Author image

Óscar de la Borbolla

07/10/2019 - 12:04 am

¿No les da horror?

Esta sospecha de no conocer en absoluto lo que está afuera de mí, de no saber lo que son las cosas en sí mismas, de no sospechar siquiera lo que pueda haber por no contar con el sentido correspondiente, me da horror.

Si tuviéramos el sentido de la anticipación y pudiéramos captar con unos cuantos minutos de anticipación… Foto: Óscar de la Borbolla.
El horror que se experimenta en las películas de miedo lo produce saber lo que el protagonista ignora y, en algunos casos, también ser tomados por sorpresa igual que él. El peligro asecha, está a lo sumo a un paso de distancia: al doblar la esquina de un pasillo o al abrir la puerta de un armario… El espectador intuye que de un momento a otro aparecerá lo desconocido, y que de ninguna manera será bueno.

No hay mucha diferencia con lo que a cada instante puede ocurrirnos en el mundo: el futuro asecha y todos sabemos que tiene una profundidad distinta para cada uno de nosotros, puesto que tarde o temprano habrá un mañana al que no podremos pasar: un hasta aquí, un se acabó, y que todo seguirá sin nosotros; pero también sabemos que, así como en las películas de horror, algo puede salirnos al encuentro en cualquier momento: un accidente, una enfermedad, un malnacido con un puñal a media calle… y vamos -pese a saberlo- generalmente distraídos: no podríamos vivir de otro modo.

Nos gusta creer en la tersura de la vida, necesitamos esa creencia; nos gusta sentir que todo está bajo control. No pretendo romper esa paz ni promover lo que clínicamente se llama ansiedad anticipatoria; mi deseo es más bien invitarlos a experimentar otro tipo de horror, uno al que podríamos denominar: horror metafísico y que, en más de un sentido, se relaciona con dicho género cinematográfico.

Vivimos en el mundo que nos revelan los sentidos. Es un mundo coloreado, sonoro, oloroso, denso y de sabores. Nuestras cinco ventanas hacia el mundo, los sentidos, nos proveen de un conjunto de impresiones que se hacen presentes en nuestra conciencia, y creemos que la representación que aparece en nuestro cerebro es el mundo real; pero es tan sólo una imagen dentro de nosotros. Una imagen, por cierto, que no es la misma para los daltónicos o los anósmicos; y aunque para la mayoría, y groso modo, el mundo se nos presenta de una manera estándar, ese “mundo” no es el mundo real. Quien sabe qué otras emanaciones produzca lo real y de las que no tenemos conciencia, pues nosotros solo captamos cinco tipos de noticias y en determinados rangos: no tenemos la vista del halcón ni el oído del perro. Nuestro espectro luminoso se contiene en la luz del arcoíris, y se nos escapan los colores ultravioleta y los infrarrojos; tampoco captamos ondas sonoras cuyas longitudes y frecuencias están por encima o por debajo de los decibeles que sí podemos oír.

Voltaire en uno de sus cuentos más célebres, El Micromegas, presenta a dos gigantes que viajan por el universo, y que al llegar a la Tierra platican con un filósofo. En el diálogo, el filósofo terrestre presume de haber sido hecho a imagen y semejanza de Dios y de poseer cinco sentidos, y lo comenta muy ufano; el gigante que viene de Saturno dice que los de su especie tienen 72 sentidos, y Micromegas, que procede de Sirio, humildemente declara que él solo tiene cerca de mil sentidos y que le faltan muchísimos. Recuerdo este cuento no sólo por rendir un homenaje a Voltaire, sino para ilustrar lo que deseo sugerir: que lo real es mucho más que lo que captamos, que lo que captamos es sólo una representación en nuestro fuero interno y que lo que llamamos mundo es una alucinación compartida y estándar.

De ahí que seamos como los protagonistas de las películas de miedo: ingenuos que avanzan creyendo que todo lo que captan a su alrededor es todo lo qué hay y que no existe al lado de nosotros nada más que nos esté asechando. Pero, como bien dijo Shakespeare en Hamlet: “Entre el cielo y la tierra hay más, Horacio, de lo que tu metafísica te ha permitido soñar”. Esta sospecha de no conocer en absoluto lo que está afuera de mí, de no saber lo que son las cosas en sí mismas, de no sospechar siquiera lo que pueda haber por no contar con el sentido correspondiente, me da horror.

Si tuviéramos el sentido de la anticipación y pudiéramos captar con unos cuantos minutos de anticipación… Si tuviéramos, no sé, algún sentido para ver esas dimensiones alternas que supuestamente se hallan junto a nosotros, si siquiera pudiéramos ver en la oscuridad… Lo que imagino me produce vértigo, no sé a ustedes.

Twitter

@oscardelaborbol

Óscar de la Borbolla
Escritor y filósofo, es originario de la Ciudad de México, aunque, como dijo el poeta Fargue: ha soñado tanto, ha soñado tanto que ya no es de aquí. Entre sus libros destacan: Las vocales malditas, Filosofía para inconformes, La libertad de ser distinto, El futuro no será de nadie, La rebeldía de pensar, Instrucciones para destruir la realidad, La vida de un muerto, Asalto al infierno, Nada es para tanto y Todo está permitido. Ha sido profesor de Ontología en la FES Acatlán por décadas y, eventualmente, se le puede ver en programas culturales de televisión en los que arma divertidas polémicas. Su frase emblemática es: "Los locos no somos lo morboso, solo somos lo no ortodoxo... Los locos somos otro cosmos."

Los contenidos, expresiones u opiniones vertidos en este espacio son responsabilidad única de los autores, por lo que SinEmbargo.mx no se hace responsable de los mismos.

en Sinembargo al Aire

Opinión

Opinión en video