Pedro Mellado Rodríguez
08/09/2023 - 12:05 am
Claudia Presidenta
Pero el hecho más relevante es que en un proceso de profundos cambios, el Presidente López Obrador podrá entregar el relevo generacional, a alguien que no le traicionará ni a él ni al pueblo, que por primera vez, en décadas, se siente bien representado por un Gobierno que considera suyo, que le escucha, que le atiende y se preocupa por su bienestar.
La Senadora Xóchitl Gálvez Ruiz, candidata del opositor Frente Amplio, tiene razón cuando afirma que en 2024 México tendrá, por primera vez en su historia, una Presidenta de la República: será la morenista Claudia Sheinbaum Pardo, cuya principal encomienda será profundizar los programas sociales de la Cuarta Transformación en favor de los pobres, los marginados y los desvalidos, además de poner un dique a los apetitos de poder de una oligarquía corrupta y rapaz, que durante casi cuatro décadas se enriqueció con el usufructo de los bienes públicos, entreverando las complicidades de una minoría privilegiada del sector privado y una clase política proverbialmente mediocre y servil.
Claudia Sheinbaum no tiene antecedentes de militancia en alguno de los partidos políticos tradicionales. Sumada al proyecto de Andrés Manuel López Obrador en las filas del PRD, transitó de manera natural hacia la fundación del partido Morena. Es, sin duda, quien mejor puede garantizar la continuidad de las políticas de la Cuarta Transformación y profundizar los cambios iniciados por López Obrador.
Además, llega a la contienda con el respaldo de una amplísima base social, que sigue y responde al interés del Presidente López Obrador, que le garantiza, desde ahora, una ventaja que difícilmente podrían superar sus rivales.
Pero el hecho más relevante es que en un proceso de profundos cambios, el Presidente López Obrador podrá entregar el relevo generacional, a alguien que no le traicionará ni a él ni al pueblo, que por primera vez, en décadas, se siente bien representado por un Gobierno que considera suyo, que le escucha, que le atiende y se preocupa por su bienestar.
Con la postulación de Claudia se garantiza la continuidad del proyecto de López Obrador, algo que en su momento histórico no pudieron hacer el Presidente Benito Juárez García y el General Lázaro Cárdenas del Río.
El General Lázaro Cárdenas dejó en un juego libre a los aspirantes a la postulación presidencial para los comicios de 1940. “Los esfuerzos de Cárdenas para postergar la agitación presidencialista fracasaron e inexorablemente su poder comenzó a declinar. A diferencia de lo que había de ocurrir en sucesiones posteriores, Cárdenas favoreció el ‘libre juego de las personalidades’ y para principios de 1939, las campañas de los precandidatos estaban ya en su apogeo. Tres eran las principales figuras que disputaban la nominación: Manuel Ávila Camacho, Francisco J. Mújica y Rafael Sánchez Tapia. El Gabinete, las cámaras, los gobernadores, las centrales sindicales, las organizaciones campesinas, los colegios de profesionistas y el Ejército se vieron sacudidos por los esfuerzos que hacían cada uno de los precandidatos para ganarlos para su postulación”, relata el historiador Enrique Semo en el libro La sucesión presidencial en 1988, publicado por Editorial Grijalbo en 1987.
Enrique Semo aclara cómo se definió la sucesión presidencial entre 1939 y 1940: “Ávila Camacho era el candidato más moderado, Mújica el más idóneo para continuar la obra de Cárdenas, y Tapia el más anodino. Al otorgar su apoyo al primero (a Avila Camacho), Cárdenas fue consecuente con la política esbozada frente a la ofensiva de la reacción. Para evitar la intervención extranjera y quizá la guerra civil, congeló las reformas estructurales y frenó a obreros y campesinos. Fue en esos dos años cuando la posibilidad de una vía popular a la modenización, basada en el auge de las cooperativas y la pequeña empresa, quedó definitivamente clausurada”. (Semo, 1987, Página 54).
Hay otra historia, en otro tiempo, que con diferentes actores y matices, refleja una sucesión conflictiva. Aprobada el 5 de febrero de 1857, la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos fue de inmediato condenada tanto por el Arzobispado de México como por el Papa, desde Roma, pues a diferencia de la aprobada en 1824, excluía a la Iglesia Católica del papel relevante que se le reconoció y atribuyó luego del surgimiento de la nueva República.
En el mismo proceso electoral en el cual Ignacio Comonfort fue electo Presidente de la República, Juárez García fue nombrado presidente de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, cargos que asumieron en diciembre de 1857. Con la anuencia de un nuevo Congreso, menos radical que el constituyente, Comonfort logró que fuera aceptado el nombramiento simultáneo de Juárez García como titular del Ministerio de Gobernación en su Gabinete.
Ignacio Comonfort, un político moderado, insistía en que el Gobierno debería estar integrado por mitad de liberales puros y mitad de moderados. La idea no era compartida por Melchor Ocampo -del círculo más cercano a Juárez-, quien consideraba que “toda coalición entorpece, cuando no paraliza el movimiento” revolucionario y que “el equilibrio es justamente una de las ideas opuestas a la de movimiento”, según refiere el historiador Jesús Reyes Heroles en el Tomo II de su trilogía histórica “El Liberalismo Mexicano”, publicada por la UNAM en 1958 y reimpresa por el Fondo de Cultura Económica en 1982 (Página 431).
El ánimo conciliador de Comonfort le llevó a respaldar, el 17 de diciembre de 1857, el Plan de Tacubaya, promovido por el General Félix María Zuloaga Trillo, que desconocía la Constitución de 1857. Virtualmente, Comonfort fue partícipe de un autogolpe de Estado. Juárez se negó a colaborar con el Gobierno de Comonfort y fue encarcelado. El 11 de enero de 1858 Zuloaga Trillo desconoció al presidente Comonfort. Como presidente de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, Juárez reclamó la Presidencia de la República. El General Zuloaga Trillo fue respaldado por la oligarquía, por el alto clero católico y por militares conservadores de alto rango, para asumir la Presidencia interina del país. Así se inició la llamada Guerra de los Tres años, también identificada como Guerra de Reforma, con dos presidentes: uno conservador y otro liberal.
La mayoría del pueblo, que respalda a López Obrador y a la Cuarta Transformación, hará ganar a Claudia Sheinbaum el domingo 2 de junio del 2024. Son por lo menos 30 millones de personas que se benefician con los programas sociales del Gobierno federal, que en un hipotético escenario de participación, en el cual acudiera a las urnas el 64 por ciento de los mexicanos que tienen credencial de elector, representarían, potencialmente, el 48 por ciento de la votación que podría captarse en todo el país.
De los 32 gobernadores que hay en la República, 23 son de Morena y sus aliados, y tienen influencia de Gobierno, política, territorial y electoral, en una población que representa más del 70 por ciento de los habitantes de México y un porcentaje similar de los potenciales votantes de todo el país.
En la contienda interna de Morena se probó que los seguidores de López Obrador tienen muy claro quién es la pieza clave para profundizar la Cuarta Transformación y le dieron un amplio triunfo a Claudia.
Quedó claro que el dinero y la propaganda no compran ni el afecto ni el respeto, pues la mayoría rechazó la impúdica, grosera y evidentemente despilfarradora campaña publicitaria de Adán Augusto López Hernández, quien tapizó de anuncios espectaculares la mayoría de las avenidas de las ciudades del país.
También dejó claro que la lealtad y la coherencia tienen su recompensa, al ubicar en el tercer lugar al diputado petista Gerardo Fernández Noroña, quien sin invertir más dinero que en la gasolina para su vehículo y en alimentos, logró el reconocimiento y aprecio de quienes lo consideran un leal, honrado y eficaz defensor de la Cuarta Transformación y de López Obrador.
En la vida y en la política, hay sabias sentencias que nos heredan nuestros mayores: “Del tamaño de la abyección, del sometimiento de una persona a otra, de sus promesas o juramentos de presunta lealtad, es la dimensión de su ambición. Y está claro que en toda desmesurada ambición se incuba el germen de la traición”. Marcelo Ebrard dijo el pasado miércoles 6 de septiembre que el lunes 11 de septiembre decidirá su futuro, si sigue ligado a Morena o toma otro camino. Sin importar a dónde vaya, llevará sobre sus hombros el peso de sus fragilidades y desvaríos. Pero también quedará marcado por la imborrable huella de la infidelidad y la desconfianza.
Marcelo naufragó en esa inocultable altivez y apetito desordenado de ser preferido a otros, esa satisfacción y envanecimiento por la contemplación de las propias prendas, con menosprecio de los demás, esa delirante pretensión de suponerse y asumirse como la más confiable esperanza de un mundo ansioso de ser iluminado por los insuperables destellos de su inteligencia superior.
La gran ventaja de Claudia Sheimbaum está cimentada en el concreto sólido de una amplia mayoría que sigue con fidelidad a López Obrador y que deposita en ella su esperanza por la continuidad de la Cuarta Transformación.
Claudia, licenciada en física, maestra en ingeniería energética y doctora en ingeniería ambiental, ha sido víctima de un sistema de medios de comunicación convencionales, instrumentos del poder faccioso de la oligarquía, que se ensañaron al denostarla, por el simple hecho de ser mujer. Sheinbaum llegará a la Presidencia de la República en el 2024, lo que profundizará el envilecimiento de esa prensa canalla, que avanza enfebrecida hacia su natural extinción.
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