dicho, sumada a la variedad de puntos de vista reforzados con una parafernalia tecnológica que acrecienta su poder persuasivo, más la machacona repetición de lo mismo, de ese "más de lo mismo" en el que nos encierran los algoritmos, han terminado por polarizarnos: no admitimos más que lo que creemos y al no haber matices, ponderaciones, sino polémicas ruidosas y vistosas, el propio punto de vista, al que uno se aferra, se hace más recalcitrante.

Seguramente hay muchas más razones para que se dé la actual polarización; pero quizás resulte más interesante analizar sus consecuencias: lo que caracteriza a una persona polarizada es que se encierra en ella misma y solo permite el acceso de lo que confirma lo que es ella: lo distinto es el enemigo. La gravedad de encontrarse polarizado se comprenderá fácilmente si recordamos cómo han sido la historia humana y nuestro crecimiento personal. Si uno compara cómo eran los seres humanos al principio, de qué disponían, cuál era su acervo… con lo que ahora somos y tenemos; o si uno compara lo que éramos al nacer con lo que ahora somos, surge una pregunta obligada: ¿cómo fue posible llegar, como humanidad y como individuos, a lo que somos y poseemos en la actualidad? Si cada quien se hubiera encerrado en sí mismo sin aceptar lo que otros individuos le ofrecían, obviamente, seguiríamos en la época de las cavernas y tan silvestres y ferales como al nacer.

Este análisis, que raya en lo excesivamente didáctico, muestra una verdad clarísima: somos el resultado de lo que los demás nos han dado y nosotros hemos tomado. Los otros son indispensables para construirnos y, más estrictamente: no los otros iguales a nosotros, sino los verdaderamente otros, los distintos de nosotros, pues, así como una comunidad se estanca cuando repite lo mismo, igual le pasa a aquel que se rodea solo de quienes le dan por su lado y le dicen lo que quiere oír. Y por ello, una persona polarizada es un individuo estancado.

¿Por qué uno se cierra a lo otro? La historia de la Edad Media nos ofrece la respuesta: una vez que se ha encontrado una solución para algún problema, esa solución se repite y se vuelve La solución y La verdad, además de que nos cohesiona y nos da seguridad. Lo otro es lo que no se quiere oír, lo que se rechaza porque pone en riesgo nuestra seguridad, nuestra identidad. El diálogo, a diferencia del coro, es ese estado en el que uno se abre al otro, se dispone a considerar lo otro, lo distinto. Por ello la desaparición del diálogo es una consecuencia grave de la polarización, la otra es el estancamiento. La historia se frena, el enriquecimiento de uno mismo se detiene, la verdad que se suscribe se vuelve dogma y uno sin darse cuenta se fanatiza.

Últimamente se habla mucho de pensamiento crítico, de lo necesario de alentarlo y de difundirlo y —como yo lo entiendo— ese pensamiento crítico comienza cuando se adquiere la capacidad de dudar, pero la duda no se suscita si uno no encara lo otro, enfrenta lo distinto, se mide con lo discordante, o sea, si uno precisamente se resiste a escuchar lo que no quiere oír. Y hoy priva una conducta de sobreprotección que busca ponernos a salvo, evitar que topemos con lo incómodo. Me refiero a la moda de lo políticamente correcto que apoya, precisamente, la actitud de no querer oír lo que no gusta. Y no solo no lo quiere oír, sino que lo prohíbe, lo persigue y lo cancela para que nadie lo oiga. Antes, era el Estado el que prohibía oír ciertas cosas; hoy, es la sociedad quien exige al Estado que las prohíba. Lo otro, lo disidente, lo subversivo, lo inmoral, lo revolucionario, lo iconoclasta, lo que incomoda, lo herético, lo rebelde, lo incendiario, lo loco… en una palabra: lo distinto, pretende extirparse —y como en las más cerriles dictaduras— no solo se busca desterrarlo del presente, sino del pasado: hoy se expulsan libros de las bibliotecas.

La polarización es sin duda un mal social y hoy este mal, que es cerrazón, se complementa con un intento de cierre a lo distinto, con la moda de lo políticamente correcto que es la otra cara de ese mal. La solución seguramente está en desarrollar el pensamiento crítico, pero ¿cómo adquirirlo si se nos quiere meter en un mundo donde solo exista lo que nos complace? ¿Cómo adquirir un criterio propio —que finalmente es el sentido del pensamiento crítico— si se prohíbe lo que causa disonancia cognitiva a los susceptibles?

¡Cómo extraño el diálogo, el verdadero diálogo, que puede ser todo lo acalorado que se quiera, siempre, claro, que los participantes sí se escuchen!

X @oscardelaborbol

Óscar de la Borbolla

Óscar de la Borbolla

Escritor y filósofo, es originario de la Ciudad de México, aunque, como dijo el poeta Fargue: ha soñado tanto, ha soñado tanto que ya no es de aquí. Entre sus libros destacan: Las vocales malditas, Filosofía para inconformes, La libertad de ser distinto, El futuro no será de nadie, La rebeldía de pensar, Instrucciones para destruir la realidad, La vida de un muerto, Asalto al infierno, Nada es para tanto y Todo está permitido. Ha sido profesor de Ontología en la FES Acatlán por décadas y, eventualmente, se le puede ver en programas culturales de televisión en los que arma divertidas polémicas. Su frase emblemática es: "Los locos no somos lo morboso, solo somos lo no ortodoxo... Los locos somos otro cosmos."

Lo dice el reportero