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Ramiro Padilla Atondo

23/10/2013 - 11:20 am

Escritores que no leen

Hay quienes sienten el deseo de escribir de súbito, como si el acto de la escritura fuera automático. No se puede descartar al genio que sin leer libros pueda construir una obra, pero esto más bien sería algo absolutamente fuera de lo común, algo así como uno en un millón. Por lo regular cuando alguien […]

Hay quienes sienten el deseo de escribir de súbito, como si el acto de la escritura fuera automático. No se puede descartar al genio que sin leer libros pueda construir una obra, pero esto más bien sería algo absolutamente fuera de lo común, algo así como uno en un millón. Por lo regular cuando alguien que no me conoce se entera de que soy escritor me asalta de inmediato con dos afirmaciones.

La primera, que yo debería de escribir un libro acerca de su vida, como si esa vida en particular estuviese tan llena de matices como para que valiera la pena una biografía novelada al estilo de André Malraux, y esperan que de inmediato me enganche preguntando acerca de los detalles de tan peculiar existencia.

La segunda afirmación es que ellos (una mayoría) también tienen planeado escribir un libro, por lo que se imaginan que me convertiré en su asesor de manera inmediata. Para este tipo de afirmaciones tengo siempre una pregunta: ¿qué estás leyendo en este momento? Este es el primer filtro para saber si alguien está tomando con seriedad el asunto que me acaba de plantear. La mayoría de las veces me dicen que no leen lo que los descalifica de manera automática. Aunque también hay aquellos que sí leen pero no leen nada de lo necesario para convertirse en escritor.

Y aquí la pregunta sería: ¿qué se necesita leer para ser escritor? No hay una fórmula mágica para decidir exactamente que contenidos alguien debería de leer para convertirse de manera exitosa en escritor, porque hay muchísimos factores a considerar. Por lo regular, los que se me acercan intentan escribir libros de aforismos o autobiografías con una fuerte carga de superación personal. Mario Vargas Llosa hablaría de eso en Cartas a un joven novelista diciendo que la fama es tan veleidosa que muchos escritores de probada calidad literaria viven olvidados mientras que otros que son una verdadera pesadilla para el oficio obtienen jugosos contratos, llegando al grado de descalificar al Ulysses de Joyce desde una posición mercadológica como la de Coelho.

Lo que realmente determina una verdadera vocación literaria puede ser ese deseo incontinente de recrear otros mundos después de haber leído bastantes libros. La analogía en este caso podría ser aquel tipo común que sin haber jugado beisbol ha decidido convertirse en pitcher. Cree que tiene un gran brazo pero nunca lo ha utilizado. Un jugador de beisbol hará de la práctica diaria su mejor arma para competir y la repetición de ciertos patrones de entrenamiento lo hará mejorar. Quizá no llegue a las grandes ligas pero al menos se convertirá en un jugador decente.

Igual le pasa a un escritor. Pensar que sin leer puede llegar  a ser un escritor decente no deja de ser una estupidez. No hay atajos para el oficio de la escritura. A escribir se aprende escribiendo y leyendo. Se leen los libros como se lee un manual de ficciones. Se aprende a de-construir un libro para entender sus elementos. Hay escritores que solo utilizan un mismo tipo de narrador y esta limitación en su técnica se ve aún antes de abrir el libro. Gabriel Zaid reflexionó acerca de esto al escribir Los demasiados libros. Hay un mercado grandísimo de personas que quieren publicar, pero este mercado es inversamente proporcional al de los lectores. Aquí habríamos de preguntarnos si la profecía escrita por Ray Bradbury en su Farenheit 451 puede llegar a ser cierta. Que los demasiados libros con contenidos malísimos nos obliguen a quemarlos por ley. Creo que sería sano. Aunque en la realidad haya una selección natural atroz. Si la obra de un escritor tiene calidad literaria o calidad comercial tarde o temprano conseguirá una editorial que le publique, aunque este camino sea largo y sinuoso.

Claro está que los escritores que no leen tienen menos posibilidades que los demás. Muchísimas menos. Si por alguna fortuita razón, un escritor de los clásicos de principios del siglo XX se topara con un neo-escritor que no lee, entendería que la muerte de la literatura está cerca. Lo miraría como un bicho rarísimo de una historia de ciencia ficción. Y se preguntaría que está pasando en el mundo que las cosas están al revés, cuando la escritura es el paso lógico desde la lectura. En tiempos pasados, más que la calidad literaria la publicación era el premio lógico a la terquedad. A trabajar publicando aquí y allá hasta lograr hacerse de un nombre y a la depuración estilística proveniente de las infinitas horas de lectura y escritura.

Stephen King, el mayor autor de libros de terror en Estados Unidos, era un lector incontinente desde una temprana edad. Su madre, que tenía dos trabajos se aseguraba que durante su ausencia sus hijos estuviesen ocupados leyendo. Les daba los libros y cuando regresaba les hacía preguntas. Este tipo de formación hizo que King entendiera como estaban compuestos los libros. Estas y otras reflexiones las publicaría después en una joya llamada Mientras escribo. Sus críticos lo acusarían de escribir meros libros comerciales pero la técnica depurada con la que los escribía era directamente producto de sus interminables lecturas. El autor norteamericano dice que la media de libros que lee en un año oscila entre 70 y 80.

Aparte en el inicio de este mismo libro, hace una aseveración que no deja lugar a dudas: “Yo no creo que el escritor se haga, ni por circunstancias ni por voluntad (antes sí lo creía). Es un accesorio que viene de fábrica, y que, dicho sea de paso, no tiene nada de excepcional. Estoy seguro de que hay muchísima gente con talento de escritor o narrador, y que es un talento que puede potenciarse y aguzarse”.

Gabriel Zaid recomendaría en los demasiados libros que ningún escritor pudiese publicar antes de haber leído al menos mil libros. Esto le daría justicia a la marea incontenible de autores que intentan colocar sus trabajos sin la calidad literaria apropiada.

Carlyle diría que la mejor universidad es una buena colección de libros.

Nuestra escasa cultura libresca nos obsequia con ejemplares de esta categoría que por el solo hecho de haber publicado algunos libros de poesía se consideran escritores consumados. Quizá, no me atrevo a decirlo con absoluta categoría, estemos ante un fenómeno nuevo donde las publicaciones hechas en las redes sociales, fraccionarias por naturaleza, se conviertan en los contenidos principales de los neo- libros.

Aunque siendo sincero, las armas principales de cualquier escritor son dos, la lectura y la observación. Todo gran autor revelará con pelos y señales a aquellos autores que cambiaron su vida y que también de cierta manera los empujaron a escribir. Detrás de cada escritor debería de haber una constelación de autores interrelacionados que se han influenciado entre sí. Los ejemplos claros serían los de Rulfo, cuyas influencias venían desde Knut Hamsun y Faulkner que a su vez fueron influenciados por los franceses, al igual que Vargas Llosa, que no podría explicar su prosa sin Flaubert y su obra monumental Madame Bovary a la cual le dedicó un ensayo grandioso.

Pensar que sin leer se puede escribir de manera decente no deja de ser una premisa ridícula carente de todo fundamento, aunque sobren aquellos que digan que no leen otros autores para no contaminar sus escritos. Al gran cuentista norteamericano Raymond Carver, a quien le tocó en suerte uno de los mejores profesores de escritura creativa, John Gardner (autor de dos verdaderas joyas acerca del oficio de la escritura, El arte de la ficción y Para ser novelista) le diría que debía leer exhaustivamente a William Faulkner y después leer a Hemingway para limpiar los residuos de Faulkner.

Aspirar a publicar sin tener el hábito de la lectura puede ser consecuencia de nuestra deficiente formación académica. Somos un país de poquísimos lectores y muchísimos de nuestros escritores los son. El analfabetismo funcional no se circunscribe a ciertas áreas del quehacer nacional, es difícil que muchos escritores redacten un ensayo de manera decente pues no se les han enseñado las armas para escribir con propiedad, por lo que regreso a mi reflexión inicial que es muy parecida a la de Stephen King. El escritor ya es (viene de fábrica), habrá quienes intenten dedicarse a la escritura pero se toparán con una pared llamada falta de lecturas. Un verdadero escritor devorará todo libro a su paso, un libro de mecánica, una revista de chismes, un manual para construir aviones a escala, leerá malas novelas, pero leerá, sobre todo leerá, porque de todos esos pequeños detalles surgen los grandes libros, y de la asociación de dos lecturas disparatadas que de repente hacen click.

Esta es al final de cuentas  la reflexión por la cual decidí escribir este pequeño ensayo.  La razón era explicarme los secretos mecanismos por medio de los cuales alguien decide de la noche a la mañana que escribir es lo más fácil del mundo, y que la lectura es de hecho algo secundario al oficio de escribir. Y a los que lean este artículo y que intenten escribir, ya saben que no hay atajos.

Ramiro Padilla Atondo
Ramiro Padilla Atondo. Ensenadense. Autor de los libros de cuentos A tres pasos de la línea, traducido al inglés; Esperando la muerte y la novela Días de Agosto. En ensayo ha publicado La verdad fraccionada y Poder, sociedad e imagen. Colabora para para los suplementos culturales Palabra del Vigía, Identidad del Mexicano y las revistas Espiral y Volante, también para los portales Grado cero de Guerrero, Camaleón político, Sdp noticias, El cuervo de orange y el portal 4vientos.

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