
Mi agenda me lo avisó: el viernes 7 de noviembre cumplieron años Xavier Velasco y David Toscana; Nacho Padilla también lo celebraría de no ser por su muerte prematura. He tenido la fortuna de convivir con los tres y, por supuesto, también he leído gran parte de su obra. Más allá de la coincidencia en los cumpleaños, lo cierto es que los tres han sido referentes literarios de lo que se ha escrito en nuestro país en las últimas décadas. Además, son cercanos en edad.
Aunque tenía libros anteriores, a Xavier lo conocimos, sobre todo, por lo que le significó el Premio Alfaguara que obtuvo con Diablo guardián. Más allá de cualquier posible crítica, lo cierto es que fue como una bocanada de aire fresco en un mundo literario lleno de solemnidad. No por nada algunos lo calificaron de “Enfant terrible de las letras mexicanas”. Su prosa tenía el desenfado del que había conocido mundos cargados de sordidez y de noche.
Nacho era, sin exagerar, uno de los mejores cuentistas de la segunda mitad del siglo XX mexicano. Tenía la capacidad de meterse en los intersticios del género para explotar sus posibilidades. También entregó novelas memorables, aunque, tristemente, algunas ya son difíciles de conseguir.
David es uno de los grandes narradores salido de nuestro país. Con esa extraña mezcla de realidad dura habitada por personajes singulares, tiene novelas que no le piden nada a las grandes obras publicadas por sus contemporáneos en cualquier parte del mundo.
Las coincidencias siguen. Hasta donde sé, dos de ellos escribieron su obra a mano, en cuadernos especiales, en donde sus letras ocupaban un espacio previo al de las pantallas. No sólo eso, los tres han tenido una clara preocupación por el lenguaje. Aunque muy diferentes, sus prosas son precisas, pues suelen ir en pos de la palabra justa, de un profundo conocimiento del idioma.
Sus editores han comentado, en diversas oportunidades, que siempre es grato recibir sus manuscritos. A diferencia de lo que se puede creer, no todos los escritores ejercen su oficio con pulcritud. Ellos sí. Entregan cuando ya están seguros, tras múltiples revisiones, archivos donde se nota el oficio. Editarlos, dicen, es una labor asaz placentera.
Las coincidencias sirven para lo que uno las ocupe. En este caso, esta fecha de cumpleaños compartidos sirve para voltear a ver su obra, para adentrarse a mundos increíbles más allá de la preferencia de cada lector. Así pues, el onomástico común es un pretexto que invita a la lectura. Que así sea.





