Juan Carlos Monedero

¿Noche de paz? ¿Noche de amor?

"¿Puede hablarse de amor después de la masacre de Gaza? ¿Puede hablarse de amor mientras EU asesina en el mar Caribe con misiles a pescadores, pequeños traficantes o a lo que se dedicaran ese centenar de seres humanos ejecutados?"

Juan Carlos Monedero

25/12/2025 - 12:03 am

Te habrán dicho mil veces que no te metas en política y que la política es para los políticos. En esa línea, habrás escuchado que todos los políticos son iguales y que la política es una basura. Quienes hacen que ese discurso se multiplique suelen ser los que votan todos los días, es decir, los que logran que su voluntad se convierta en realidad todos los días. Ellos quieren seguir convirtiendo su voluntad en política y para eso necesitan que el pueblo no se meta en política. Quien ha decidido meterse en política es León XIV, el Papa que ha sustituido al Papa Francisco y que ha recuperado su discurso Urbi et Orbi para expresar algunas ideas políticas esta Navidad. Noche de paz, noche de amor.

El Papa León XIV llamó a la paz mundial en su bendición navideña Urbi et Orbi, que significa “en todos sitios y a todo el mundo”. No se olvidó de los conflictos que asolan el planeta y recordó la situación en Oriente Medio “quienes ya no tienen nada y lo han perdido todo, como los habitantes de Gaza”); en Ucrania (para "que se apague el estruendo de las armas y que las partes implicadas, apoyadas por el compromiso de la comunidad internacional, encuentren la valentía de entablar un diálogo honesto, directo y respetuoso"), de América Latina (él se formó en Perú) recordando al “querido pueblo de Haití” y pidiendo, en alusión a la agresión de EU contra Venezuela “a quienes tienen responsabilidades políticas en América Latina para que, al enfrentar los numerosos desafíos, se le dé espacio al diálogo por el bien común y no a las exclusiones ideológicas y partidistas”.

También se acordó de Myanmar, Sudán y otras regiones afectadas por la guerra, la violencia y los desastres naturales, esos que dice la derecha que no existen. No se olvidó de las guerras olvidadas y pidió por la paz en Sudán, Sudán del Sur, Mali, Burkina Faso o en la República Democrática del Congo. También se acordó de los migrantes, esos despreciados en Europa y en EU por gente que luego reza para quedarse tranquilos. León XIV se acordó de “los numerosos refugiados y migrantes que cruzan el Mediterráneo o recorren el continente americano”. Son también víctimas de este conflicto global en el que vivimos. Hay una III Guerra Mundial en marcha, pero parece que hasta que Steven Spielberg no haga una película no vamos a entenderlo.

También le habló a los líderes políticos y a esa desaparecida comunidad internacional para que trabajen por la reconciliación, el diálogo y la justicia. Les dijo a los que tienen poder que regalaran estas Navidades algo de amor y de paz. Y también a los que no tienen poder. Porque si creemos que todos los problemas que tenemos nos los van a solventar alguien ahí afuera estamos equivocados: o nos ponemos manos a la obra o no hay solución.

La tradición de regalarnos cosas en Navidad es una hermosa tradición. Tiene detrás la idea de desprendimiento. El regalo dice algo, significa algo, encierra una correspondencia y es relevante cuando el que ofrece está dando señal de que le importa. El que lo recibe debe ser consciente del esfuerzo. Regalar es amar. Porque, de lo contrario, es un intercambio mercantil oculto y sin otro valor que el de la maquinación y el engaño. En el regalo verdadero la intención vence al cálculo y el desprendimiento derrota al interés. En el regalo auténtico, nos hermanamos en ese instante del don, convertidos, gracias a ese hermoso gesto de desinterés, en comunidad que derrota a la fragilidad humana. Igual que cuando nos saludamos expresamos la certeza que estamos desarmados y no vamos a hacer daño. Cuando regalas reafirmas los lazos que necesitamos y se convierte en ese abrazo que sirve para no sentirnos tan solos.

Vivimos en sociedades donde todo se ha mercantilizado. En las sociedades capitalistas, regidas por la oferta y la demanda a la búsqueda interminable del beneficio, todos andamos corriendo y alimentando esa máquina. Especialmente en esta fase de absoluta cosificación que conocemos como “neoliberalismo”. Hoy, el regalo se ha convertido en una obligación, en un mandato de los grandes almacenes y la industria del consumo que dice que el que no compra un regalo está haciendo algo mal. Es la alquimia perversa que convierte el amor en mercancía y el desprendimiento en un afecto encarcelado que no vuela.

Cuando el amor se monetiza, regalarnos es una versión azucarada del OnlyFans. No pasa físicamente nada muy diferente en la alcoba de una pareja que se quiere que en una sórdida habitación de un burdel. La magia, la que transmuta el plomo en oro, quien la hace al amor como el más natural de los alquimistas. En la alcoba el amor existe; en la mezquina habitación del mercado de la carne, se sustituye por dinero y se enmascara con billetes. No hay magia sino opresión. Regala mucho más la persona comprada que el comprador abusivo.

Huir de la elegancia social del regalo no es fácil. La obligación de regalar el día de San Valentín, un invento de los grandes almacenes; regalar a los niños cosas caras como la única -o la más relevante- de las formas del afecto; regalar en navidades como una exigencia del que siente que, si no regala, no estará siendo considerado por el otro como afectuoso, como amante, cariñoso o atento. Regalar porque no queda otra. Regalar como una imposición en esta nueva métrica del afecto. El dinero es tiempo, pero convertido en capital pierde su humanidad.

Convertir las cosas en mercancías las pudre. Sean las personas, la naturaleza, el conocimiento. El capitalismo nos hace eficientes, pero nos roba la humanidad de quien no quiere ser una mercancía ni relacionarse sólo con mercancías. Hay que sacar el regalo de la lista de la compra. Hay que sacar el tener de la lista del ser. Tener lo justo y necesario para que no tener no sea una espada de Damocles ni que tener sea una maldición del Rey Midas que no puede comerse su dinero. Tener y que no sirva para otras cosas es como confundir el sentido común con el derecho a la maldad.

Envolver los regalos de amor es llenarlos de tiempo sacado fuera del mercado, desmercantilizado. Hacer un postre, cocinar algo especial que reclama horas, dedicar mañanas y tardes a buscar algo particular para obsequiar, buscar ese libro tan especial, escoger entre artesanías particulares, viajar para poder ver a alguien, escribir una carta a mano detenida en cada palabra, acordarte de un deseo y ayudar a cumplirlo… Hacer cosas que no se expresan en un vale con dinero o una fría tarjeta-regalo de un centro comercial. Hoy, mucha gente que se casa pone en la tarjeta de boda el bizzum y la cantidad mínima que hay que ingresar. ¿Alguien recordará qué le regaló nadie? Cuando recuerden a sus invitados a la boda en vez del rostro verán cantidades.

Regalar es amar, y en la tradición cristiana el nacimiento de Dios es el comienzo de un viaje de amor donde el niño Jesús, aún ignorante de su destino, nace al cuidado de sus humildes padres, en un humilde portal rodeados de humildes animales, en la pobreza y la persecución que lo hace uno con el resto de los humildes. Unos poderosos magos de Oriente (la tradición los convertiría después en Reyes) llegan de muy lejos -han invertido mucha vida en el viaje- y le llevan regalos que son ofrendas igualmente de amor. El incienso y la mirra envuelven el oro y lo hacen un mero instrumento necesario sólo para comprar pan y fruta. No sabemos que fue de esos magos que hicieron su ofrenda (la Biblia no dejó pistas salvo que evitaron a Herodes), pero sabemos que aquel niño fue crucificado. Por amor.

Estas navidades el mundo expresa desamor por donde miremos. ¿Puede hablarse de amor después de la masacre de Gaza? ¿Puede hablarse de amor mientras EU asesina en el mar Caribe con misiles a pescadores, pequeños traficantes o a lo que se dedicaran ese centenar de seres humanos ejecutados? ¿Puede hablarse de amor cuando la extrema derecha quiere convertir en desechables a los migrantes en los países más desarrollados? ¿Puede hablarse de amor cuando tantas personas quieren y cuidan más a sus animales que a otros seres humanos? ¿Puede hablarse de amor cuando la violencia llena de cadáveres tantas poblaciones del mundo? ¿Puede hablarse de amor cuando el deterioro medioambiental sigue su curso de muerte y le niega la tierra, el pan, el aire y el agua a las generaciones futuras? ¿Puede hablarse de amor cuando la violencia contra las mujeres es tan cotidiana como las eternas desigualdades entre hombres y mujeres? ¿Puede hablarse de amor cuando cualquier día Donald Trump puede desatar una guerra en Venezuela, en Colombia o en México para robarles sus riquezas? ¿Puede hablarse de amor cuando nuestra indiferencia y nuestra inconsciencia nos enajenan de la suerte de los demás seres humanos?

Amar es dejar de ser para ser más. Desperdiciar la más mínima ocasión para regresar al amor no es tropezar dos veces con la misma piedra, sino abrazarla como si tuviera un valor incalculable. Las piedras no tienen alma, dice la canción, y cuando las llenamos de alma es una excusa para compartir, no para acumular. Las navidades pueden ser tiempos de tregua en el desamor. Son tiempos de agradecimiento inmemoriales que las religiones abrazaron para edificar sus iglesias. Da igual el nombre: navidades, solsticio de invierno, Saturnalia, Sol invictus… Cuando el ciclo del sol y de la tierra nos obliga a recordar nuestra fragilidad, cuando viene la noche más larga antes de que empiecen a acortarse.

Tiempos de regalarnos la paz y hacer que dure. Amar todo lo que se pueda para que el nuevo año no nazca con pretensiones de guerra. Cada uno puede hacer su parte. Cada sonrisa amable se suma a la amabilidad sonriente de la humanidad. Si sonreímos, el mundo sonríe. Que así sea.

Felices fiestas.

Juan Carlos Monedero

Juan Carlos Monedero

Realizó estudios de licenciatura en Economía, Ciencias Políticas y Sociología. Es Doctor en Ciencias Políticas y profesor titular en la facultad de Ciencias Políticas y Sociología de la Universidad Complutense de Madrid. Hizo sus estudios de posgrado en la Universidad de Heidelberg (Alemania). Ha dado clases en diferentes universidades de Europa y América Latina y es profesor honorario en las universidades argentinas de Quilmes y Lanús. Ha asesorado a diferentes gobiernos latinoamericanos. Entre otros libros, ha publicado La transición contada a nuestros padres, El gobierno de las palabras, Nuevos disfraces del Leviatán, Dormíamos y despertamos, Curso urgente de política para gente decente (15 ediciones y publicado en cinco países), La izquierda que asaltó el algoritmo, El paciente cero eras tú y Política para tiempos de indiferencia (2024). Premio Latinoamericano y Caribeño de Ciencias Sociales de CLACSO en 2018. Ha sido ponente central en la conmemoración del Día Internacional de la Democracia en la Asamblea General de las Naciones Unidas en Nueva York y en la 28 Sesión Regular del Consejo de Derechos Humanos en Ginebra. Tiene reconocidos tres sexenios de investigación. Es cofundador de Podemos, colabora en diferentes medios de comunicación y ha presentado durante cinco años el programa En la frontera en Público, donde tiene el blog Comiendo tierra.

Lo dice el reportero