Los veinte de los dos mil

11/05/2013 - 12:01 am

Cruzar la línea de los 20 es una odisea surrealista, una tormenta de dudas existenciales que bailotea entre fiestas, libros, pláticas, velos de novia, llaves y continuaciones de seres que intentan resolver desasosiegos en una soledad muy concurrida.

Lo inconstante y la carrera del tiempo son implícitas. Un despertador corretea a las almas que viven su segunda juventud entre los alcoholes y nuevas amistades cada noche o los biberones estallando en el verano de la estufa, mientras las fotografías de boda, la universidad o un adolescente agonizando por ser adulto, observan cómo las hojas del calendario no han sido arrancadas en vano.

¿El deber sobre el placer o el placer sobre el deber? Esa es la incógnita diaria que se burla de las almas nobles y forza a los 20 a hacer excepciones y probar la confitería de la vida hasta encontrar el dulce favorito donde se pasan más de ocho horas diarias esforzándose en encontrar ese caramelo desde diferentes trincheras: la del saber, la del hacer y la del sentir.

A veces levantarse asesina el sentido de las cosas. ¿Para qué? Mejor escaparse a Marte, reparar poemas a domicilio, tocar el violín a las estrellas y convertirlas en humanos de nuevo. De repente surge el caos de inventar una realidad ficticia.

Mientras más se avanza menos se siente. La experiencia carga bajo su capa una actitud que se realiza a escondidas, bajo el manto de una cortina como cómplice,  cual Helga Pataki realizaba una ofrenda con chicles a su amor oculto, Arnold en la serie animada estadounidense ¡Oye Arnold! y todo esto es por la magia de las indigestiones emocionales que cada vez teclean en la memoria una pizca de distancia con sentimientos.

A los 20 comienza uno a dejarse de hacer el tonto y abre las ventanas hacia la realidad que se ofrece en bandeja de plata con todo y los cubiertos del arco de sonrisas, lágrimas o frustraciones como reacción en cadena para traer como consecuencia, la falta de expectativas.

Los ósculos de los desconocidos son volcanes que pretenden tronar la lava del sexo. Nada, sólo la frustración ardiente y la risa cínica del cielo, si la política es ficción, las ilusiones y el cortejo también. Lo que hoy es, mañana quien sabe. Tal vez.

La hipérbole del miedo a creerse estar solo es la constante para quienes no trabajan en el circo social en el trabajo, en el laberinto escolar o el nido familiar y tiene a sus aliados a años luz de distancia. De vez en cuando realizan una tregua para reencontrarse y la alegría vuelve, la soledad se espanta, pero ya nada es lo mismo. Las esencias cambian y las diferencias se vuelven monstruos que pretenden alejar aquella intensidad de antaño. Sólo la voluntad puede contra eso.

Más allá de dos décadas, la ambigüedad política y social resulta ambiciosa, pero los veintipocos y los veintitantos se unen a la ola de reclamos desde su zona de guerra, con el ser radical y pretender rescatar las células de este rompecabezas destrozado por los codiciosos.

No hay presente, sólo se bebe de reojo para saber que aun respiramos en el cataclismo de lo desconocido. El pasado es una cinta cinematográfica que no se deja de reproducir en la videocasetera de nuestra psique: una y otra vez ese fastidio y esa alegría se proyectan sin necesidad de verlos, solo se concentra la mirada perdida en algún punto.

@taciturnafeliz

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