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Ramiro Padilla Atondo

11/05/2015 - 12:00 am

La hoguera de las vanidades

Vivimos la era de la doctrina del ego, esto es la multiplicación de la vacuidad de la imagen. Detrás de los planteamientos vacíos de los candidatos solo existe la nada. La incapacidad de cumplir siquiera con un mínimo de las expectativas. Sería divertido, si no estuviera de por medio el destino de un país, que […]

Vivimos la era de la doctrina del ego, esto es la multiplicación de la vacuidad de la imagen. Detrás de los planteamientos vacíos de los candidatos solo existe la nada. La incapacidad de cumplir siquiera con un mínimo de las expectativas.

Sería divertido, si no estuviera de por medio el destino de un país, que no soporta ya esta generación política que ha dado al traste con el futuro de esta generación.

Me recuerda una película norteamericana titulada Idiocracia. Un tipo de pocas luces que trabaja para el ejército, que al no tener familia decide ser congelado para reaparecer en el futuro como el tipo más inteligente.

Ese sería más o menos el ejemplo. El gobierno de los idiotas de pocas luces. Un terrible vacío discursivo con el que intentan volver a engañar a la población que al parecer también es de pocas luces.

Una suerte de masoquismo colectivo que permite que el partido gobernante tenga posibilidades de seguir gobernando a pesar de la multiplicación de los casos de corrupción. Vamos, que no es que no existieran antes, lo que pasa es que ahora, y con el tremendo flujo de información es más difícil que se puedan ocultar.

Y los ingredientes para esta tormenta política perfecta están allí. Por un lado, lo que ya podríamos llamar como la generación política Mirrey, esto es, una casta de futuros líderes que ya no se esconden para presumir sus privilegios, y por el otro, un importante segmento de la sociedad, más consciente que nunca del estado de las cosas que ya no se sostiene.

La vanidad es un elemento muy importante en la situación del país, la idea de que se puede seguir gobernando desde la frivolidad, como si de una telenovela con una producción carísima se tratara.

La diferencia de manera obvia entre el libro (del cual tomo prestado el título del artículo) del periodista Tom Wolfe y la situación del país es que acá los políticos se hacen millonarios, que de eso se trata al entrar a la política, una combinación de narcisismo chayotero y ambición desmedida.

Veo con una suerte de tristeza y coraje los espectaculares de los candidatos, elevados al estatus de próceres de la nación por lo que dure la campaña. Después y una vez conseguido el objetivo, utilizan el manual de costumbres políticas mexicanas, no haga nada, enfóquese en averiguar la manera de no trabajar y hacer dinero que para eso está el presupuesto.

Pero de manera obvia, dedique un buen porcentaje al culto a su personalidad, dedicando cantidades escandalosas a la promoción de su imagen.

La hoguera de las vanidades versión mexicana nos ha costado muchísimo. Puede usted ver el caso de dos presidentes para que se dé una idea, Echeverría (que casi quiso ser el papa de los países no alineados) y Salinas con su soli-dari-dad.

Esperemos que de manera consciente este segmento de la población  que conoce la realidad del sistema político mexicano salga a votar, que por el momento es el único mecanismo que tenemos.

 Ya tendremos que sentarnos a averiguar cómo hacer para crear un consejo nacional constituyente, y tomar el poder en nuestras manos. Buen día.

Ramiro Padilla Atondo
Ramiro Padilla Atondo. Ensenadense. Autor de los libros de cuentos A tres pasos de la línea, traducido al inglés; Esperando la muerte y la novela Días de Agosto. En ensayo ha publicado La verdad fraccionada y Poder, sociedad e imagen. Colabora para para los suplementos culturales Palabra del Vigía, Identidad del Mexicano y las revistas Espiral y Volante, también para los portales Grado cero de Guerrero, Camaleón político, Sdp noticias, El cuervo de orange y el portal 4vientos.

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