Melvin Cantarell Gamboa

Para evitar que la derecha nos destruya

"A eso apuesta la derecha con sus movilizaciones basadas en la fuerza; no hay que perder de vista, en este caso, que sus provocaciones son producto del resentimiento de sentirse políticamente rechazada y desacreditada ante la ciudadanía".

Melvin Cantarell Gamboa

19/11/2025 - 12:05 am

Para evitar que la derecha nos destruya
Asistente a la marcha de "Generación Z". Foto: Crisanta Espinosa Aguilar, Cuartoscuro

Vivimos una explosión de violencia que amenaza con la ruptura de la normalidad; el proceso se aceleró a raíz del asesinato de Carlos Manzo, Alcalde de Uruapan, Michoacán; el crimen, más que un hecho delictivo promovido por la delincuencia organizada obedece a acciones encubiertas de carácter político (tipo CIA) de extrema derecha, que para evadir su responsabilidad y negar su participación, se vale de grupos embozados preparados profesionalmente para vandalizar y cometer delitos.

Es práctica común de las derechas el uso instrumental de pandillas para alterar el orden; operan normalmente en manifestaciones con objetivos de carácter político, económico y sociales, buscando deteriorar el tejido social y, al mismo tiempo, abrir un ciclo de violencia que altere la vida cotidiana con la intención de modificar la percepción social de la realidad, afectar las estructuras sociales y agudizar los conflictos internos; el recurso es común en democracias incipientes con instituciones débiles o no alineadas al neoliberalismo; se trata de socavar el desempeño político de aquellos gobiernos que no se someten a los fines del capital. Lo irónico del caso es que reclutan sus agentes entre los sectores sociales más débiles: lumpenproletarios, delincuentes menores, vagabundos y trabajadores informales.

Históricamente la burguesía ha basado la legitimidad de sus “insurrecciones” en la idea de que la justicia es el interés del más fuerte y piensan que este argumento les otorga potestad para oponerse al poder establecido valiéndose de fuerzas intangibles que obliguen al Estado a rendirse a su voluntad. Por experiencia saben que incorporar grupos urbanos violentos en manifestaciones públicas tiene consecuencias malvadas, pues una vez que las masas entran en movimiento generan relaciones interhumanas que produce en los participantes la sensación de anonimato e inmunidad y, debido al contagio emocional que produce ese contacto, cualquier brote de violencia se propaga rápidamente.

A eso apuesta la derecha con sus movilizaciones basadas en la fuerza; no hay que perder de vista, en este caso, que sus provocaciones son producto del resentimiento de sentirse políticamente rechazada y desacreditada ante la ciudadanía; de ahí que aprovechen cualquier resquicio para experimentar nuevos caminos en la intentona de restaurar el autoritarismo prianista caduco, falto de vigencia y utilidad. Ahora bien, si ubicamos esa rabia en la línea del resentimiento, es decir, en el odio, la ira y la mala voluntad hacia alguien que piensan les hizo daño, debieran ensayar otras maneras de recuperar lo perdido sin recurrir a la violencia; es más, si de lo que trata es, según sus declaraciones, de crear contrapesos al Gobierno de la Cuarta transformación, ese no es el camino ni la herramienta idónea.

Los pueblos son fundadores y creadores de su realidad social, en consecuencia, cualquier ataque al Estado, agrede en los hechos, a las instituciones, formas de vida y de convivencia comunitaria. En este contexto, toda fuerza disolvente que rompa el pacto vigente entre gobernantes y gobernados en una sociedad abierta como la nuestra, que cree caos, miedos, terror, desasosiego e incertidumbre que no obedezca a necesidades y demandas de la población carece de absoluta legitimidad y debilita la figura del país como sociedad de instituciones. La ultraderecha debiera entender que ya no opera la ley nazista inventada por Goebbels de que “una verdad repetida mil veces se convierte en verdad”; no habitamos la Alemania de Hitler, no vivimos una dictadura, mucho menos una tiranía, vivimos un Estado de Derecho donde a diario se rinde cuentas al pueblo sobre el estado que guarda la nación, donde el gobierno llegó al poder con la aprobación de 36 millones de ciudadanos y tiene una alta aprobación popular, donde se combate permanentemente la pobreza e intenta con los medios al alcance mejorar la situación de la población. Les pregunto ¿Para cambiar esto, recurren a la violencia y la alteración de la paz social?

Ante este tipo de provocaciones llegará el momento en que el pueblo opondrá a sus intentonas la necesaria razón de permanecer unidos y continuar construyendo una comunidad que tenga por base un auténtico y real compromiso social con la finalidad de alcanzar objetivos comunes y no se dejará llevar por artificiosas histerias de quienes quieren descarrilar por la fuerza un proyecto de nación que camina por vías correctas; el pueblo sabe perfectamente quiénes son ustedes y qué quieren con su hiperindividualismo neoliberal, cuyo único compromiso real es con la ganancia y el dinero. En los últimos siete años nuestro pueblo ha dado brillantes muestras de conciencia política y no permitirá la confiscación de su poder para cederlo a la improductiva clase dominante.

México tiene la fuerte razón de los pueblos para mantener su unidad por encima de cualquier tipo de intereses económicos. El sistema capitalista a saciado sólo a unos pocos; incluso, históricamente, se equivocaron y fracasaron las revoluciones de corte marxista en sus intentos igualitarios de justicia social y terminaron justificando su carácter fallido con innumerables y baladíes pretextos para explicar el incumplimiento de lo que prometieron, por no escuchar ni obedecer a sus pueblos; el papel liberador no corresponde a ningún grupo político ni a pequeños grupos de inconformes, el pueblo se libera a sí mismo o no hay revolución, y lo que vimos el sábado pasado no fue al pueblo en movimiento. Hoy la revolución es el tema del momento y está en el corazón de la transformación global, pues sólo un idiota negaría la necesidad urgente de un cambio profundo a escala planetaria, pero no cualquier cambio ni cualquier revolución, antes habría que responder a la pregunta ¿Para qué y en beneficio de quiénes?

Por lo pronto, puedo afirmar, que ante la artificial “crisis política” que pretende provocar la ultraderecha, el pueblo mexicano va a defender cada una de las conquistas sociales obtenidas en los últimos años y, en esta coyuntura, el único reclamo válido es que se profundicen y amplíen; a esto deben prestar atención los políticos en funciones que se dicen de “izquierda” o progresistas, pero que actúan con tibiezas, irresponsabilidades, opacidad en la gestión, nepotismo, que continúan favoreciendo a minorías con conexiones políticas o por dinero, sin mostrar ningún compromiso real con los pobres; estas conductas han ralentizado el proceso debido. Estos fallos han abierto el camino a las provocaciones de la derecha y los ha llevado a imaginar que existen condiciones sociales suficientes para recuperar un poder que por derecho histórico pertenece a los humillados, insultados y condenados que abundan en México, para nuestra vergüenza.

Pregunto a los promotores de la violencia que nos ha alcanzado ¿Realmente creen qué cambiando el nombre o las siglas de sus antiguos partidos, todavía encabezados por los mismo viejos líderes corruptos, venales, faltos de integridad y honestidad, movilizando a pequeñas masas violentas o que sus corifeos que tienen tomados los medios de difusión conviertan a los ocupantes de puestos públicos en monstruos es suficiente para generar un estado de malestar social capaz de modificar la actual relación de fuerzas sociales? Imposible, apenas podrán explotar el descontento de algunos despistados sectores de la clase media.

Es cierto, Morena como partido ha sido incapaz de mantener vivo el movimiento que llevo a la izquierda al poder; ha fallado porque adoptó las mismas formas y modos de hacer política que sus rivales; ha ignorado y hecho a un lado la capacidad de las clases populares para organizarse, tomar decisiones en función de sus propios intereses y movilizarse en la defensa de su causa. Error que ha permitido a las derechas expropiar al movimiento histórico del pueblo la capacidad de movilización, y mientras se aferre en mantener al pueblo separado del presente proceso político mayor incompetencia como sujeto revolucionario exhibirá ante las clases oprimidas. Además, sería una traición a la voluntad ciudadana de enterrar para siempre al antiguo régimen; de ninguna manera debe permitirse que la reacción destruya lo ganado. La relación con el pueblo no puede ser reducida a un simple reclutamiento de miembros, es necesario no perder el contacto directo con él, saber escucharlo y obedecer las órdenes de 36 millones de ciudadanos que con el poder del voto los pusieron dende están, para obedecerlos no mandar; una última objeción: un partido organizado verticalmente es un simulacro de representación popular. Las circunstancias pueden modificarse, no puede ser que, al puñado de burgueses trasnochados, disminuidos al patetismo del que ha perdido todo se les abra un resquicio para el restablecimiento del viejo régimen. México en tanto nación moderna sólo poseerá realidad en la medida en que se mantenga la actual alianza entre las instituciones creadas por el imaginario social, el pueblo y los gobernantes actuales.

Melvin Cantarell Gamboa

Melvin Cantarell Gamboa

Nació en Campeche, Campeche, en 1940. Estudió Filosofía en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Es excatedrático universitario (Universidad Iberoamericana y Universidad Autónoma de Sinaloa). También es autor de dos textos sobre Ética. Es exdirector de Programas de Radio y TV. Actualmente radica en Mazatlán, Sinaloa.

Lo dice el reportero