¿Cómo funciona esa inteligencia?

28/03/2016 - 12:00 am
Ayer, sin ir más lejos, me topé con uno de esos personajes. Tu lo percibes porque al poco tiempo de interactuar sientes que se te imponen y que marcan diferencias profundas en la velocidad, la intensidad, la claridad conceptual y el foco. Foto: Shutterstock
Ayer, sin ir más lejos, me topé con uno de esos personajes. Tu lo percibes porque al poco tiempo de interactuar sientes que se te imponen y que marcan diferencias profundas en la velocidad, la intensidad, la claridad conceptual y el foco. Foto: Shutterstock

Cada vez que me topo con alguien inteligente, me pregunto cómo funciona. No es cosa de todos los días encontrarse con esos perfiles. En rigor, no sé si debería llamarlos inteligentes; tal vez su condición sea otra, más abarcativa y que comporta otras capacidades además de la inteligencia estrictamente entendida. No importa, a fin de cuentas me refiero a esos personajes fuera de registro, singulares, que tu sientes que hacen la diferencia.

Me desvela entender cómo funcionan porque creo que en esa comprensión está la base de su posible desarrollo sistemático y a escala. Busco encontrar en lo particular de todos ellos algún modelo estandarizable que podamos traer luego al trabajo educativo.

Ayer, sin ir más lejos, me topé con uno de esos personajes. Tu lo percibes porque al poco tiempo de interactuar sientes que se te imponen y que marcan diferencias profundas en la velocidad, la intensidad, la claridad conceptual y el foco. Parece que siempre saben a dónde van; pero no como necios simplificadores o como doctrinarios de poca monta, no; sientes que saben para dónde van aunque sepas -y ellos lo sepan también e incluso lo digan- que están buscando, que tal vez, que apenas avizoran y que están probando.

Esa fuerza de dirección no viene de su contenido, sino de la fuerza de una orientación y una postura. No es que sepan dónde van; saben hacia dónde van. Y sobre todo, sientes que saben perfectamente bien por qué están yendo hacia donde están yendo. De ahí que lo que irradian sea carisma y no suficiencia; dan ganas, no aplastan. Son legítimos. Suman.

Luego, ves que conectan fuertemente las ideas entre sí. Y ves también que las que no logran conectar, las dejan caer, sean las que sean. Foco y sistema conceptual. No retienen por retener; no retienen aisladamente ni presentan ideas sueltas, siempre despliegan sistemas, ecosistemas conceptuales consistentes. Su cerebro funciona así. Por eso sueles ver que no anotan ni cargan presentaciones, y tampoco olvidan ni se pierden o desorganizan al exponer; al contrario, a veces hasta cansa lo sistemáticos que son. Nunca descansan porque nunca divagan. Concentran a cada paso y por eso su pensamiento es tan penetrante que llega a incomodar. No dan respiro ni se dan respiro. Ganan en densidad cada vez.

Funciones cerebrales menores como la memoria o la asociación semántica sobran en esos personajes; las exhiben por exceso, pero no las exaltan. No son su cuestión. Como un gran futbolista (Cruyff –digamos-, en homenaje) con el dominio del balón: está tan logrado que pareciera que ni importa; lo descuentan. O mejor aún, está así logrado mediante un camino indirecto, porque ese dominio (como la memoria en nuestro caso) viene por añadidura, como correlato necesario de una capacidad superior.

Estos inteligentes de los que hablo no se parecen a los inteligentes de siempre; no encuentras en ellos los estereotipos clásicos de la inteligencia socialmente establecida. La del alumno ejemplar, por poner un caso, o la del sujeto sesudo, reconcentrado, introvertido y estudioso. Tienen otro estilo; parecen otra especie. Hay toda una tendencia que quiere llamarlos emprendedores, y podría ser, aunque no sé si es el mejor nombre…

Te pones frente a uno de ellos -o de ellas- y pareciera que si no te mueves, te pasarán por encima; ¿no te ha pasado nunca? Y o bien te mueves hacia adelante y coges su velocidad, o te haces a un lado, los dejas pasar y ya sabes que nunca más lo alcanzarás. Nos ponen ante la encrucijada; te apelan. Son incómodos; sobre todo si te cogen fuera de forma. Claro, claro, también puedes optar por contrastarlos, por construir tu posición y sostener la tensión de la batalla intelectual de alto voltaje; pero debes estar muy bien preparado.

Ellos siempre lo están; viven preparados. También, muchas veces, da gusto cogerles la onda y disfrutar de su velocidad y el vértigo. Inspiran; solo que la inspiración no es una emoción cómoda y plácida, sino por el contrario, inquietante y desestabilizadora. Cuando estás frente a una de esas heroínas parece que hubieras ido al mejor psicoanalista del mundo o que tu hija te acabara de decir, tranquila y equilibrada, Madura, que no, que esta vez hará lo que ella quiere hacer. Te ponen en cuestión; rompen el equilibrio precario de nuestro narcisismo mediocre. Ah, por cierto, no suelen ser narcisistas, o por lo menos no en exceso; trascienden el imaginario y se constituyen y se apelan más allá, donde ellos saben que las cosas de verdad definen su valor. Arrasan desde lo profundo.

Dan antes de recibir y eso nos confunde; no guardan ni recelan. Parece que estuvieran vendiendo, pero no. Se ofrecen, como estableciéndonos las bases éticas del intercambio y la eventual relación. Sientes que no predefinen el potencial de lo que está por venir y que están dispuestos a todo. Se abren; y así como se abren, se cierran y se van sin vacilar (como cuenta la mitología de Steve Jobs) cuando la interacción no les hace sentido, se queda corta, va en otra frecuencia, baila otro ritmo. Son brutalmente prácticos; son despiadadamente económicos con ellos mismos.

Pueden parecerte mezquinos con su atención. Sienten su finitud y viven con un apuro intrínseco; saben (del modo que este tipo de personas sabe lo que sabe, como una suerte de intuición certera) que lo que se proponen es difícil hacerlo caber en una vida. Por eso se apuran. Y también porque no saben dónde está su límite y van a explorarlo. Y trepan. Por eso, cuando estás ante uno de ellos debes saber que puede ser tu última oportunidad; si fallas probablemente no haya otra oportunidad. No puedes ir desatento a este tipo de encuentro, por más de improvisto que él te agarre. Recuérdalo, ellos nacieron preparados.

Son verticales y si huelen sangre, para allá van (como nos cuenta Melville que los marineros inexorablemente van para el mar). Parecen fieras: sientes su pulsión primitiva e imparable; casi la hueles y la tocas. Conectan hasta la integración total el pensar con el hacer y el hacer con el pensar; les resulta irrelevante el debate pensar-hacer, porque ¿cómo podríamos pensar y no hacer o hacer sin pensar? Su cerebro no pierde tiempo con esos retruécanos (recuerda que viven con sentido de urgencia).

Van y van y hacen y deshacen y vuelven a hacer y mientras, y entre tanto, y al mismo tiempo, piensan, contrastan, revisan y de reojo siguen todo lo demás. Ah, y muy importante: nunca la posición de otro define su posición (como los discípulos subordinados); otros, muchos otros, pueden influir e influyen en ellos y en la conformación de su propia posición, pero si su posición no se hace suya, saben que están perdidos. Siempre hablan desde sí mismos, aunque haya miles de otros a su alrededor, y muy influyentes. No es que roben (como diría el viejo paradigma de la propiedad intelectual), solo se apropian. Todo es de todos, todo el problema es quién eres tu allí. Siempre el giro de apropiación es su gesto constitutivo. No negocian con esto.

Son de esos que nos faltan, de esas que necesitamos.

… Y podríamos seguir caracterizándolos; son personajes escasos y geniales que casi todos nosotros hemos cruzado alguna vez en la vida y que, probablemente, recordamos con particular nitidez. Pero voy a detenerme aquí para extraer alguna conclusión que podamos llevar al campo educativo escolar.

Es evidente que más que un cuerpo de conocimiento, lo que define el perfil de estos íconos sociales es su posición relativa respecto a las cosas. Primera conclusión, entonces: tenemos que construir una escuela que desarrolle personas a partir de su posición ante las cosas y no a partir de lo que ellas pueden cargar como bagaje. Es un juego de estrategia. El proyecto, que es el punto de palanca del desarrollo de una persona, es la definición y la encarnación de una posición en el mundo. ¿Para o por qué estoy aquí? Eso siempre está claro cuando te encuentras con alguno de nuestros héroes.

Luego, enseguida (al mismo tiempo, solapadamente, imbricadamente), hay un claro impulso hacia: siempre los ves moviéndose. Nunca esperan; todo el tiempo van. No son si no hacen y no hacen si no van. Es una ética, diría. Segundo objetivo escolar: lo que quiera que seas y hacia dónde quiera que vayas a ir, pero yendo.

Ya no sé si como causa o como consecuencia de lo anterior, llegan la intensidad y el foco. Nunca se distraen, fíjate; exactamente lo contrario de lo que les pasa a nuestros millones de niños todos los días en nuestras escuelas. Y no por no llamarles la atención (pay attention, please!), sino porque lo que debería traccionar no está traccionando y entonces el cerebro se afloja y se pierde. La atención es una consecuencia de la intensidad del proyecto. Y nuestras heroínas miran fijo aún cuando duermen. Sueñan con lo que hacen o con lo que harán.

Ah, eso sí, creo que duermen bien porque si no, no sé cómo podría explicarse semejante eficiencia neuronal.

Creo que el análisis da para más; seguiré trabajando.

Pablo Emilio Doberti
Nací y me crié en Buenos Aires y llevo vividos mis últimos 13 años en Venezuela, México y Brasil, donde estoy hoy día. Me dedico a la educación y escribo por vocación. Lidero una organización llamada UNOi que integra 1000 escuelas en una red, entre México, Colombia y Brasil. Doy conferencias frecuentemente y publico de manera periódica en el Huffington Post de España y Brasil, en El Nacional de Venezuela, en Pijama & Surf y ahora en SinEmbargo. Abogo por una escuela nueva, porque la que tenemos no sirve.
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