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Óscar de la Borbolla

29/10/2018 - 12:03 am

El lenguaje ciega ante lo real

Por ejemplo, “silla”. Entro a una mueblería y me dirijo a un determinado departamento: ante mí hay objetos de madera, de plástico, de metal; unos están tapizados con tela, otros con piel y otros más, en cambio, ofrecen sus asientos y sus respaldos sin cubrir; y también los respaldos y los asientos son variados, unos son lisos, otros labrados y los hay de una pata o de cuatro y, además, cada uno de esos objetos es de un color distinto y de diferente tamaño, y podría extenderme largamente en la especificidades de cada uno; sin embargo, ¿qué veo ante mí? Veo sillas: esa inmensa diversidad de objetos pierden su identidad concreta en el instante en que veo “sillas”. Obviamente sé que son distintas, pero también sé que son lo mismo: sillas.

“Hablar es nombrar abstracciones y cuando nos comunicamos lo que hacemos, de hecho, es intercambiar abstracciones”. Foto: Especial

El día y la noche, el calor y el frío, lo masculino y lo femenino, lo grande y lo chico, todo lo que surge ante nosotros parece estar compuesto por pares de contrarios. Sin embargo, cuando observamos cuidadosamente, lo que hay ante nosotros no es blanco o negro, sino una gama de grises. El lenguaje provoca que la compleja madeja que es cada cosa sea vista sólo desde un aspecto, es decir, el lenguaje nos encara con un mundo abstracto y disfraza con los sustantivos una irreductible variedad de objetos concretos.

Por ejemplo, “silla”. Entro a una mueblería y me dirijo a un determinado departamento: ante mí hay objetos de madera, de plástico, de metal; unos están tapizados con tela, otros con piel y otros más, en cambio, ofrecen sus asientos y sus respaldos sin cubrir; y también los respaldos y los asientos son variados, unos son lisos, otros labrados y los hay de una pata o de cuatro y, además, cada uno de esos objetos es de un color distinto y de diferente tamaño, y podría extenderme largamente en la especificidades de cada uno; sin embargo, ¿qué veo ante mí? Veo sillas: esa inmensa diversidad de objetos pierden su identidad concreta en el instante en que veo “sillas”. Obviamente sé que son distintas, pero también sé que son lo mismo: sillas.

Y por muy diferente que sea una silla de otra y por muy diferentes que también sean las mesas entre sí no confundo una silla con una mes; mi mirada se dirige en medio de tantos detalles específicos y ve abstracta o aisladamente el rasgo que hace que unas cosas sean sillas y otras mesas.

Palabras como “silla”, “mesa”, “cama”… se agrupan bajo un término más abstracto aún: “muebles”, el que a su vez tiene su contrario: “inmuebles”. Todo nuestro lenguaje está armado de abstracciones, cada palabra sirve para denominar un sinnúmero de objetos o acciones que comparten algunos rasgos esenciales y, a su vez, muchas palabras son referidas por términos más abstractos aún.

Hablar es nombrar abstracciones y cuando nos comunicamos lo que hacemos, de hecho, es intercambiar abstracciones. En este mismo sentido, pero llevado a un mayor nivel hay una actividad que busca la abstracción total, pues ni siquiera tiene que referirse a los objetos, sino a las relaciones numéricas que hay entre ellos: el lenguaje matemático. Imagínese que dos manzanas más cuatro manzanas son seis manzanas y que lo que aquí importa ya no son las manzanas, sino que 2+4 = 6.

Un mundo donde los objetos reales son de alguna forma irrelevantes y que lo interesante es lo que a nivel abstractísimo ocurre. Por ejemplo, no importan Juan y Pedro y Rubén y una larguísima lista de personas, sino el hecho de que en una estadística donde, por decir algo, se les mide el tamaño de la nariz y la relación de esas medidas se ciñe a una curva en forma de campana: el porcentaje mayor cae en la parte ancha de la campana, en la media y los que se pasan por mucho, los narigudos, y los que se quedan muy cortos, los chatos, se distribuyen en los extremos de esa campana y su proporción respecto de la media es muy baja.

Y lo más interesante, que esa mirada híperabstracta descubre patrones y se convierte en un método para descifrar y entender el mundo de los objetos concretos: la abstracción máxima para entender y manipular el mundo real.

Hoy la formalización del mundo, su versión más abstracta, es la que mejor da con el corazón de lo real. Einstein se asombraba frente a esto y se preguntaba: “¿Cómo es posible que las matemáticas, siendo después de todo un producto del pensamiento humano independiente de la existencia, se adapten de forma tan admirable a los objetos de la realidad?”

Yo lo que he querido destacar con estos instrumentos de la abstracción: lenguaje y números, es la paradoja que existe, pues mientras más nos adentramos en la abstracción mejor llegamos al meollo de lo concreto.

Twitter: @oscardelaborbol

Óscar de la Borbolla
Escritor y filósofo, es originario de la Ciudad de México, aunque, como dijo el poeta Fargue: ha soñado tanto, ha soñado tanto que ya no es de aquí. Entre sus libros destacan: Las vocales malditas, Filosofía para inconformes, La libertad de ser distinto, El futuro no será de nadie, La rebeldía de pensar, Instrucciones para destruir la realidad, La vida de un muerto, Asalto al infierno, Nada es para tanto y Todo está permitido. Ha sido profesor de Ontología en la FES Acatlán por décadas y, eventualmente, se le puede ver en programas culturales de televisión en los que arma divertidas polémicas. Su frase emblemática es: "Los locos no somos lo morboso, solo somos lo no ortodoxo... Los locos somos otro cosmos."

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