Los límites del dinero

17/04/2016 - 12:36 pm
Cuando Silicon Valley le pone valor a uno de esos sueños inconmensurables que emergen de sus entrañas, el ejercicio es alucinante. Foto: Efe
Cuando Silicon Valley le pone valor a uno de esos sueños inconmensurables que emergen de sus entrañas, el ejercicio es alucinante. Foto: Efe

Silicon Valley nos devuelve a un principio que me encanta: hay cosas que valen por que son buenas. Instagram. Estamos demasiado imbuidos de esa rapaz lógica de mercado que enuncia con la suficiencia tan propia del mercado, que las cosas valen por lo que generan. Esto solo valdrá diez si alguien puede probarme que se puede con ello obtener once o veinte. ¿Por qué?

Hay cosas que valen porque la gente les da valor. Wikipedia. Valor es valor social, y eso el mercado lo suele olvidar demasiadas veces. Valor social es ser útil, emocionar, dar sentido, movilizar, dar ganas, proponer y ese tipo de cosas. No importa si pagan o no pagan, ni mucho menos cuánto paguen. No es verdad que cuanto más paguen más sentido social tienen, y podríamos traer cincuenta contraejemplos, pero tal vez alcance con Facebook. El precio no es un buen termómetro de la importancia social de las cosas. Face no nos cuesta nada y hay demasiadas cosas que nos cuestan mucho y no tienen la menor relevancia.

Siento que se está armando la ola que nos demostrará que ha cambiado la marea. Lo que hace bailar al mono no es necesariamente la plata, por lo menos a un número relevante y creciente de monos. Comienza a establecerse un sistema de valoración que va perdiendo correlación con el modelo financiero de valoraciones. Yo creo que Facebook ya no debería cotizarse en dinero; que el dinero ya no nos dice cuánto vale Facebook. Ni Messi, a quién –dicho sea de paso- tampoco parece importarle demasiado todo eso del dinero. Si Face tiene hoy casi 1500 millones de usuarios ya no hay paridad que lo pueda valorar. Tampoco vale la pena seguir poniéndole precios a los Picassos. Algo debe cambiar y está cambiando.

El Quijote ya no vale en dinero; la obra entera de Shakespeare, tampoco. Wikipedia no vale dinero y Panamá Papers (una movida gigante) o Football leaks no cotizan en ninguna bolsa. Twitter debería estar en esa lista. El Museo de Arte Moderno de New York, también. Le Monde y las islas Galápagos. Su valor se lo dan su sentido y su impacto social. No hay que hacer cuentas. No cierran las cuentas de los banqueros, pero las cosas ganan cada vez más valor. Sobra el dinero para invertir y nunca retorna en dinero lo invertido. Así son las cosas con la nueva marea. Y nada se rompe por eso. El dinero es un medio y a veces debemos ponerlo al servicio de otros fines; como el Excel.

Neymar tal vez no debería cobrar, pero debería vivir para siempre sin pagar nada. Da alegría, hace gozar, enseña e inspira por millones. ¿Por qué necesitamos que Adidas le de unos cuantos cada tanto y un yogurt lo obligue a hacer el ridículo en la foto? No lo veo necesario.

Todo aquello que adquiere escala relevante se convierte, ipso facto, en patrimonio público. Y todos aquellos que hacen que eso se desarrolle y crezca, también se convierten en responsabilidad pública. Y listo. Hay una escala encima del millonario, que es el liberado del dinero. El héroe. Y eso nos garantiza que las cosas sigan yendo por lo que tienen que ir y se muevan por lo que se tienen que mover. Gabo no escribió Cien Años para ganar dinero, y no debería haberlo ganado con Cien Años; deberíamos haberle concedido el título de responsabilidad pública, de Papa Social. “Viva, mi amigo, que la humanidad pagará la vida que usted desee vivir, hasta el fin de sus días”. Eso merecía Cruyff; Usain Bolt, así deja de hacer esas cuentas que tan tonto lo van poniendo; Stephen Hawking.

A veces siento que Mayweather tiene razón: él es el que mejor escenifica el tamaño del ridículo de todo esto.

Cuando Silicon Valley le pone valor a uno de esos sueños inconmensurables que emergen de sus entrañas, el ejercicio es alucinante. No hay cuentas. Hay intuiciones, ganas, ventanas de oportunidad y a veces nuevos sueños locos. Y con ese cocktail llegan a un precio en un café o en el living sin muebles, un fin de semana, cierran y se olvidan. Pero tú percibes que ni ellos se importan mucho con el precio. 20 mil millones por WhatsApp: ok, adelante; y siguen. Y muchas veces ni plata circula por ahí porque los valores se aplican en otras nuevas abstracciones y la cosa rueda otra vez.

Ellos hacen (pinta el pintor, programa el programador, juega el jugador, baila el bailaor) porque eso que hacen los justifica mejor que cualquier cosa que obtengan por lo hecho. Van Gogh; Antonio Gades. Siguen. Incluso peor porque hay muchos casos en que la plata que los redime acaba matándolos, o degenerándolos, que es inmensamente peor. Vargas Llosa, ¡dígame usted si era necesario que ese otrora prócer acabara haciendo trampas en Panamá junto con Soria!, por no hablar de Almodóvar, que tanto lo lamento… Hay que canonizarlos socialmente y dejar que sigan, para siempre, si fuera posible. Que Messi no deje de jugar y su padre y sus abogados se dejen de joder.

Hay cosas que valen porque son buenas. Y hay muchas cosas que el mercado las ve de una manera equivocada. Dejemos el mercado para las cosas menores, como el valor de una joya o el precio del alquiler de una tienda en un shopping o en un aeropuerto o que si toca ejecutiva o turista. Pero en las cosas que valen la pena, apliquemos lógicas mejores, más ambiciosas y menos toscas. El salario de un presidente o el de un investigador o el precio de la fruta no deberían medirse en dinero. Como Facebook, o Uber o la Mona Lisa o la obra de Niemeyer, que valgan todo lo que seamos capaces de concebir que algo puede valer, que es lo mismo que decir, que han pasado a ser patrimonio de la humanidad. Que el dinero se sublime y aparezcan otros mejores modelos de valoración social.

A Gates ya no le importa el dinero que tiene; al contrario, parece preocuparle que no lo vuelva un idiota ni mucho menos a sus hijos. Es un síntoma de los buenos. Dicen que Mark le sigue y seguro que Bezos se alineará.

Yo veo que la ola viene. Yo veo muchas decisiones que el mercado no avala y son correctas; yo veo que el mercado nos pudre cada día más y nos hace peores; yo veo cómo hasta los santos se corrompen en esos caldos asquerosos de codicia; yo veo que Clinton cobra muy caras sus conferencias y que Tarantino tiene que pagar la luz; yo veo que en Panamá no hay quien se salve y que en Brasil no hay carajos limpios; yo veo; yo veo que si buscan, hasta a mi probablemente me encuentren en mi escala doméstica mierdillas que me ensucian; yo veo que el mono no baila por la plata pero que hay demasiados humanos etiquetados que no hacen otra cosa en su vida.

Pero la ola viene, la veo. Y también comienzo a percibir que hay millones alineados con ella, aunque estemos muy desalineados entre nosotros. Tal vez ese sea el trabajo ahora: organizarnos para darle cuerpo a lo que se instale cuando la ola pase. Yo –por lo pronto- ya lo estoy haciendo, cociendo nexos, poniendo al lado cosas que parecieran no tener nada que ver, pero que sí. Y echarle ganas y creer. Ah, e importante: no justificarnos ante nadie. Simplemente, como Wikileaks, hacerlo (y a ver si somos capaces de paso de ir a rescatar al pobre de Assange, que lo merece, porque otros como Swartz ya se nos han suicidado).

Pablo Emilio Doberti
Nací y me crié en Buenos Aires y llevo vividos mis últimos 13 años en Venezuela, México y Brasil, donde estoy hoy día. Me dedico a la educación y escribo por vocación. Lidero una organización llamada UNOi que integra 1000 escuelas en una red, entre México, Colombia y Brasil. Doy conferencias frecuentemente y publico de manera periódica en el Huffington Post de España y Brasil, en El Nacional de Venezuela, en Pijama & Surf y ahora en SinEmbargo. Abogo por una escuela nueva, porque la que tenemos no sirve.
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