El Secretario del Trabajo, Marath Bolaños, aseguró la semana pasada que México atraviesa un periodo de avances acelerados y consensuados en el mundo del trabajo. “Hemos dado pasos agigantados en la materia laboral, lo he descrito anteriormente como un momento de la primavera de los derechos laborales”, afirmó en entrevista con Álvaro Delgado y Alejandro Páez en el programa de "Los Periodistas" transmitido por SinEmbargo al Aire. En ánimos de contextualizar la declaración, cabe repasar la hazaña que engloba para situar el momento en su justa dimensión.
El cambio de más hondo calado de los últimos siete años en materia laboral es el aumento del salario mínimo. En 1976, después de casi tres décadas de crecimiento gradual, el salario mínimo alcanzó un máximo histórico de 20.8 dólares por día a precios del 2025. El colapso que vino después sacudió al mundo laboral: tras una serie de crisis económicas, los gobiernos del PRI mantuvieron los salarios artificialmente bajos, congelando el salario mínimo diario en alrededor de 5.25 dólares (ajustado a precios corrientes) entre 1990 y 2017, a pesar de notables alzas en la productividad laboral. Esa tendencia giró por completo con la irrupción de Morena, que llevará el salario mínimo general a poco más de 17 dólares diarios en el 2026, enfilándose a cubrir 2.5 canastas básicas en 2030 desde las dos que cubre hoy. En suma, esto que se sintetiza en un párrafo sacó a millones de la pobreza.
Por orden de importancia, el segundo viraje profundo es la recién aprobada reducción de la semana laboral de 48 a 40 horas de manera gradual, a ritmo de dos horas semanales menos a partir del 2027. Replicando la receta del salario mínimo, el Gobierno emanado de Morena optó por la cautela para saldar un adeudo histórico. Ciertamente, una concesión fue el aumento de nueve a 12 horas en retribución doble por horas extra trabajadas de forma voluntaria. Sin embargo, en relación a las ocho horas de retribución ordinaria ganadas, los trabajadores salen como ganadores absolutos de la negociación. En la práctica, un empleado promedio comenzará a ver disminuida su jornada sabatina unas cuantas horas cada año hasta eliminarla por completo, o bien mantenerla con mucho mayor compensación. Por hora trabajada, la nueva Ley equivale a un sustancial aumento salarial que irá dimensionándose hacia finales del sexenio.
Pero la lista de reformas no termina allí. La Ley Federal del Trabajo fue modificada en 2019 para garantizar la democracia sindical y un nuevo sistema de justicia laboral. Otra reforma de 2021 prohibió la subcontratación de personal, con la cual millones de trabajadores fueron transferidos a la nómina de sus patrones reales, mejorando su antigüedad, acceso a prestaciones y, crucialmente, el monto de su Reparto de Utilidades (PTU) y sus bases de cotización para el IMSS e Infonavit. Una Ley aprobada en el 2023 elevó el mínimo de días de vacaciones pagadas de seis a 12 días laborables en el primer año de servicio, con lo que México abandonó el sótano mundial. En 2024 se aprobó la creación de un fideicomiso público que será financiado, en parte, con los recursos de las cuentas de Afores inactivas de trabajadores de 70 años o más con el objetivo de que quienes cotizaron bajo la Ley del IMSS de 1997 puedan jubilarse con el 100 por ciento de su último salario promedio (hasta un límite de 18 mil pesos mensuales). Por último, una Ley reconoce desde junio a los repartidores y conductores de plataformas digitales como trabajadores con derechos laborales. En suma, México promedia un gran cambio laboral al año.
El comparativo histórico de hace casi un siglo ayuda para sondar el calado transformista. La “primera primavera laboral” del Presidente Lázaro Cárdenas (1934-1940) sentó las bases del modelo moderno en el país. En este sexenio, el Gobierno impulsó una política salarial de crecimiento real para compensar la depresión económica de los años 30. Emergió el derecho de huelga, el arbitraje estatal y la nacionalización de industrias en favor de los trabajadores. También nació la Confederación de Trabajadores de México (CTM) en 1936, bajo el liderazgo de Vicente Lombardo Toledano. Por último, el programa de Reforma Agraria entregó 20 millones de hectáreas a los campesinos (principalmente bajo la figura del ejido) y organizó a la Confederación Nacional Campesina (CNC). Como denominador común en esta “primera primavera laboral”, los sindicatos jugaron un rol más activo, sin por ello restar méritos a la vigente ola de reformas.
En una nota publicada para la revista Phenomenal World, el economista Luis Munguía escribe que “el equilibrio de poder entre el Gobierno y los factores de producción ha cambiado por diversas razones. En primer lugar, el rigor técnico de la nueva Conasami ha ayudado a descartar argumentos sin evidencia y tácticas de miedo del sector empresarial destinadas a mantener el salario mínimo… En segundo lugar, la clase trabajadora y los sindicatos han cobrado un impulso significativo, y la agenda laboral avanza a pasos agigantados. En tercer lugar, la voluntad política y el aumento de la confianza de un movimiento de izquierda en el Gobierno han sofocado los intereses de los productores”. En pocas palabras, Munguía atribuye un peso sustancial al cambio desde arriba a la Lenin, a partir de la conducción de Estado de un Gobierno como el de Morena. Lo que resulta obvio para algunos, no convence del todo a otros.
Existe un sector en la izquierda marxista que manifiesta inconformidad a partir de un supuesto equivocado. Por construcción, la llamada 4T no reivindica en solitario los intereses de la clase obrera. Para el movimiento, el sujeto histórico es el pueblo, no sólo los trabajadores. La implicación más directa es que las demandas de otros sectores sociales desaventajados, como los desempleados o los campesinos, son igual de legítimas. Sin que emerja por ello una desatención. En la práctica, los asalariados son escuchados como un segmento reivindicado; ganan una relevancia particular cuando el conflicto queda por acción u omisión reducido a un duelo redistributivo con los patrones, quienes podrían en el caso más reduccionista componer una oligarquía o, dicho de forma más elegante, engrosar las filas del poder económico.
Para muchos pueblos y muchas civilizaciones, la primavera simboliza el renacimiento y el despertar, el tiempo de la siembra, la esperanza y los nuevos comienzos, donde la energía reprimida del invierno retoma vitalidad. A la primavera le sigue el verano, estación de plenitud y expansión, donde la vida alcanza el auge. Tras un cúmulo de conquistas laborales innegables, el reto para los gobiernos de Morena es que la entrada de una nueva estación permita que los trabajadores cosechen con abundancia lo sembrado. Sólo la máxima luz del verano, periodo de crecimiento y acción, permitirá una defensa desde abajo, con trincheras bien cavadas para hacer frente al cambio de temporada. Pero regocijémonos, aunque sea un breve momento, en el baño estival de lo logrado. Y después, a seguir provisionando para el inexorable retorno del invierno, que el ciclo de la vida y los problemas del país castigan el apoltronamiento.





