
“Por el bien de todos, primero los pobres”, fue la frase de lanza de la estrategia electoral del morenismo que habría de llevar a Andrés Manuel López Obrador a la Presidencia de la República; también, la oferta de que llegando al poder rescatarían al campo del olvido en que lo habían dejado los gobiernos neoliberales; luego vendría la recuperación simbólica de los pueblos originarios -recuperación que se refrenda con el polémico libro Grandeza- y la exigencia, a la corona española, para que a esos pueblos se les pida perdón por los abusos cometidos por las tropas de Hernán Cortés o Nuño de Guzmán durante el proceso de conquista y colonización.
En este tipo de pronunciamientos y en frases, como “no somos iguales”, “la mafia del poder”, “los medios fifís”, “las benditas redes sociales”, “no mentir, no robar, no traicionar al pueblo”, “clase media, conservadora, aspiracionista y egoísta” y muchas más con seductores vestuarios discursivos se refrendan las ideas fuerza del wokismo que es la antítesis de la filosofía clásica de izquierda que siempre sostuvo una visión universal.
La obra más militante de Carlos Marx: El Manifiesto del Partido Comunista pontifica, por ejemplo, que la “historia, es la historia de la lucha de clases” y por eso plantea revertirla en favor de quienes producen valor bajo la proclama: Proletarios el mundo, uníos, sin embargo, esta expresión universalista quedó deteriorada moralmente por los crímenes que se cometieron durante las dictaduras comunistas del llamado bloque soviético.
Está orfandad ideológica llevó a que la izquierda reformulara sus paradigmas epistemológicos y en la última década da un giro copernicano, hacia categorías menos repulsivas adoptando las que provienen de la llamada filosofía woke que surge con el movimiento a favor de los derechos civiles, la lucha contra la discriminación social y el racismo en los estados sureños estadounidenses. Incluso, coincide con Norberto Bobbio, quien con entusiasmo reconoció que la humanidad “vive un tiempo de derechos”.
Susan Neiman, la brillante filósofa estadounidense que se autodefine como de izquierda, ha publicado un libro que sacude el pensamiento político de las izquierdas: La izquierda no es woke (Debate, 2024), cuestionando lo que identifica como woke al que reconoce metafóricamente como un “inmenso centro comercial universal” que se manifiesta a través de la defensa de derechos de los grupos sociales más heterogéneos.
Y es que el también llamado progresismo transita la avenida de “donde hay una necesidad, hay un derecho”, pero, también, en iniciativas de rediseño institucional como empieza a ocurrir en nuestras universidades públicas quebradas financieramente (véase de mi autoría: Autocracia y Universidad: el conflicto entre los poderes públicos y la Universidad Autónoma de Sinaloa 2023-2025).
La fragmentación social, nos dice Neiman- sacrifica el universalismo en favor de lo identitario, lo tribal, y es ahí, donde, empieza el problema de la izquierda contemporánea que ha dejado sus principios más universales (la igualdad, la libertad, la distribución de la riqueza) para reconocer, discursivamente, en las identidades políticas fragmentadas (LGBT, género, víctimas…) sólo conflictos de poder y no demandas de igualdad universal.
Peor, esta toma de posición, cuando es un mecanismo de movilización y reclutamiento político e ideológico para la conquista y conservación del poder que es muy revelador en el caso del llamado “humanismo mexicano”, una etiqueta ideológica que es útil para renombrar cualquier política propia como moralmente superior.
Un ejemplo son las ofertas que se ofrece la 4T en las campañas electorales que luego se desvanecen dejando pasmados a los colectivos que compraron la idea y luego, cuando exigen su cumplimiento, son calificados de derechas y todo ese lenguaje duro que busca desacreditar reclamos legítimos. y en contrapartida, monta todo un andamiaje que genéricamente se reconoce como cambio de régimen que en ninguna forma es propiamente un gobierno de izquierdas, al menos, no en los términos universales.
Y hay muchos morenistas, sobre todo los que vienen de partidos ideológicos, que se preguntan, cómo lo hace con desespero Alejandro Páez en su más reciente colaboración: ¿Es de izquierda la 4T? que luego enlaza con otras preguntas igualmente desafiantes para la grey obradorista: “¿Por qué tiene tanto miedo, entonces, a deshacerse de los que no son de izquierda? ¿Por qué cobija a gente como Evelyn Salgado, Adán Augusto López Hernández, Ricardo Monreal, Pedro Haces, Ricardo Gallardo o Adrián Rubalcava, entre tantos muchos? ¿Por qué los encumbra, cuando abiertamente son cualquier cosa, menos izquierda? ¿Por qué el miedo de la 4T a ser realmente de izquierda?"
Las respuestas, quizá, están en su fundación como partido “cacha todo”. Así encontramos en este partido conviviendo a expriistas nacionalistas con expriistas neoliberales. A exguerrilleros con panistas doctrinarios. Tecnócratas priistas con ideólogos comunistas. Y en ese tinglado bizarro de perfiles sigue siendo decisiva la influencia de Andrés Manuel López Obrador y su grupo de operadores políticos mayoritariamente priista.
Entonces ¿cómo autodefinirse como un partido de izquierda en el sentido del universalismo? si no solo está construido con esos nombres poderosos sino con aquellas ideas identitarias más cerca de la propaganda que de una cosmovisión universal.
Ahora bien, imaginemos un congreso de Morena donde una mayoría echa a todos estos personajes bajo el argumento de que no son de izquierda ¿qué pasaría con lo sustantivo, lo que subyace al pensamiento woke? ¿con la visión clientelar? ¿se eliminaría siendo electoralmente útil?
Y es que atrás de esas frases cautivadoras se encuentra mucho de la identidad del Movimiento de la 4T y eso llamaría a construir sobre la esencia de la izquierda histórica. Dejar el tribalismo woke para reconocerse en el universalismo clásico. Y la pregunta es ¿qué lugar ocupa la izquierda ideológica en el partido? Realmente la nomenklatura morenista ¿quiere hacer esa mudanza ideológica?
O acaso ¿echando del partido a personajes como Evelyn Salgado o Adán Augusto López vendría la redefinición de izquierda que reclaman los más ideológicos? ¿No sería sólo una purga autoritaria? o no será ¿qué esa desviación ideológica pautada por López Obrador exhibe la falta de debate político en un morenismo que parece más preocupado por conservar canonjías que por impulsar un proyecto de izquierda democrática?
En definitiva, en la izquierda mexicana existe un problema de concepción y estrategia cuando por un lado se cuestiona el poder de personajes impresentables, mientras por el otro parece aceptarse sin más el maniqueísmo woke que los mismos personajes muy hábilmente han adoptado con fines clientelares para la conservación autocrática del poder, no para hacer realidad la utopía de “Primero los pobres....”





