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Óscar de la Borbolla

05/12/2016 - 12:00 am

Mundos coherentes

    Cada persona tiene una idea del mundo y ahí vive encerrada; no en el mundo sino en su idea. No importa lo que pueda decírsele o mostrársele, pues los decires y los hechos son integrados y ajustados a esa idea que tiene para seguir en su encierro coherente. Desde una visión mágica puede […]

 

 

¿Habrá alguna puerta o una ventana o, siquiera, una rendija para ver más allá? Mi escepticismo es prácticamente total. Foto: Especial
¿Habrá alguna puerta o una ventana o, siquiera, una rendija para ver más allá? Mi escepticismo es prácticamente total. Foto: Especial

Cada persona tiene una idea del mundo y ahí vive encerrada; no en el mundo sino en su idea. No importa lo que pueda decírsele o mostrársele, pues los decires y los hechos son integrados y ajustados a esa idea que tiene para seguir en su encierro coherente. Desde una visión mágica puede explicarse el trueno tanto como puede hacerse desde una perspectiva científica: los “hechos”, el rayo que cae sobre el árbol incendiándolo, lo mismo pueden confirmar la ojeriza de un dios enfurecido que la descarga electrostática de una atmósfera con demasiada electricidad.

Pero olvidemos por un momento las grandes formas de representación del mundo y acudamos a lo que nos queda más cerca: un par de hermanos, quienes respecto de sus padres tienen opiniones diametralmente opuestas a propósito de la severidad ocurrida en la infancia: para uno está perfectamente justificada: fue necesaria -incluso dolorosamente necesaria- pues pretendía corregir una conducta que de perpetuarse le habría ocasionado problemas de convivencia o de salud; en pocas palabras, un hermano considera buena la disciplina, mientras que para el otro dicho acto carece de justificación y sólo le confirma que el progenitor era un sujeto frustrado que se desahogaba castigándolo.

Los mismos “hechos” sirven para confirmar una u otra visión. Los ejemplos son infinitos: en donde quiera que se halle una disputa, una querella, una polémica, los oponentes se arman de razones o de piedras o de misiles para defender su visión del mundo. Cada visión del mundo es, para quien la sustenta, perfectamente coherente y uno queda encerrado adentro de ella. Cada cabeza es un mundo o cada loco con su tema o cada idiota está encerrado en sí mismo son distintas ecuaciones para representar lo mismo: que lo que llamamos mundo es siempre mi mundo.

¿Habrá alguna puerta o una ventana o, siquiera, una rendija para ver más allá? Mi escepticismo es prácticamente total. Pero, tal vez en ese extraño fenómeno llamado amistad pueda darse, o tal vez en esa situación menos extraña, pero extraña al fin, que es el amor.  No estoy pensando en los amigos o en los amantes afines, a estos sus pequeñas diferencias, que las tienen, les hacen sentir que comparten un mismo mundo aunque en sentido estricto no sea cierto. A quienes tengo en mente es a los amigos que discrepan, a los amantes que pelean, a quienes los relaciona un vínculo de afecto pero la vida los lleva a posiciones irreductibles. ¿Ese vínculo hará posible que las fronteras de sus cerrados mundos cedan? ¿Que de veras se pongan de acuerdo en lo que los hace estar en desacuerdo? Tal vez.

Y una vez más, no estoy pensando en lo obvio, ni en la frase hecha de ponerse en lo zapatos del otro, ni en “tolerarse” (término que denuncia que la discrepancia se mantiene y que se soporta pese a su peso, en suma que no se aniquila como uno quisiera hacerlo, sino que se respeta porque uno pretende ser civilizado), sino en ver, sentir y pensar desde la perspectiva del otro, en dejar el mundo propio y adentrarse en la coherencia del mundo ajeno, en ese sistema que convence al otro de su certeza y, por un momento, compartir su certeza. Por esto mi escepticismo. Aunque tal vez, repito, en el amor o en la amistad puedan abrirse nuestra esfera y la del otro. No lo sé.

Supongo que en la historia ha habido instantes en los que sobre el campo de batalla, donde se enfrentaban las más enconadas concepciones del mundo, en un entorno sembrado de cadáveres y sangre, los últimos dos sobrevivientes de uno y otro bando, agotados por haber descargado toda su saña, su rencor y su furia, levantaron la vista y descubrieron que ya no quedaban más que ellos en mitad de la masacre; supongo que levantaron la vista y descubrieron que también sus visiones del mundo estaban rotas. Es posible que en el amor y ante la muerte uno se salga de su propia coherencia.

@oscardelaborbol

Óscar de la Borbolla
Escritor y filósofo, es originario de la Ciudad de México, aunque, como dijo el poeta Fargue: ha soñado tanto, ha soñado tanto que ya no es de aquí. Entre sus libros destacan: Las vocales malditas, Filosofía para inconformes, La libertad de ser distinto, El futuro no será de nadie, La rebeldía de pensar, Instrucciones para destruir la realidad, La vida de un muerto, Asalto al infierno, Nada es para tanto y Todo está permitido. Ha sido profesor de Ontología en la FES Acatlán por décadas y, eventualmente, se le puede ver en programas culturales de televisión en los que arma divertidas polémicas. Su frase emblemática es: "Los locos no somos lo morboso, solo somos lo no ortodoxo... Los locos somos otro cosmos."

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