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Catalina Ruiz-Navarro

21/05/2015 - 12:00 am

La sangrona

Menstruadoras somos todas. Y no lo digo porque esa sea la fórmula de moda para solidarizarse con cualquier causa, lo digo porque más o menos el 52% de las personas del mundo tenemos cuerpos que menstrúan, y ese ciclo menstrual, síntoma de la potencia incomparable de poder crear seres humanos, se ha convertido en una […]

Imagen: kameleonklik.deviantart.cm
Imagen: kameleonklik.deviantart.cm

Menstruadoras somos todas. Y no lo digo porque esa sea la fórmula de moda para solidarizarse con cualquier causa, lo digo porque más o menos el 52% de las personas del mundo tenemos cuerpos que menstrúan, y ese ciclo menstrual, síntoma de la potencia incomparable de poder crear seres humanos, se ha convertido en una señal demográfica para que nos violenten, nos discriminen, nos nieguen derechos y silencien nuestra voz. Acaba de pasarle a Luisa Velázquez Herrera, conocida en Internet como Menstruadora, un apelativo que parece muy contestatario para las recuas de pacatos que se escandalizan con hablar en voz alta de un proceso real y natural.

En todo caso, es a toda esa gente pendeja a la que Luisa Velázquez Herrera lleva criticando a diario desde hace mucho tiempo. Llegó a Blogger en 2004, a Hi5 y MySpace en 2005, a Facebook en 2007 y a Twitter en 2008. Vieja guardia. Desde el comienzo Velázquez Herrera usó las redes para hablar en voz alta y decir cosas que jamás de los jamases se podrían decir en los medios tradicionales como que le valen verga “los hombres” (los hombres como categoría política, como categoría del patriarcado, no las personas que se identifican como hombres) y hacer espacios solo para mujeres. Ni esta opinión ni estos espacios tendrían que ser necesariamente transgresores, la gente tiene derecho a criticar lo que le dé la gana, (yo agrego que la gente también tiene derecho a odiar) otra cosa es atacar y discriminar. Velázquez Herrera se asumió como lesboterrorista, con ironía porque el apelativo es ridículo, y en colectivo con otras personas que se asumen políticamente como mujeres lesbofeministas, y desde esa corriente lo fueron llenando de contenido. Entonces hicieron un medio de comunicación, una escuela feminista, un festival, cada uno más incómodo que el anterior. Y empezaron a criticar todo, ¿evento de postporno? ¡colonial! ¿masculinidades? ¡patriarcales! ¿queer? ¡racista! ¿Y por qué no? ¿Qué tiene de malo criticar? Porque el lesbofeminismo no se trata de “odiar a los hombres” se trata de tumbar el heteropatriarcado (son cosas muy distintas) y de paso hace un análisis anti-racista, anti-clasista, decolonial, especialmente pertinente para el contexto Latinoamericano.

Al lesboterrorismo tenemos que agradecerle por criticarlo todo, porque sus militantes son como la diosa Kali, como un tsunami. Esa es la verdadera vocación del punk.

Y entonces muchos (muchas) dijeron que su feminismo “no era bueno”, que así no, que está bien ser feminista, pero de salón, bien portada y calladita. Horror. Y hasta otras feministas empezaron a segregarla por “ser radical”. “Nos rechazaron por rechazar a los machos, y está bien, a mi me encanta el debate entre feministas, me encanta que no nos llevemos bien.” Yo estoy totalmente de acuerdo, ¿por qué tiene que ser el feminismo una cosa fácil y homogénea? ¿Para que “los hombres” lo entiendan mejor? Aunque hay una corriente del feminismo que se autodenomina así “feminismo radical” para mí es incomprensible eso del “feminismo no radical”. Yo soy radicalmente feminista. Porque quiero todos los derechos a los que tengo derecho, no algunos, no a medias. Puede haber muchos feminismos, pero no es feminismo si no es radical.

En todo caso, esa “radicalidad” hizo que muchas y muchos le dieran la espalda a ella y a una compañera lesboterrorista cuando fueron acosadas por un cerdo machista misógino: Luis Enrique Sánchez Amaya, conocido en Internet como “Hembrista Detected” impulsor de un discurso de odio que pide “incinerar feminazis”, líder de trolls que amenazaban a Velázquez Herrera y su compañera Nadia Rosso con “violaciones correctivas”. Las páginas son horrendas y sus mensajes no atacan solo a “las lesboterroristas”, escupen odio a todas las mujeres, y tenemos que recordar que esos trolls son los mismos hombres que nos rodean cuando caminamos por la calle, cuando habitamos el mundo. Velázquez Herrera y su compañera Nadia Rosso, denunciaron que Enrique Sánchez Amaya, agregaba a feministas y defensoras de derechos humanos desde su perfil personal para acosarlas, y que les había escrito a la página de lesboterroristas para ofrecer sus servicios de programador un año antes, es decir, que lo que hacía Sánchez Amaya había pasado hace rato del trolleo al acoso sistemático. ¡Peor!, trabajaba en el Colegio de México en el área de sistemas. En el Colmex que precia de tener perspectiva de género. Después del escándalo a Sánchez Amaya le pidieron su renuncia pues 88 estudiantes exigieron una investigación al respecto (pueden ver aquí la respuesta del Colmex). ¿Cómo saber cuántos más hay como él?

¿Y qué pasó después? Pues nada. Que los acosos continuaron. Y se intensifican. “Después de un tanto, una deja de poner atención a las amenazas, deja de leer, no existen, no es peligroso, no pasa nada, les damos block, doy muchos blocks a varones potenciales feminicidas y a mujeres que aplauden la misoginia.”  “Ya lo había normalizado, y no está chido que lo haya normalizado.” dice Velázquez Herrera. Lo más triste es que lo hemos normalizado todas. Pero recientemente hubo quien añadió a todos los contactos de su cuenta personal de Facebook y les empezó a mandar fotos, también algunos trolls empezaron a publicar información y a hacer pesquisas sobre su lugar de residencia. Llegaron amenazas directas, amenazas de muerte. Un tipo le dijo que se “grabara su cara” porque si la veía le iba a disparar. Velázquez Herrera empezó a tener miedo de que la identificaran en la calle, empezó a tener miedo del espacio público, a pensar en lo difícil que es que cualquier mujer denuncie lo que sea, de cierta manera las amenazas le hicieron perder el derecho a habitar la ciudad. La censura siempre tiene un efecto en los espacios, privados y públicos. Cuando hay impunidad los efectos pueden llegar hasta la autocensura.

 “Nunca pensé que esto pasaría, y lo digo ahora que puedo decirlo, ahora que no me he puesto el chaleco antibalas. Lo voy a decir también con conocimiento de que esto alegrará a quienes desean verme muerta, o sea, a los trolls. Quiero decir que sí duele, que sí hace llorar, que dan ganas de desaparecer, no hablo de suicidio, digo que dan ganas de taparse con una cobija, tomar chocolate, ver una película, dejar de ser, bajarse del mundo, dejar de pensar.” Esta vez el acoso fue peor, fue más insistente. Por más acostumbrada que Velázquez Herrera estuviera a recibir estos comentarios llenos de odio, esta vez dolieron más, intimidaron más. Y no porque la Menstruadora no sea valiente. ¡Sí que lo es! Hasta contó en su blog la experiencia de un aborto. Simplemente porque Velázquez Herrera es una persona, y las personas tenemos sentimientos y las palabras y el discurso de odio atacan y duelen, y más cuando van dirigidos a una persona que hace parte de una minoría. La Menstruadora es más valiente aún por contar estos sentimientos en público. Hacerse “la dura”, “la invencible” sería caer en las mismas lógicas patriarcales que asumen que en la dureza está la victoria.

Pero además le dijeron que se lo estaba buscando. Por ser “tan radical”. Se lo dijeron hasta otras feministas. Ay, es que no tomaste las medidas de seguridad. Si bien es cierto que cualquier internauta hoy en día debe reforzar sus medidas de seguridad, decirle a Velázquez Herrera que “se buscó” estos ataques, por no tener mayor seguridad digital o por ser tan contestataria es lo mismo que decirle a cualquier  mujer que la violaron por ponerse minifalda y caminar por un callejón oscuro. Es revictimización. Y sí, uno debe ponerle alarma al carro, pero si te lo roban, no es porque no tuviera la alarma, es porque no hay garantías para las seguridad de los bienes de los ciudadanos, garantías que debería dar el Estado. El problema es estructural. Y vean que los Estados cuidan más a la propiedad privada que a las vidas de las mujeres.

Y por esa impunidad rampante es que Velázquez Herrera se lo piensa dos veces antes de denunciar. “Yo pienso que tengo la responsabilidad de denunciar. Denunciar para que si me pasa algo quede algo como precedente. Pero es que si me pasa algo es que ya todo está jodido.” Es triste, pero denunciar no implica de ninguna manera tener expectativas de justicia.

Nada más en febrero de 2015 la académica y bloguera mexicana Rossana Reguillo recibió amenazas de muerte por Twitter y otras plataformas. Las amenazas duraron dos meses y llegaron a su correo personal y hasta la amenazaron en persona. Todo esto con un coro de trolls y bots que la atacaban. Ya sabemos que los bots son cosa común en México, y son usados para intimidar y mermar la libertad de expresión, básicamente porque no hay un Estado que defienda la libertad al disenso. En los casos de Velázquez Herrera y Reguillo, no bastó con decir “no alimentes al troll”. Los ataques no desaparecieron con ignorarlos. Todos estos trolles (que son personas de carne y hueso, no lo olviden) alimentan dentro y fuera de la red el ambiente de intolerancia y misoginia al que se enfrentan las mujeres. Y, aunque en México las amenazas de muerte son un crimen registrado en el código penal y Twitter ha cambiado sus políticas para controlar el acoso online, ninguna de estas cosas han sido suficientes.

Existen varias versiones de las reglas no escritas de internet, se puede rastrear su origen hasta una entrada en  Enciclopedia Dramática en2007, sin embargo, la versión más conocida es la que se publicó en ese mismo sitio y enThe Archive de UNESCO en 2012  durante el apogeo de Anonymous. El texto explica las duras convenciones de la áspera etiqueta de los foros de opinión en internet como 4Chan, sitio en donde nació y creció Anonymous. La regla 31 es verdaderamente reveladora: “No hay mujeres en internet”.

De acuerdo con el informe presentado por la directora ejecutiva deONU Mujeres,  Phumzile Mlambo-Ngcuka, ante el Secretariado General de Naciones Unidas en ocasión del día internacional de la mujer trabajadora, existe una brecha de género en acceso a tecnología móvil (la de mayor crecimiento en los últimos años). Las niñas y mujeres que viven en países de ingreso medio tienen 21% menos de probabilidad de tener un teléfono celular en comparación con hombres y niños. Sólo el 36% cuentan con acceso a internet mientras que el caso de los hombres asciende 41%, esto a pesar de que son mayoría. El informe es contundente al señalar que las mujeres están en un mayor riesgo frente a la violencia en el ciberespacio que los hombres. “La tecnología también está siendo utilizada para fines dañinos, por ejemplo, para perpetrar el acoso y el abuso en línea, especialmente hacia las mujeres jóvenes”.

El Pew Research Centre entrevistó a casi 3000 usuarios de diversos redes sociales, foros y comunidades temáticas. Mientras que 43%  de los hombres y 37%  de las mujeres reconocieron haber sido objeto de algún tipo de abuso en línea, los hombres refirieron que recibían insultos o apodos, un número considerable de las mujeres refirieron ser víctimas de acoso, inclusive de tipo sexual. En rango de edad de las mujeres que fueron objeto de este tipo de violencia se encuentra entre los 18 y los 34 años de edad.

Lo digital no es un ámbito distinto de la vida “real”, lo que significa que la marginación de las mujeres y las minorías en línea no puede ser separado de los obstáculos que enfrentamos fuera de la red. Las tecnologías de la información y la comunicación  son también utilizadas como un medio para castigar a las mujeres y activistas por el liderazgo ejercido comunidades y países y exigir la igualdad de género. Obviamente esto está vinculado a tendencias sociales y patrones de exclusión más amplios que promueven violencia contra las mujeres como una herramienta para mantener las normas sociales y restringir los roles de género.

Para APC (Association for Progressive Communications), una de las organizaciones líderes en la documentación de violencia relacionada con tecnologías,  uno de los principales retos es sensibilizar tanto a empresas proveedoras de servicios en internet, como al propio movimiento de derechos humanos de que esto es un problema creciente ciberespacio; así como garantizar los remedios legales necesarios, proporcionales y efectivos.  El acoso sexual, suplantación de personalidad, amenazas de violencia física, la publicación de fotografías y material privado sin consentimiento, diseminación de fotomontajes denigrantes o estigmatizantes y hasta chantajes y extorsiones a través de redes sociales y foros en línea, son algunos de los tipos de violencia relacionada con tecnologías que ha documentado esta organización. Si bien el trabajo de documentación de organizaciones de derechos humanos en México ha avanzado significativamente en la trasversalización de la perspectiva de género, aún falta lograr evidenciar la conexión que guardan los patrones de violencia en contra de periodistas, personas defensoras de derechos humanos y activistas con el uso de TICs y el ciberespacio.

El ataque que acaba de recibir Luisa Velázquez Herrera es un ataque contra la libertad de expresión de todos, pero especialmente de todas. Internet, como la calle, como el mundo, es un escenario hostil para las mujeres y todas las que lo frecuentamos recibimos en mayor o menor medida estos ataques. Hace dos años yo me bajé seis kilos y hasta se me cayó el pelo por un ataque de trolleo que duró una semana. Por supuesto me dijeron bruta, puta, tonta, promiscua, frígida, fea, bonita. Tenía todo que ver con ser mujer. Aunque estos no son ataques físicos, son ataques emocionales que ocurren en la intimidad del teléfono que uno deja en la mesa de noche y se lleva a la cama. Duelen y duelen mucho.

Pero esto presenta un dilema para la libertad de expresión. Por un lado los trolls tienen derecho a vituperar, es imposible e indeseable penalizar los insultos. Mejor insultar que tirar piedras. Pero hay líneas muy claras entre el insulto y la amenaza, tanto en el ciberespacio como en la vida real. Luisa Velázquez Herrera no le ha hecho daño a nadie, no ha amenazado a nadie con su discurso. Solo le ha tirado piedras conceptuales a una estructura patriarcal que la quiere apachurrar de vuelta. El acoso a Luisa Velázquez Herrera ha sacado su voz de las redes sociales, una voz inmensamente importante, valiosa y provocadora. Velázquez Herrera nos obliga a cuestionarnos a pensar y a tener ideas. Su presencia en redes es invaluable. Y en tanto que su discurso no hace daño a nadie y en cambio, estemos de acuerdo o no, nos conviene a todos, es responsabilidad de las personas que estamos en su entorno digital defenderla y protegerla de estas amenazas y agresiones. Sí, se trata de ser feminista, pero también se trata de ser solidario, pues solo en solidaridad y en colectivo se puede defender el derecho a la libertad de expresión en redes sociales.

Internet es un territorio, es decir, un espacio potencial para la autodeterminación el ejercicio de libertades y el goce de derechos y las mujeres tenemos que habitarlo y recuperarlo. No podemos permitir que callen a ninguna, porque después nos callarán -de nuevo- a todas. Todas somos menstruadoras.

@Catalinapordios

*Este texto fue publicado originalmente el 20 de mayo de 2015 y tuvo algunas actualizaciones y correcciones el 21 de mayo. 

Catalina Ruiz-Navarro
Feminista caribe-colombiana. Columnista semanal de El Espectador y El Heraldo. Co-conductora de (e)stereotipas (Estereotipas.com). Estudió Artes Visuales y Filosofía y tiene una maestría en Literatura; ejerce estas disciplinas como periodista.

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